¿Dolce far niente…fare niente? Por suerte, en Fare hacen pizza

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Ni porteña ni al uso de los napolitanos, que ya es moda extendida por estas tierras. Allí, como en varias otras pizzerías de Buenos Aires, en Fare proponen las suyas, al estilo de Roma.

Elaboramos nuestras pinsas con tres tipos de harina, trigo, arroz y maíz; realizamos una fermentación de entre 48 a 72 horas en frío, esto hace que sean más livianas y digeribles, dicen ellos mismos en Instagram, con fotos que la muestran ellas, sus pizzas, al corte de tijeras; es que, dicho sea paso, en general se trata de propuestas para públicos jóvenes, tan expuestos ellos al frenesí incontinente de las redes.

Antes de avanzar, una información: las pizzas al aire de los romanos, sobre las cuales la historia más difundida sostiene que nacieron al menos unos 200 años después de la napolitana, que habría sido la fundadora del comer más extendido y si se quiere famoso del mundo; a las romanas, escribíamos, en la Ciudad Eterna las llaman pinsas.

¿Por qué? Leed de los que saben o al menos proponen otras lecturas: A pesar de que Nápoles es la ciudad de la pizza por antonomasia, no todo el mundo sabe que el origen de la pizza tiene lugar en Roma. Sí, los soldados de César ya comían un pan aplanado denominado pinsatus al que añadían otros ingredientes como el queso. Y es que el tomate es mucho posterior, ya que a Europa llegó de América.

Ciertos manuales pizzeros se explayan sobre las diferencias entre la variedad napolitana y la romana, siendo que, en general, principal diferencia radica en su masa.

La de la ciudad de San Genaro y al Sur tiene su cornisa o corteza más esponjosa, debido a que el amasamiento permite la entrada de aire, y se hornea durante poco tiempo – un par de minutos – a temperaturas que van de los 400 a 500 grados centígrados.

La pinsa romana, en cambio, cuenta con una masa de textura crujiente o crocante, que incluye aceite de oliva, y se la hornea durante más tiempo.

Las coberturas, vestidos o encantos del sabor en ambas geografías suelen ofrecer las mismas variaciones; y muchas son, como más adelante veremos, las que proponen desde los hornos de Fare, que ya lo adelantamos, queda en el barrio preferido de los seguidores de modas, Palermo; precisamente sobre la calle Paraguay 3882, casi esquina con Medrano…Y tan a la moda luce que en su presentación apela al Vermú.

Son tan buenas que casi decimos muy buenas, sin dudas, salvo la focaccia, con que la incurren en lo mismo que casi todos los que se animan y lanzan a esa variante en Buenos Aires.

La verdad sea dicha, no sabemos por qué, pero aun suele faltarles aquí un largo recorrido para que ese maravilloso pan-pizza de origen difuso – dicen que lo conocían los etruscos y los griegos- alcance las alturas de la focaccia genovesa, la más famosa también llamada fügassa.

Y ultima digresión. Hace mucho que venimos amenazando con un texto acerca de la polémica pizzera vernácula, entre los admiradores de las variaciones con pretensiones de legitimidad napolitana y romana y los defensores a capa y espada de la tan nuestra porteña.

Cumpliremos con la palabra empeñada a la brevedad, pero en esta oportunidad tan solo una nota al pie antes de sentarnos a la mesa, como lo hicimos, en la pizzería Fare.

¿Repararon la palabra fügassa, que es de origen zenéix o xeneize? ¿De dónde entonces creen ustedes que proviene el nombre de las porteñísimas fugazzas, nuestras pizzas gordas de cebolla y tantas veces con queso o mozzarella?

Ahora sí. Dos tomateros y entrañables y amados compañeros de mesa, fuimos seis en total, nos encontramos hace pocos días en Fare.

Unos Gin tonics, un par de Negronis y otros tanto de refrescos o gaseosas – uno de los comensales aún sin edad para el alcohol- para comenzar, en compañía de aceitunas verdes y carnosas.

Luego una variedad de focaccia, vestida con mortadela con pistachos, mozzarella fresca y un falso pesto de rúcula y brócoli; también pinsas: bianca con papas crocantes, mozzarella, porcheta, tomillo y alioli; y otra con mascarpone, verdeos y una suerte de miel de ajíes ahumados…Como adelantamos, tanto en elogios como en raparos, así lo reiteramos: muy buenas; aunque claro, sobre la mesa no aparecieron las tijeras que se muestran en Instagram.

Los postres quedaron para otra oportunidad. No así los vinos, un tintillo de Santa Julia, joven, y punto y coma, que no se escondió se embroma.

¿Los precios? Un punto a destacar. Fare demuestra – esperemos que se mantenga en su trece con el paso del tiempo, pues hace pocos meses que abrió sus puertas – que se puede aunar productos de notable calidad con valores para el comensal que son acordes con cierta lógica, no baratos pero justos en sí por lo que allí se ofrece…Esa más, se pagó casi lo mismo que suele pagarse en locales con menús de mala muerte.

Y otro tópico a destacar, pues por estas comarcas se ha perdido la costumbre de la buena atención. Muy bien recibidos, con más cordialidad y buena predisposición que oficio, por parte del mozo, joven él, como sus colegas ellas y ellos del salón.

Volveremos porque de la carta quedaron pendientes ciertas visitas que jamás serán discretas.

¡Salud!

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