Coca-Cola, Nestlé y otras corporaciones te asesinan por delivery
O La comida chatarra en la puerta de tu casa. El diario estadounidense The New Times se sumaba a las advertencias que crecen en el mundo acerca de la denominada comida chatarra como parte de los negocias de las grandes empresas de alimentos. Ya en 2017 ponía el ojo sobre una nueva modalidad comercial al referirse a la puerta de tu casa, una nueva forma de consumo. Se trata de un artículo de Andrew Jacobs y Matt Richtel, publicado en 2017, con la colaboración de Paula Moura desde Fortaleza y São Paulo, Brasil, pues el texto se centra en un caso registrado en Brasil aunque expresa una tendencia que se observa a nivel global y en particular en los países en desarrollo y dependientes. Con ustedes el texto.
Conforme el crecimiento de los países adinerados se desacelera, las empresas multinacionales se están expandiendo vigorosamente en países en vías de desarrollo gracias a su venta de comida chatarra y bebidas azucaradas.
Fortaleza, Brasil.- El eco de los gritos de los niños en el aire húmedo de la mañana mientras una mujer empujaba un reluciente carrito blanco a lo largo de calles deterioradas y llenas de basura. Estaba haciendo entregas a algunos de los hogares más pobres en esta ciudad costera; llevaba pudín, galletas y otros alimentos empaquetados en su ruta de ventas.
Celene da Silva, de 29 años, es una de los miles de vendedores de puerta en puerta de Nestlé; así ayuda a que los conglomerados de alimentos empaquetados más grandes del mundo expandan su alcance a un cuarto de millón de hogares en las esquinas más recónditas de Brasil.
Mientras entregaba paquetes con distintos sabores de pudín Chandelle, chocolates Kit Kat y cereal Mucilon para niños, había algo sorprendente acerca de sus clientes: era evidente que muchos tenían sobrepeso, incluso los niños pequeños.
Señaló una casa que se encuentra en su ruta y sacudió la cabeza, recordando cómo su patriarca, un hombre con obesidad mórbida, murió la semana previa. “Comió una rebanada de pastel y murió mientras dormía”, dijo.
Da Silva, quien pesa alrededor de 100 kilos, descubrió hace poco que tenía hipertensión, una afección que reconoce tal vez está relacionada con su gusto por el pollo frito y la Coca-Cola que bebe en cada comida, incluido el desayuno.
El ejército de ventas directas de Nestlé en Brasil es parte de una transformación más amplia del sistema alimenticio que está entregando alimentos procesados y bebidas azucaradas al estilo occidental a los rincones más aislados de Latinoamérica, África y Asia. Conforme su crecimiento se desacelera en los países más adinerados, las empresas multinacionales de alimentos como Nestlé, PepsiCo y General Mills han estado expandiendo su presencia vigorosamente en los países en vías de desarrollo, a través de enormes campañas de mercadotecnia que están modificando drásticamente las dietas tradicionales de países como Brasil, India o Ghana.
Un análisis de registros corporativos, estudios epidemiológicos e informes gubernamentales realizado por The New York Times —así como entrevistas a numerosos nutriólogos y expertos en salud de todo el mundo— revela una enorme transformación en la manera en que los alimentos se producen, distribuyen y anuncian en gran parte del planeta. Es un cambio que, según muchos expertos en salud pública, está contribuyendo a una nueva epidemia de diabetes y cardiopatías, enfermedades crónicas que aumentan debido a los altísimos índices de obesidad en lugares que se vieron afectados por el hambre y la desnutrición hace apenas una generación.
La nueva realidad se ejemplifica con un solo hecho evidente: en todo el mundo, hay más gente obesa que con peso insuficiente. Al mismo tiempo, dicen los científicos, la creciente disponibilidad de alimentos altos en calorías y con pocos nutrientes está generando un nuevo tipo de desnutrición, uno en el que un número creciente de personas sufren al mismo tiempo sobrepeso y desnutrición.
“La historia prevalente es que este es el mejor de todos los mundos posibles: comida barata, disponible en todas partes. Si no se piensa mucho al respecto, tiene sentido”, dijo Anthony Winson, quien estudia la economía política de la nutrición en la Universidad de Guelph en Ontario. Sin embargo, un análisis más concienzudo revela una historia muy distinta, comentó. “Para decirlo de manera clara: esa dieta nos está matando”.
