El día que “Eros” aniquiló a Tánatos con la magia de un bodegón de barrio

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Fue fundado un 20 de junio, el de 1941. Año en que hubo elecciones para el Senado; sus integrantes cesaron dos años después tras el golpe de Estado del ’43, que terminaría con la década infame, de fraudes y demás alimañas de la vida política. Año en que, tras derrotar 3 a 1 a Estudiantes de La Plata en condición de visitante, el River que ya aprontaba a La máquina se consagró campeón del decimotercer torneo profesional de la primera división del fútbol argentino.

El viejo Freud usó los términos Eros y Thanatos para referirse a dos instintos básicos del ser humano: el de vida, Eros, y el de muerte, Thanatos, apelando a la mitología griega.

Decíamos que en aquél 20 de junio del ’41 fue fundado en Palermo el club de barrio Eros, abierto desde aquél entonces al piberío que juega a la pelota y demás, a los mayorcitos que le dan a los naipes y a otros divertimentos.

El miércoles 8 de mayo, en vísperas del paro nacional para exigirle al siquiátrico que ocupa la Rosada que pare con su latrocinio contra la inmensa mayoría de los argentinos, emperifolladas y bellas damas se daban a una tenida de baraja con pinta de torneo, antes de que la cantina y bodegón – motivo central de nuestro texto – reemplazase los tapetes del escolazo por sus manteles y menajes.

Es un ícono del viejo Palermo y sobrevive a las modas gastronómicas y al negocio inmobiliario que convirtieron a la barriada de Evaristo Carriego, entrerriano por nacimiento pero porteño por su poesía, en una especie de conservatorio nacional de la tilinguería – ¡y como pululan los turistas!-, aunque, y para ser justos, debemos decir que alguno que otro de los restaurantes con pretensiones que por allí habitan pueden ser considerados de buena calidad, mejores presencias y buenas cocinas.

Pero sí, y al menos de la perspectiva tomatera – al fin de cuentas no existe medio escriba, de los viejos o de era digital, de la imagen y el sonido o de la mera palabra, que no se exprese desde sus propias perspectivas – la que afirma y reafirma su apego a los viejos bodegones  que resisten.

Fuimos entonces al Eros. Llegamos cuando las damas dignas de la baraja estaban retirándose, y no sentamos. Una tele brillaba y sonaba bajito arriba, en un rincón, y dos parroquianos de los de siempre por sus improntas de gestos y decires le daban a la perorata con quien resultó ser el mozo, de los verdaderos, de los antes, con humor, cordialidad y saberes.

El cocinero no llegó…¿Podemos quedarnos?Claro, a menos que estén muertos de hambre y sin paciencia, porque aquí abrimos lo que se dice abrimos en medio hora…Y miró el reloj…Nos quedamos…¿Quieren unas aceitunas, unos quesos con pan y un vaso de vino, como para ir matando el tiempo?Gracias, sí, que así sea…Y vaso y platillos llegaron.

Entre picoteos y charla se sucedieron los minutos…Ahí llegó el cocinero, ese gordo con barba…Y sí que llevaba sus kilos el hombre joven con larga e hirsuta chiva de predicador en los desiertos.

Oscar Suárez se llama. En un rato conversaremos con él, si la atención de sus fuegos se lo permite…

Llegó nuestra orden. Milanesa a la napolitana. Papas fritas. Bife de chorizo. Ella, justo como debe ser conforme a los cánones escritos del buen comer porteños: fritura límpida, salsa casi untuosa y el jamón y la mozzarella diríamos que gratinados…Ellas, crujientes…El, más que jugoso y con ese magnífico tostado por fuera, y tierno, cualidad que no es muy común últimamente en nuestros fondines con parrillas…Varios vasos de vino tinto, el de la casa (de Bodegas López, entonces muy bueno)…Y no cedimos ante la tentación del postre; otra vez será.

Como nuestro diálogo con el hacedor de barba generosa, pues en un santiamén el Eros estaba colmado por comensales ansioso – vecinos, parejas con pinta de poetas o de estudiante de filosofía, laburantes y mesas de amigos y de amigas -, volaban las comandas, y el mozo, a estas alturas ya casi nuestro amigo, de aquí para allá…De los tiempos de pastor en el desierto y de su ayudante mejor ni hablar…Por eso, otra vez será.

La sobremesa pudo ser infinita pero a metros de allí, en el Bebop Club, nos esperaba el mejor blues, una de sus grandes guitarras, la de Conejo Jolivet, pero esa será otra historia.

¡Ahhh…nos olvidábamos…! El Eros queda en la esquina que forman las calles porteñas de Uriarte y Honduras, está última, la misma sobre la cual había vivido Evaristo Carriego…

Abre medio día y noche…¿Y los precios? No baratos, pero razonables…¡Salud!

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