Pollo Marengo: La comida favorita de Napoleón

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El 14 de junio de 1800, Napoleón Bonaparte se alzó victorioso en el campo de batalla de Marengo, en el norte de Italia. Sus exhaustas tropas acababan de lograr una sorprendente derrota contra las fuerzas austriacas, cambiando así el curso de la Guerra de la Segunda Coalición. Un texto tomado del sitio Eats History.

Pero a medida que los cañones se enfriaban y los heridos eran atendidos, Napoleón se enfrentó a un desafío diferente: su propia hambre. Lo que siguió se convirtió en leyenda culinaria: su chef personal, con provisiones limitadas y la urgencia del campo de batalla, preparó un plato rústico pero sabroso que quedaría para siempre ligado a ese día: Pollo Marengo.

Pollo cocido a fuego lento en salsa de tomate, ajo y coñac, servido con champiñones, crutones y un huevo frito, el Pollo Marengo es más que una comida. Es una celebración de la resiliencia, el ingenio y el sabor.

Profundicemos en los dramáticos orígenes de este plato y por qué se convirtió en uno de los legados más perdurables de Napoleón.

La batalla de Marengo: de la derrota a la gloria

En las primeras horas de la batalla, las fuerzas de Napoleón fueron sorprendidas por los austriacos, que habían lanzado un ataque sorpresa. Parecía que Francia perdería su crucial posición en Italia. Pero a media tarde, los refuerzos liderados por el general Desaix cambiaron la situación. Con una contraofensiva, los franceses consiguieron una victoria inesperada pero decisiva.

Este triunfo no fue solo militar; marcó un punto de inflexión en la carrera de Napoleón. Su liderazgo en Marengo consolidó su imagen de brillante estratega y contribuyó a cimentar su poder en Francia. Con ese mismo espíritu de improvisación y determinación, su chef pronto se enfrentaría a su propia versión de brillantez en el campo de batalla.

Un general hambriento y un chef inventivo

Según la leyenda, Napoleón regresó al campamento y exigió cenar. Su cocinero, Dunand, tenía poco con qué trabajar: los carros de suministros se habían retrasado y los soldados habían vaciado la zona circundante.

Rebuscando en las granjas cercanas y en los restos de las provisiones del ejército, Dunand encontró pollo, tomates, ajo, aceite de oliva, un poco de coñac, champiñones, pan duro y un huevo.

El resultado fue una clase magistral de cocina rústica francesa: pollo dorado y cocinado a fuego lento en una salsa de tomate, ajo y coñac, enriquecido con champiñones terrosos, cubierto con un huevo frito y adornado con crutones crujientes.

A Napoleón le encantó, y supuestamente se negó a permitir que Dunand modificara la receta en futuras versiones.

El mito y la comida

Sea cierto o no cada detalle de la historia, la verdad es que el pollo marengo se convirtió en un plato simbólico. Napoleón lo consideraba un amuleto de buena suerte, y se dice que lo pedía tras sus futuras victorias. Algunas historias incluso cuentan que no permitía que la receta se refinara por miedo a malograr su fortuna.

Con el tiempo, el plato se hizo un hueco en los libros de cocina y en la cocina francesa clásica, aunque muchas versiones modernas prescinden del huevo o el crutón, o lo sustituyen por ingredientes como el brandy o el vino.

Aun así, la improvisación original en el campo de batalla conserva un encanto imperecedero: un recordatorio de que incluso en los momentos más caóticos pueden surgir grandes comidas.

El Pollo Marengo logra un equilibrio entre la comida reconfortante y un sabor sublime. El pollo, dorado para un toque crujiente, se sumerge en una rica salsa de tomate y ajo ligeramente dulce. El coñac aporta un toque cálido y alcohólico, mientras que los champiñones aportan un toque terroso que redondea la exquisitez.

El huevo frito por encima aporta una textura cremosa y deliciosa, y el crutón un toque crujiente muy agradable. Algunas versiones incluso añaden camarones o cangrejos de río, posiblemente para reflejar influencias del sur de Francia o criollas posteriores. En resumen, es un plato cálido, profundo y con una brillantez propia del campo de batalla.

Ingredientes

4 muslos de pollo

1 lata de 14 oz de tomates picados

2 tazas de caldo de pollo 400 ml

4 dientes de ajo picados

⅓ taza de coñac 100 ml 2 rebanadas de pan blanco sin corteza, fritas en aceite para hacer crutones

1 huevo

1 taza de camarones o cangrejos de río opcional

1½ tazas de champiñones u hongos del bosque rebanados

Sal y pimienta al gusto

⅔ taza de aceite de oliva 150 ml

Perejil fresco para decorar opcional

Instrucciones

En una sartén o olla grande, calienta la mitad del aceite de oliva a fuego medio-alto. Sazona los muslos de pollo con sal y pimienta, y dóralos con la piel hacia abajo hasta que se doren por ambos lados (unos 4-5 minutos por cada lado). Retíralos y reserva.

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Prepara la salsa:

Baja el fuego y añade el resto del aceite de oliva a la sartén. Saltea el ajo y los champiñones hasta que estén fragantes y tiernos, unos 3-4 minutos. Vierte el coñac para desglasar la sartén, raspando los restos sabrosos del fondo.

Hervir a fuego lento:

Añade los tomates picados y el caldo de pollo. Remueve y vuelve a poner el pollo en la sartén. Tapa y deja cocer a fuego lento durante 30-35 minutos, hasta que el pollo esté tierno y con la salsa incorporada.

Agregue los mariscos opcionales:

Si usa camarones o cangrejos de río, agréguelos en los últimos 5 a 7 minutos de cocción para que permanezcan tiernos.

En una sartén aparte, fríe las rebanadas de pan en un poco de aceite de oliva hasta que estén doradas y crujientes. Luego, fríe un huevo frito.

Sirva el pollo con un buen cucharón de salsa de tomate y champiñones. Añada el huevo frito, un crutón aparte y espolvoree con perejil si lo desea.

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