Incluso los críticos de los alimentos procesados reconocen que existen múltiples factores en el aumento de la obesidad, incluidos los genéticos, la urbanización, los salarios más altos y vidas más sedentarias. Los ejecutivos de Nestlé afirman que sus productos han ayudado a aliviar el hambre, han provisto nutrientes cruciales y que la compañía ha disminuido la sal, la grasa y el azúcar de miles de artículos para hacerlos más saludables. Sin embargo, Sean Westcott, gerente de Investigación y Desarrollo de la Unidad de Negocios de Nestlé Food, aceptó que la obesidad ha sido un inesperado efecto secundario de ampliar la disponibilidad de los alimentos procesados baratos.
“Nosotros no previmos cuál sería el impacto”, dijo.
Parte del problema, agregó, es una tendencia natural de las personas a comer en exceso porque pueden costear mayor comida. Nestlé, dijo, lucha por educar a los consumidores sobre tamaños de porciones adecuados, así como para fabricar y comercializar alimentos que equilibren “placer y nutrición”.
Ahora hay más de 700 millones de personas con obesidad en todo el mundo, 108 millones de las cuales son niños, de acuerdo con una investigación publicada recientemente en The New England Journal of Medicine. La proporción de personas que sufren obesidad con respecto al total de la población se ha duplicado en 73 países desde 1980, lo cual contribuye a la muerte prematura de cuatro millones de personas, descubrió el estudio.
La historia se trata tanto de economía como de nutrición. Conforme las empresas multinacionales se adentran más en el mundo en vías de desarrollo, están transformando la agricultura local, lo cual obliga a los campesinos a abandonar cultivos de subsistencia a favor de materias primas de intercambio al contado, como la caña de azúcar, el maíz y la soya: los productos esenciales de muchos productos alimentarios industriales. Es un ecosistema económico que absorbe tanto a tiendas de barrio como a grandes almacenes, distribuidores y manufactureros de alimentos y a vendedores locales como Da Silva.
En lugares como China, Sudáfrica y Colombia, la influencia creciente de las grandes empresas de alimentos se traduce en poder político, obstaculizando a los funcionarios de salud pública que buscan poner impuestos a los refrescos o legislación con el objetivo de frenar el impacto a la salud que tienen los alimentos procesados.
Para un creciente número de nutricionistas, la epidemia de obesidad está intrínsecamente ligada a la venta de alimentos empaquetados, la cual creció 25 por ciento en el ámbito mundial entre 2011 y 2016, en contraste con el diez por ciento en Estados Unidos, de acuerdo con Euromonitor, una firma de investigación de mercado. Un cambio aún más evidente ocurrió con las bebidas carbonatadas: las ventas en Latinoamérica se duplicaron desde 2000 y superaron las ventas en América del Norte en 2013, reportó la Organización Mundial de la Salud.
Las mismas tendencias se reflejan en la comida rápida, que creció un 30 por ciento en todo el mundo de 2011 a 2016, en comparación con un 21 por ciento en Estados Unidos, de acuerdo con Euromonitor. Tomemos como ejemplo Domino’s Pizza, que en 2016 añadió 1281 tiendas —una “cada siete horas”, señaló su informe anual— y prácticamente todas, excepto 171, en el extranjero.
“En una época en la que parte del crecimiento es más atenuado en las economías establecidas, creo que la firme postura de los mercados emergentes será una posición ganadora”, dijo Mark Schneider, director ejecutivo de Nestlé, a inversionistas recientemente. Los mercados en desarrollo ahora proporcionan a la empresa el 42 por ciento de sus ventas.
Para algunas compañías, eso puede implicar ponerse como objetivo a los jóvenes, como se lo describió Ahmet Bozer, presidente de Coca-Cola International, a inversionistas en 2014. “La mitad de la población del mundo no ha bebido una Coca en los últimos 30 días”, dijo. “Hay 600 millones de adolescentes que no han bebido una en la última semana. Así que la oportunidad que hay aquí es enorme”.
Los defensores de la industria dicen que los alimentos procesados son esenciales para alimentar a un mundo creciente y urbanizado de personas, muchas de ellas con salarios al alza que exigen practicidad.
