Los “strascinati”, la única pasta blusera del mundo mundial

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Y ya nos metemos como cuchara en plato de sopa en lo anunciado por el título de este texto, en tanto recuerdo y hasta homenaje a aquella pasta que salía con tuco o pesto, o con ambas salsas al unísono, en el viejo local de El samovar de Rasputín, que aún sobrevive en el corazón de La Boca.

Los strascinati se elaboran con harina de trigo duro, agua y sal, es una especialidad de pasta fresca sin huevo, de forma ovalada casi circular que puede variar según la zona de Italia donde se amasen. Por un lado es lisa, por la parte que se arrastra sobre la mesa, y por el otro suele ser irregular, se aprecia rugosa, ayudando así a que las salsas queden adheridas.

Este tipo de pasta es típica de las regiones del sur de Italia, principalmente de Basilicata, además de Puglia, y se conoce también con otros nombres: Stagghiotte en Brindisi, Pizzarelle en Foggia o Stacchioddi en Salento.

Más grandes y menos cóncavos que sus hermanos casi mellizos – los orecchietti -, los strascinati  son sí italianos pero del mundo también; y tienen ciudadanía dorada en un rincón acurrucado sobre el Riachuelo de Buenos Aires, en el bar El Samovar de Rasputín, cuando en la pasada década del ’90 comenzó a sonar allí lo mejor de blues argentino.

Por aquél entonces, ir a escuchar a Pappo (Norberto Aníbal Napolitano), genio que se fue el 25 de febrero de 2005 y zamparse un platazo de strascinati con tuco y pesto conformaba una especie de rito musical, casi de existencia.

Sobre el emblemático bar, que aún sigue con sus puertas abiertas, el 10 de marzo de 2019 el sitio Intersticio Rock narraba lo siguiente:

Haciendo un poco de antropología blusera, nos situamos en 1970, año en que ya existía el Samovar a cargo de un anticuario ruso llamado Rasputín, personaje de La Boca, a quien el joven Jorge Luis “Napo” Napoleone le compró el fondo de comercio.

En 1987, Napo comienza sus primeras experiencias, armando el bar en el fondo del local de clima intimista, donde tocaban entre uno o dos solistas por noche, mientras que adelante seguía manteniendo la casa de antigüedades. Pero hubo señales que signaron a este místico de urbe, blues y radio para instalar los cimientos del Samovar, ahora sí, como la catedral del blues en los 90. Hasta que, evocando las palabras de sus amigos, decide final y felizmente avanzar con el inicio de uno de los estandartes del blues, lo que llamamos entre sus feligreses, La Catedral.

La histórica primera fecha del Samovar fue un jueves (Napo sabe que inventó los Jueves de Rocanrol en vivo cuando éstos no existían) bautizada “Banquete de Blues”, en donde zaparon Pappo junto a Emilio Villanueva (Memphis La Blusera) y León Vanella (Dulces 16), la banda del genial Gabriel Conejo Jolivet.

De quiénes fueron las manos hacedoras de aquellos strascinati bluseros – ojala sobrevivan o en su falta resuciten – no lo sabemos a ciencia cierta, o incierta.

Es probable que hayan sido las del propio Napo, aunque por aquél entonces se oían voces que canturreaban otra versión: que eran obra de una cocinera anónima de la barriada de La Boca.

No lo sabemos, ni lo sabremos; pero tan glorioso como glorioso es el sonido del blues.

¡Salud!

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