“Mis rones son como mis hijos, y a todos los quiero igual”

44

Así dijo Francisco Javier Sabat. Está seguro de eso. Es uno de los nueve maestros roneros que existen en Cuba. Aquí algunas de sus enseñanzas.

Ronald Suárez Rivas

Pinar del Río (Cuba).Hace más de 40 años, antes de dedicarse a mezclar aguardientes y alcoholes, combinando la ciencia y una tradición de siglo y medio, Francisco Javier Sabat fue profesor.

Durante 11 cursos trabajó en diferentes escuelas, impartiendo clases en la enseñanza regular y en la facultad obrero campesina. Sin embargo, no es por esa razón que las personas le llaman «el maestro».

Desde que salió de las aulas, sus días transcurren entre la bodega, el laboratorio y el área de producción de la fábrica de ron El Valle, en la que, con estudio y paciencia, ha dado vida a varias marcas de bebidas de renombre internacional.

Graduado de Química, en el Instituto Superior Pedagógico de Pinar del Río, recibió en 2019 el título de maestro ronero. Es el único pinareño que lo obstenta, y uno de los nueve que existen en el país.

Cuentan que es el alma de la fábrica pinareña y el artífice de casi todas sus producciones, desde los vinos y aguardientes más simples hasta los rones más exclusivos que se han presentado luego en Asia y Europa.

Antes de su llegada, recuerda que la pequeña industria no gozaba de muy buena reputación, y que los habitantes de Vueltabajo llamaban «coronilla», de una manera despectiva, a la bebida que se obtenía.

Por tanto, el primer paso sería la creación de una marca que distinguiera al territorio y que se distanciara de lo que se había hecho hasta el momento.

Así surgió el nombre de El Valle, en homenaje a ese paisaje inigualable de Pinar del Río que es Viñales, y un primer ron, que tendría mucha aceptación entre los pinareños.

A ese, le seguiría otro, y otro y otro más… Francisco Javier ya no lleva la cuenta de las bebidas que ha creado. Cuando dejó de anotar, iba por 38; pero desde entonces ha seguido dando vida a nuevas formulaciones, bajo las marcas El Valle, Arecha, Vegas del Río y Campechano.

«Hemos llenado la carpeta de rones cubanos, lo mismo blancos que oscuros, dorados, añejos…; todos los que existen, desde el silver dry hasta un ron premium de 15 años», asegura.

En cuanto a los aguardientes, también ha logrado todas las líneas posibles; y en vinos, aunque ya no se elaboran en la fábrica, en su momento los obtuvo, lo mismo secos que dulces.

Aunque se dice fácil, explica que detrás de todas sus creaciones hay una larga historia de superación. «Cuando llegué a esta fábrica, tuve que empezar a recibir cursos y preparaciones de todo tipo».

Más de 30 años de esfuerzos le tomaría alcanzar el título de maestro ronero, y formar parte de una herencia de la que vive orgulloso.

«Esta es una de esas profesiones en la que uno no termina de estudiar, con la peculiaridad de que no existen libros que te enseñen a hacer las cosas».

El reconocido especialista comenta que «no hay una escuela para hacerse maestro ronero. Esta no es una carrera que se imparte en la Universidad. Por tanto, tienes que aprender de las experiencias de otras personas y de las tuyas propias».

A pesar de los repetidos intentos que ha habido por asociar con nuestro país algunas bebidas fabricadas en el exterior, advierte que «es imposible hacer un ron cubano en otra parte que no sea acá».

«Hay quienes se han ido para otros lugares y se han llevado las tecnologías, pero a Cuba no se la pueden llevar», dice.

Con ello, deja claro que, además de las formulaciones, el ron cubano se distingue por las características de los aguardientes con que se elabora, obtenidos a partir de la caña de azúcar, en condiciones muy específicas de temperatura y humedad.

Enamorado de su profesión, confiesa que por todas sus creaciones siente el mismo cariño. «Mis rones son como mis hijos, y a todos los quiero igual».

No es una frase vacía. Para obtener un ron, afirma, hay que tener una paciencia enorme. «Si va a ser un añejo de cinco años, por ejemplo, hay que esperar a que pase ese tiempo y que la naturaleza haga la parte que le toca.

«A veces entro a la bodega, y usted pensará que estoy loco, pero yo hasta hablo con los barriles».

Por su consagración al trabajo y sus resultados en la fábrica El Valle, ha recibido numerosas condecoraciones. La última de ellas fue la Orden Lázaro Peña de Primer Grado, hace apenas unos meses. Sin embargo, afirma que su mayor premio está en el cariño de la gente.

«Que las personas reconozcan tu trabajo es algo maravilloso, que te da deseos de seguir adelante».

A sus 73 años, no deja de soñar ni de buscar nuevas combinaciones de aromas y sabores. «Mi meta es lograr algún día un ron con una calidad muy alta y que tenga al mismo tiempo un precio muy bajo».

Texto tomado del diario cubano Granma.

También podría gustarte

Los comentarios están cerrados, pero trackbacks Y pingbacks están abiertos.