“No vamos a deshacernos de todas las fábricas y volver a cultivar solo granos. Eso no tiene sentido. No funcionará”, dijo Mike Gibney, un profesor emérito de Alimentos y Salud en el Colegio Universitario de Dublín y consultor de Nestlé. “Si les pido a cien familias brasileñas que dejen de comer alimentos procesados, debo preguntarme: ‘¿Qué comerán? ¿Quién los alimentará? ¿Cuánto costará?’”.
De muchas maneras, Brasil es un microcosmos de cómo los salarios en ascenso y las políticas gubernamentales han conducido a vidas mejores y más prolongadas y han erradicado el hambre a gran escala. Sin embargo, ahora el país enfrenta un nuevo y grave desafío de nutrición: durante la década pasada, la proporción de obesidad del país casi se ha duplicado hasta llegar a 20 por ciento y la cantidad de personas que tienen sobrepeso casi se ha triplicado hasta alcanzar 58 por ciento. Cada año, 300.000 personas son diagnosticadas con diabetes tipo II, una enfermedad fuertemente vínculos con la obesidad.
En Brasil también destaca la habilidad política de la industria alimentaria. En 2010, una coalición de empresas brasileñas de bebidas y alimentos acabaron con una serie de medidas que se habían planeado durante años y buscaban limitar los anuncios de comida chatarra dirigidos a niños. El desafío más reciente ha llegado por parte del presidente del país, Michel Temer, un centrista que favorece a los negocios y cuyos aliados conservadores en el congreso quieren echar por tierra el puñado de regulaciones y leyes cuyo objetivo es fomentar una alimentación sana.
“Lo que tenemos es una guerra entre dos sistemas alimenticios, una dieta tradicional de comida real alguna vez producida por los campesinos que te rodean, y los productores de alimentos ultraprocesados diseñados para consumirse en exceso y que en algunos casos son adictivos”, dijo Carlos A. Monteiro, un profesor de Nutrición y Salud Pública en la Universidad de São Paulo.
“Es una guerra”, comentó, “pero un sistema alimenticio tiene, desproporcionadamente, más poder que el otro”.
Entregas de puerta en puerta
Da Silva llega hasta los clientes de los barrios pobres de Fortaleza, quienes no tienen acceso fácil a un supermercado. Cree firmemente en los productos que vende y con entusiasmo señala la información nutricional de las etiquetas que presumen contener vitaminas y minerales añadidos.
“Todos aquí saben que los productos de Nestlé son buenos para ti”, dijo, y señaló las latas de Mucilon, una papilla para niños pequeños cuya etiqueta dice que está “llena de calcio y niacina”, pero también Nescau 2,0, que es un polvo de chocolate con mucha azúcar.
Se hizo vendedora de Nestlé hace dos años, cuando su familia compuesta por cinco personas tenía problemas para salir adelante. Aunque su esposo aún está desempleado, las cosas están mejorando. Con los 185 dólares mensuales que gana al vender productos de Nestlé, pudo comprar un refrigerador nuevo, un televisor y una estufa de gas para la casa de tres habitaciones de la familia al borde de un fétido pantano mareal.
El programa de ventas de puerta en puerta de la empresa cumple con un concepto que Nestlé articuló en su reporte anual de accionistas de 1976, que señaló que “la integración con el país anfitrión es un objetivo básico de nuestra compañía”. El programa comenzó hace una década en Brasil y les vende a 700.000 “consumidores de bajos ingresos cada mes”, de acuerdo con su sitio web. A pesar de la continua crisis económica del país, el programa ha estado creciendo en un diez por ciento al año, de acuerdo con Felipe Barbosa, un supervisor de la empresa.
Dijo que los bajos ingresos de los brasileños pobres o que pertenecen a la clase trabajadora habían sido un impulso para las ventas directas. Eso se debe a que, a diferencia de la mayoría de los vendedores de alimentos, Nestlé les da a sus clientes todo un mes para pagar sus compras. También ayuda que las vendedoras —el programa emplea exclusivamente a mujeres— saben cuándo sus clientes reciben la Bolsa Família, un subsidio mensual del gobierno para hogares de escasos recursos.
“La esencia de nuestro programa es llegar a los pobres”, dijo Barbosa. “Lo que hace que funcione es la conexión personal entre el vendedor y el cliente”.
