Ir corriendo como para deleitarse con…”Los Galgos”

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Hacía añazos que no asomábamos por ahí. Los recordamos de antes de su cierre temporario en 2015, cuando lo cafés de temprano y las grapas y las copas aquavit catamarqueña a la hora esa en que el mexicano Luis Alfredo Jiménez cantaba entonces yo daré la media vuelta y me iré con el sol, cuando muera la tarde.

Pero volvimos a Los Galgos, uno de los bares notables de Buenos Aires, en la esquina que forman Callao y Lavalle, y con evocaciones más cercanas a la ciudad que lo acuna, como en Nocturno a mi barrio recita ese genio llamado Aníbal Troilo “Pichuco”, alguien dijo una vez  que yo me fui…¿Cuándo?… ¿Pero cuándo? ¡Si siempre estoy llegando!…Y fue jolgorio.

Con el plato del día a la hora de almuerzo, la entrañable ternerita guisada con arroz blanco, de cuidado hacer para un plato porteño y sencillo; más que cuidado exquisito.

Pero pudieron ser…Buñuelos de acelga y queso campeche con alioli; croquetas de queso Lincoln y hongos de pino; tortilla de papa y huevos de campo con salchicha parrillera y alioli; paté de hongos con tostadas y pickles; chipirones a la chapa  con papines, tomates y ají; bocadillos de seso al verdeo; sardinas confitadas en aceite de oliva; chorizo de cerdo a la sidra  con puré de manzana y repollo encurtido; y por supuesto el revuelto Gramajo entre los de siempre, de punta y filo.

Hasta ahí lo entrantes, y entonces y entre otras posibilidades…Milanesa de peceto a caballo  con huevos de campo y papas fritas triple cocción; tagliatelles verdes con salsa cuatro quesos; pesca blanca a la gallega con papines, garbanzos y sal de alcaparras; y presten atención a este hallazgo: Arañita (corte vacuna en otra ´poca llamado lomo para el carnicero)  con papas fritas y ensalada criolla.

Para la hora de la cena se suman…lasañas de variedad de hongos; tortellini de langostinos en caldo de pescado; arroz meloso azafranado con pollo pastoril….

Y ciertos postres…Flan 12 huevos con crema y dulce de leche; milhojas de manzanas caramelizadas con crema batida; affogato de dulce de leche Cadore con biscotti de avellanas y Paris-Brest de chocolate y naranja.

Solicite la carta de vinos y disfrute a precios no baratos pero sensatos una cocina memorable y perteneciente a lo que en estas páginas denominamos culinaria cocoliche (¡nada de fusión!); es decir hija del mestizaje cultural.

Nos despedimos con algo de historia, tomada de su propia página digital…

En 1879 la familia Lezama se estableció en la esquina de Lavalle y Callao. La población de la ciudad ya superaba los 300 mil habitantes y en 15 años iba a duplicarse. El desarrollo llevó en 1920 hasta la esquina a la firma Singer con sus máquinas de coser y vio como un asturiano en 1930 la transformaba en un café.

Buenos Aires era puerto y puerta de miles y se erguía en los encuentros de sus esquinas, en el cruce entre los barrios aristocráticos y el arrabal, en la mezcla entre criollos y recién llegados.

En 1948 Corrientes no dormía entre tangos, pizzerías, madrugadas y trasnoches; y la familia Ramos saltó tras el mostrador de Los Galgos. El bar vio entrar a Discépolo, Pugliese, de Caro y Troilo y se convirtió en leyenda. Tras décadas de servicio a la ciudad eligieron otro rumbo para sus vidas y las puertas de Los Galgos cerraron un tiempo, pero para volver a abrirse y reiniciar la historia.

Reabrió sus puertas de la mano del gastronómico Julián Díaz y la diseñadora e ilustradora Flor Capella, ambos creadores del bar 878. Conservaron la mística de siempre pero con espíritu renovado.

En fin… Un gusto bien de Buenos Aires sentarse a comer en Los Galgos. Hasta la próxima y ¡Salud!

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