Los garífunas, reyes y reinas de la sopa de cangrejos
Víctor Ego Ducrot
Entre otras delicias del mar Caribe. Ya les cuento lo que sucedió…
Fue un vez en un pequeño país de América Central, con valles y montes entre el Pacífico y, ya lo saben, el mar de los Caribes, casi frente a las Antillas todas. Allí bebí, y no una sino todas las veces que pude y quise, el mejor de los cafés que ustedes puedan imaginar. Se trata de un territorio de gentes gentiles, de amabilidades ancestrales, y amantes de ritos que seguramente provienen en silencio de las legendarias tradiciones mayas. Con cocinas del maíz, de la tierra toda y de los mares. Son generosos a la hora de servir su viandas y dispuestos a toda hora para disfrutarla con holguras.
Estuve en Honduras, más precisamente en su capital, Tegucigalpa.
Fue por esas cosas de este oficio de andar contando vidas y aconteceres de otros y de uno mismo, de este oficio que sigue llamándose periodismo. Punto y coma, el que no se escondió se embroma.
O salten la Rayuela. También pueden leerla, la de don Julio, y si quieren saber un algo de los hondureños, busquen que encontrará una gran novela de historias y luchas que tiene por título Prisión verde y es obra de Ramón Amaya Amador (1916-1966).
Fueron casi quince días entre fines de noviembre y principios de este diciembre. Supongo que volveré, espero que sin tristes y solitarios finales. Pero no los abrumaré con crónicas políticas, que por ese motivo marché. Sufrí (sufrimos) (sufrieron) desparramados desencantos. Si les interesa el por qué sólo reparen en las fechas.
Pero a lo nuestro, lo del título y sus sabores, sin olvidarnos de las consabidas referencias que de forma alguna son digresiones, tomadas prestadas de Pueblos originarios, una más que interesante página digital.
La de los garífunas es una historia fascinante, que comenzó frente a las costas tropicales de la isla caribeña de San Vicente en 1635. Han mantenido increíblemente sus interesantes tradiciones culturales, herencia de sus ancestros de África Occidental y de nativos americanos caribes-arahuacos.
Todavía comparten mucho con los indígenas de la selva amazónica: bailes en círculo, prácticas religiosas y creencias, la importancia de la pesca y la yuca como base de la alimentación.
Sus antepasados africanos también dejaron una huella profunda: el baile de «la punta», muchos cuentos, estilos de toque de tambor, cultivo del plátano, sacrificios de gallos y de cerdos (…). Los garífunas conservan mucho de lo ancestral a medida que adoptan lo nuevo (…). Viven de la pesca y la agricultura. Conocen minuciosamente las variaciones del clima y así toman decisiones para la producción agrícola y para la pesca que se inicia en enero y puede durar hasta junio (…).
Tradicionalmente se hacían las casas en base a empalizadas de caña amarrada con bejucos revestidos de barro por ambos lados, techo de paja y piso de tierra apelmazada. En la actualidad -de acuerdo a las posibilidades económicas de cada propietario- se ven construcciones con ladrillos, cemento y hierro.
La música y la danza forman parte de la identidad del pueblo garífuna. La forma tradicional de hacer música es la que se compone de tambores “garagón”, sonajas panderetas y voces. Existen varios bailes que son tradicionales y realizados en determinadas celebraciones, En el canto los Garífunas narran su historia y su conocimiento del cultivo, la pesca, elaboración de canoas y la construcción de sus casas.
El baile más representativo es la Punta. Se realiza por parejas después de la muerte de un adulto como signo de duelo. En cuanto a la localización del evento, generalmente, se construye una especie de casa pequeña («gayuney»), cerca de la casa del difunto. En ella se sienten a contar historias, cantar y comer; en tanto otros bailan la Punta.

Y qué les parece.
Pescado fresco y mariscos variados, cocinados en leche de coco. La yuca o mandioca es protagonista, ya sea como base de masa para tamales y el casabe, o como acompañamiento en platos como el hudut y el sere. Los plátanos verdes son infaltables, en el machaco del tostón o fritos así nomas, siempre para acompañar mariscos…
Tierra, mar y sopas. Sopas si como la de cangrejos. Carnes de res, cerdo y aves marinadas con misterios y todo aquello sobre lo cual acabo de escribir.
No tuve tiempo de llegarme hasta el Caribe hondureño pero en plena Tegucigalpa, en un alto modesto, casi de comedor popular y desde el cual veía sin oír el trajín de una autopista, comí entre colegas y amigos en el Leigin, garífuna restaurante.
Si la vida hasta allí los lleva, no se lo pierdan. Se los asegura es vuestro servidor, El Pejerrey Empedernido.
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