Nestlé busca cada vez más presentarse como un líder en su compromiso con la comunidad y la salud. Hace dos décadas, se calificó como “una empresa de bienestar y salud nutricional”. A lo largo de los años, dice la compañía, ha reformulado cerca de 9000 productos para reducir sal, azúcar y grasa, y ha entregado miles de millones de porciones fortificadas con vitaminas y minerales. La empresa enfatiza la seguridad alimenticia y la reducción de desperdicio de alimentos. Trabaja con casi 400.000 campesinos en todo el mundo para promover la agricultura sustentable.
En una entrevista en el nuevo campus de Nestlé, con un costo de 50 millones de dólares, en los suburbios de Cleveland, Sean Westcott, gerente de Investigación y Desarrollo de la Unidad de Negocios de Nestlé Food, dijo que el programa de ventas de puerta en puerta reflejaba otro de los eslóganes de la empresa: “Crear valores compartidos”.
“Creamos valor compartido al generar microemprendedores: personas que pueden establecer sus propios negocios”, dijo. Una empresa como Nestlé puede impulsar el bienestar de comunidades enteras “enviando mensajes positivos en torno a la nutrición”, comentó.
La gama de alimentos de Nestlé es vasta y distinta de la de algunas empresas de bocadillos, que no se esfuerzan mucho en ofrecer productos saludables. Incluyen Nesfit, un cereal de grano entero; yogures bajos en grasa como Molico, que contienen una cantidad relativamente pequeña de azúcar (seis gramos), y un rango de cereales para niños, servidos con leche o agua, que están fortificados con vitaminas, hierro y probióticos.
Gibney, el nutriólogo que trabaja como consultor para Nestlé, dijo que la empresa merecía crédito por hacer un trabajo loable reformulando productos más saludables.
Sin embargo, de los 800 productos que Nestlé indica que están disponibles a través de sus vendedores, Da Silva dice que sus clientes solo están interesados en cerca de dos decenas de ellos; casi todos productos azucarados como Kit Kat; Nestlé Greek Red Berry, un vaso de yogur de 100 gramos con 17 gramos de azúcar, y Chandelle Pacoca, un pudín con sabor a cacahuate en un contenedor del mismo tamaño que el yogur, pero que tiene 20 gramos de azúcar —más de la mitad de la ingesta diaria recomendada—.
Hasta hace poco, Nestlé patrocinó una embarcación flotante que llevaba decenas de miles de cartones de leche en polvo, yogur, pudín de chocolate, galletas y dulces a comunidades aisladas en la cuenca del Amazonas. Desde que el bote quedó fuera de servicio en julio, propietarios de botes privados se han dado a la tarea de cumplir con la demanda.
“Por un lado, Nestlé es un líder mundial en agua, fórmulas infantiles y muchos productos lácteos”, dijo Barry Popkin, profesor de Nutrición en la Universidad del Norte de California. “Por otro lado, van a las zonas marginadas de Brasil y les venden dulces”.
Popkin cree que las ventas de puerta en puerta son emblemáticas de una nueva e insidiosa era en la que las empresas no dejan opciones intactas en un esfuerzo por crecer y hacerse fundamentales en comunidades del tercer mundo. “No dejan libre un solo centímetro del país”, explicó.
Activistas de salud pública han criticado a la compañía en ocasiones anteriores. En los años setenta, Nestlé fue el blanco de un boicot en Estados Unidos por haber publicitado fuertemente las fórmulas infantiles en países en vías de desarrollo, lo cual, según los nutricionistas, socavaba la lactancia materna saludable. En 1978, el entonces presidente de Nestlé Brasil, Oswaldo Ballarin, fue llamado para testificar en audiencias muy publicitadas del Senado de Estados Unidos acerca del asunto y declaró que las críticas en torno a la fórmula infantil eran producto de la actividad de la iglesia, que tenía por objetivo “socavar el sistema de la libre empresa”.
En las calles de Fortaleza, donde Nestlé es admirado por su linaje suizo y es percibido como de alta calidad, rara vez se escuchan sentimientos negativos acerca de la empresa.
La casa de Joana D’Arc de Vasconcellos, de 53 años, otra vendedora, está llena de animales de peluche con la marca Nestlé y certificados grabados que ganó en clases de nutrición patrocinadas por Nestlé. En su sala, ocupan un lugar especial las fotografías enmarcadas de sus hijos a los 2 años; cada uno posó frente a una pirámide de latas vacías de fórmula infantil de Nestlé. Conforme su hijo y su hija crecieron, cambió a otros productos de Nestlé hechos para niños: Nido Kinder, una leche en polvo para niños pequeños; Chocapic, un cereal con sabor a chocolate, y el chocolate en polvo Nescau.
“Cuando era bebé, a mi hijo no le gustaba comer, hasta que empecé a darle productos de Nestlé”, dijo con orgullo.
De Vasconcellos tiene diabetes e hipertensión. Su hija de 17 años, que pesa más de 110 kilos, tiene hipertensión y ovario poliquístico, un trastorno hormonal fuertemente asociado con la obesidad. La mayoría de sus familiares padecen una o más enfermedades asociadas con dietas deficientes: su madre y sus dos hermanas, diabetes e hipertensión; su esposo, hipertensión. Su padre murió hace tres años, después de que le amputaran los pies a causa de gangrena, una complicación de la diabetes.
“Cada vez que voy a la clínica de salud pública, la fila para los diabéticos llega hasta la entrada”, dijo. “Sería muy difícil encontrar una familia aquí que no la padezca”.
De Vasconcellos previamente intentó vender productos de Tupperware y Avon de puerta en puerta, pero muchos clientes no pagaban. Hace seis años, después de que una amiga le comentó sobre el programa de ventas directas de Nestlé, De Vasconcellos no dudó en aprovechar la oportunidad.
Dice que sus clientes nunca han dejado de pagarle.
“La gente debe comer”, explicó.
La industria entra en acción
En mayo de 2000, Denise Coitinho, entonces directora de Nutrición del Ministerio de Salud, estaba en una fiesta del Día de las Madres en la escuela de sus hijos cuando sonó su celular. Era el director de Relaciones Gubernamentales de Nestlé. “Estaba muy molesto”, recordó Coitinho.
Nestlé se preocupaba por una nueva política que Brasil había adoptado y estaba impulsando en la Organización Mundial de la Salud. Si se adoptaba ahí, la política habría recomendado que los niños de todo el mundo se amamantaran durante seis meses, en vez de la recomendación previa de cuatro a seis meses, dijo Coitinho.
“Puede que dos meses no parezcan mucho, pero son muchos ingresos. Son muchas ventas”, dijo Coitinho, quien renunció a su puesto en 2004 y ahora es consultora independiente de nutrición para las Naciones Unidas, entre otros. Al final, las empresas de alimentos infantiles tuvieron éxito al frenar la política durante un año, dijo Coitinho. Nestlé dijo en respuesta a la anécdota de Coitinho que “cree que la leche materna es la nutrición ideal para los bebés” y que apoya y promueve los lineamientos de la OMS.
Es difícil sobrestimar el poder económico y el acceso político de los que disfrutan los conglomerados de bebidas y alimentos en Brasil, que son responsables del diez por ciento de la producción económica del país y emplean a 1,6 millones de personas.
En 2014, las empresas de alimentos donaron 158 millones de dólares a miembros del Congreso Nacional de Brasil, un aumento de tres veces en contraste con 2010, de acuerdo con Transparencia Internacional Brasil. Un estudio dado a conocer por la organización el año pasado reveló que más de la mitad de los legisladores federales actuales de Brasil habían resultado electos con donaciones provenientes de la industria alimentaria —antes de que el Tribunal Supremo Federal prohibiera las contribuciones corporativas en 2015—.
El donador más grande de los candidatos del congreso fue el gigante brasileño de la carne JBS, empresa que dio a los candidatos 112 millones de dólares en 2014; Coca-Cola dio 6,5 millones en contribuciones de campaña ese año, y McDonald’s donó 561.000 dólares.
El escenario estaba puesto para una enorme batalla política cuando, en 2006, el gobierno intentó aprobar regulaciones estrictas a la industria alimentaria para combatir la obesidad y las enfermedades. Las medidas, extraídas de la política previa para amamantar, incluyeron advertencias publicitarias para informar a los consumidores acerca de alimentos altos en azúcar, sal y grasas saturadas, así como restricciones publicitarias para disminuir el atractivo de alimentos altamente procesados y bebidas azucaradas, específicamente los que están dirigidos a los niños.
Tomando como ejemplo la exitosa iniciativa del gobierno para reducir la mercadotecnia relacionada con el tabaco, las nuevas regulaciones habrían prohibido que marcas como Pepsi y KFC patrocinaran eventos deportivos y culturales.
“Creímos que Brasil podría ser un modelo para el resto del mundo, un país que pone el bienestar de sus ciudadanos por encima de todo lo demás”, dijo Dirceu Raposo de Mello, entonces director de la Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria, conocida ampliamente mediante el acrónimo en portugués Anvisa. “Desafortunadamente, la industria alimentaria no pensaba lo mismo”.
Las empresas de alimentos adoptaron un perfil bajo y se reunieron en la Asociación Brasileña de Industrias de Alimentos, un grupo de cabildeo cuya junta de vicepresidentes incluyó a ejecutivos de Nestlé; Cargill, el gigante estadounidense de la carne, y Unilever, el conglomerado europeo de alimentos que tiene marcas como Hellmann’s, aceite Mazola y Ben & Jerry’s. La asociación declinó comentar para este artículo.
Durante los primeros días de audiencias públicas, la industria parecía estar negociando las regulaciones de buena voluntad pero, en privado, los activistas de salud afirman que abogados corporativos y cabilderos se enfrascaban en una pelea desde varios ángulos para descarrilar el proceso.
Los académicos financiados por la industria comenzaron a aparecer en la televisión para tachar las reglas de ser económicamente desastrosas. Otros expertos escribieron editoriales en los diarios en los que insinuaban que el ejercicio y una educación más estricta por parte de los padres podrían ser más efectivos que las regulaciones destinadas a combatir la obesidad infantil.
La consigna más efectiva de la industria, dicen los analistas, fue su denuncia estridente de que las restricciones publicitarias propuestas eran censura. La acusación tuvo una resonancia particular dadas las casi dos décadas de dictadura militar en Brasil que terminó en 1985.
En una reunión, un representante de la industria alimentaria acusó a Anvisa de intentar subvertir la autoridad paterna, al decir que las madres tenían el derecho de decidir qué darles de comer a sus hijos, recordó Vanessa Schottz, una defensora de la nutrición. En otra reunión, dijo, un representante de la industria de los juguetes denunció las reglas publicitarias propuestas y dijo que les quitarían a los niños brasileños los juguetes que a veces acompañaban a la comida rápida. “Dijo que estábamos acabando con los sueños de los niños”, recordó Schottz. “Estábamos perplejos”.
Perseguida por las críticas, Anvisa retiró las restricciones a finales de 2010; lo único que permaneció fue una propuesta que solicitaba que la publicidad incluyera una advertencia sobre la comida y bebidas no saludables.
Entonces llegaron las demandas.
A lo largo de varios meses, un conjunto desigual de grupos industriales interpuso once demandas contra Anvisa. Los denunciantes incluían a la Asociación Brasileña de Fabricantes de Galletas, el grupo de presión de productores de maíz y una alianza de empresas de chocolate, cacao y dulces. Algunas de las demandas argumentaban que las regulaciones violaban protecciones constitucionales en torno a la libertad de expresión, mientras que otras dijeron que la agencia no tenía la autoridad para regular las industrias de alimentos y publicidad.
Aunque los defensores en materia de salud dicen que la litigación no era totalmente inesperada, estuvieron cegados por la respuesta del principal abogado del gobierno federal, el fiscal general Luís Inácio Adams, quien fue designado por la presidencia. Poco después de que las reglas propuestas se publicaron de manera oficial en junio de 2010, Adams se puso del lado de la industria. Unas cuantas semanas más tarde, una corte federal suspendió las regulaciones y citó la opinión redactada de Adams, la cual sugería que Anvisa no tiene la autoridad para regular las industrias de alimentos y publicidad. Adams declinó comentar para este artículo.
Raposo de Mello, expresidente de la Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria (Anvisa), dice que lo sorprendió el cambio de parecer de Adams, dado el apoyo duradero que el fiscal general le había brindado a Anvisa. Siete años más tarde, con la mayoría de las once demandas aún sin resolverse, las regulaciones siguen estando congeladas.
“La industria realizó una maniobra de evasión contra el sistema”, dijo Raposo de Mello.
Mientras tanto, la industria de los alimentos y bebidas se hizo más agresiva conforme buscó neutralizar a Anvisa, a la que consideró como su más grande adversario.
En 2010, en medio de la batalla contra las regulaciones propuestas por la agencia, un grupo de 156 ejecutivos empresariales le expresaron sus preocupaciones a la campaña de Dilma Rousseff, quien contendía para el cargo de presidenta.
Marcello Fragano Baird, un politólogo en São Paulo que ha estudiado la campaña de cabildeo de la industria alimentaria contra las regulaciones en materia de nutrición, dijo que Rousseff les aseguró a los ejecutivos que reformaría Anvisa. “Les prometió que ‘limpiaría la casa’ si resultaba electa”, dijo, y agregó que él se enteró del encuentro a través de entrevistas con participantes.
Rouseff ganó y, poco después de su toma de protesta, remplazó a Raposo de Mello con Jaime César de Moura Oliveira, quien desde hacía tiempo era su aliado político y un antiguo abogado de Unilever Brasil, la subsidiaria local de la gigante empresa multinacional de alimentos.
Un vocero de Rousseff declinó facilitar el contacto con ella para realizar una entrevista.
En 2012, Anvisa organizó una exhibición ambulante para combatir la obesidad que hizo paradas en otros edificios gubernamentales en todo el país.
Con el título de Lose Weight Brazil (Brasil, pierde peso), la exposición alabó el ejercicio y la moderación como las claves para atacar la obesidad, pero descartó la evidencia científica dominante acerca de los peligros de ingerir demasiada azúcar, refrescos y alimentos procesados.
¿Quién fue el patrocinador de la exposición? Coca-Cola.
Alimentos irresistibles, dietas con muchas grasas
A más de 1600 kilómetros al sur de Fortaleza, los efectos de los hábitos alimentarios cambiantes son evidentes en un centro comunitario pintado con colores brillantes en el centro de São Paulo, la ciudad más grande de Brasil. Todos los días, más de un centenar de niños llenan los salones de clases de la guardería, cantan el abecedario, juegan y toman siestas grupales.
El programa, dirigido por una organización brasileña sin fines de lucro, tenía una misión clara cuando comenzó a principios de los noventa: acabar con el hambre entre los niños de algunos de los vecindarios más empobrecidos de la ciudad.
Actualmente, muchos de los que asisten a la escuela son considerablemente regordetes y, los nutriólogos del plantel indican, algunos son preocupantemente pequeños de estatura para su edad; es el resultado de dietas abundantes en sal, grasa y azúcar, pero carentes de la nutrición necesaria para un desarrollo saludable.
El programa, operado por el Centro para Recuperación y Educación Nutricional, incluye a niños prediabéticos de 10 años de edad con peligrosos hígados grasos, adolescentes con hipertensión y niños tan mal nutridos que tienen problemas para caminar.
“Están llegando hasta bebés, que es algo que nunca antes habíamos visto”, dijo Giuliano Giovanetti, quien se encarga de la difusión y la comunicación del centro. “Es una crisis para nuestra sociedad porque estamos produciendo una generación de niños con habilidades cognitivas dañadas que no alcanzarán a desarrollar todo su potencial”.
Casi el nueve por ciento de los niños brasileños eran obesos en 2015, un aumento de más del 270 por ciento desde 1980, de acuerdo con un estudio reciente por parte del Instituto para Métricas y Evaluación de Salud en la Universidad de Washington. Eso pone al país a una distancia dramática respecto de Estados Unidos, donde el 12,7 por ciento de los niños eran obesos en 2015.
Las cifras son aún más alarmantes en las comunidades atendidas por el centro: en algunos vecindarios, el 30 por ciento de los niños son obesos y otro 30 por ciento está desnutrido, de acuerdo con los datos de la organización, que encontró que 6 por ciento de los niños obesos también estaban desnutridos.
Los crecientes índices de obesidad se asocian en gran medida con las mejoras en la economía, conforme las familias con mayores ingresos adoptan la practicidad, el estatus y los sabores que ofrecen los alimentos empaquetados.
Los padres ocupados llenan a sus hijos con sopas instantáneas y nuggets de pollo congelados, comidas que a menudo se acompañan de bebidas azucaradas. El arroz, los frijoles, la ensalada y las carnes a la parrilla —partes esenciales de la dieta brasileña tradicional— están perdiendo terreno, de acuerdo con lo que unos estudios han descubierto.
El problema se agrava a causa de la violencia desenfrenada en las calles, que mantiene a los niños pequeños encerrados en sus casas.
“Simplemente es demasiado peligroso dejar que mis hijos jueguen en la calle, así que pasan todo su tiempo libre sentados en el sillón jugando videojuegos y viendo la televisión”, dijo Elaine Pereira dos Santos, de 35 años, la madre de dos niños, de 9 y 4 años, ambos con sobrepeso.
Isaac, de 9 años, pesa 63 kilos y solo puede usar ropa fabricada para adolescentes. Dos Santos, quien trabaja en la farmacia de un hospital, recorta las piernas de los pantalones para que le ajusten a su hijo.
Como muchas madres brasileñas, se alegró al ver que Isaac comenzó a subir de peso cuando era más pequeño, poco después de que probó sus primeras papas a la francesa de McDonald’s. “Siempre pensé que cuando se trata de los bebés, cuanto más gordos mejor”, dijo. Felizmente satisfizo sus hábitos alimentarios, que incluían visitas frecuentes a lugares de comida rápida y prácticamente nada de frutas ni vegetales.
Sin embargo, cuando comenzó a tener problemas para correr y se quejó de dolores en las rodillas, Dos Santos supo que algo estaba mal. “La parte más difícil son las burlas de los otros niños”, comentó. “Cuando salimos de compras, incluso los adultos lo señalan y lo observan”, o lo llaman gordinho (gordito).
En la guardería de São Paulo, los trabajadores de atención médica mantienen registros acerca del desarrollo físico y cognitivo de los niños, mientras que los nutriólogos les enseñan a los padres cómo preparar comidas baratas y saludables. Para algunos niños, la cocina de pruebas del centro les proporciona su primer contacto con el repollo, las ciruelas y los mangos.
Uno de los desafíos fundamentales es convencer a los padres de que sus hijos están enfermos. “A diferencia del cáncer u otras enfermedades, esta es una discapacidad que no se ve”, dijo Juliana Dellare Calia, de 42 años, una nutricionista que trabaja con la organización.
Aunque los miembros del personal dicen que el programa ha logrado cambios significativos en la manera en que se alimentan las familias, muchos niños de cualquier manera enfrentarán una batalla de por vida con la obesidad. Eso se debe a que un conjunto creciente de investigaciones sugieren que la desnutrición infantil puede provocar cambios metabólicos permanentes, reprogramando el cuerpo para que el exceso de calorías se convierta más fácilmente en grasa corporal.
“Es la respuesta del cuerpo a lo que percibe como inanición”, dijo Dellare Calia.
El dinero manda
Aunque los expertos en nutrición lamentan la creciente crisis de obesidad —y los costos médicos potenciales a largo plazo— un aspecto de la revolución de alimentos procesados es innegable: la expansión de la industria proporciona un beneficio económico a corto plazo para las personas en todo el espectro socioeconómico. Nestlé, que afirma emplear a 21.000 personas en Brasil, inició hace dos años un programa de becarios que ha entrenado a 7000 personas menores de 30 años.
Cerca del fondo de la cadena alimenticia está Da Silva, la vendedora de Fortaleza, quien se siente optimista acerca del futuro a pesar de las crecientes preocupaciones por su salud. La vida ha sido una lucha desde que renunció a la escuela a los 14 años, cuando se embarazó de su primer hijo. Ahora habla de arreglarse los dientes que le faltan y que afectan su sonrisa, así como comprar una casa adecuada, una que no gotee durante las fuertes lluvias.
Todo gracias a su trabajo con Nestlé. “Por primera vez en mi vida, siento esperanza e independencia”, dijo. Está consciente de la conexión entre su dieta y sus persistentes problemas de salud, pero insiste en que sus hijos están bien nutridos y señala los productos de Nestlé en su sala. Ser vendedora de Nestlé tiene otra ventaja: las galletas, el chocolate y los pudines que a menudo sostienen a su familia se compran por mayoreo.
Con una cartera de clientes en expansión, Da Silva ha puesto la mira en una nueva meta, una que, según ella, aumentará el negocio aún más. “Quiero comprar un refrigerador más grande”.
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