Entre sopitos, y a la salud de Pedro Páramo

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Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. No dejes de ir a visitarlo -me recomendó-. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte. Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo después que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.

(…)

Yo imaginaba ver aquello a través de los recuerdos de mi madre; de su nostalgia, entre retazos de suspiros. Siempre vivió ella suspirando por Comala, por el retorno; pero jamás volvió. Traigo los ojos con que ella miró estas cosas.

(…)

Me enterraron en tu misma sepultura y cupe muy bien en el hueco de tus brazos. Aquí en este rincón donde me tienes ahora. Sólo se me ocurre que debería ser yo la que te tuviera abrazado a ti. ¿Oyes?. Allá afuera está lloviendo.

(…)

Tengo la boca llena de ti, de tu boca. Tus labios apretados, duros como si mordieran oprimidos mis labios… Trago saliva espumosa; mastico terrones plagados de gusanos que se me anudan en la garganta y raspan la pared del paladar… Mi boca se hunde, retorciéndose en muecas, perforada por los dientes que la taladran y devoran. La nariz se reblandece. La gelatina de los ojos se derrite. Los cabellos arden en una sola llamarada.

Simplemente párrafos recogidos de un texto  que al pobre entender literario tomatero, pues a la literatura no nos dedicamos, quizás sea uno de las más portentosas novelas escritas en castellano, Pedro Páramo (1955) del genial mexicano Juan Rulfo (1917-1986); sí, una obra sin la cual no entenderíamos jamás ninguna de las corrientes más profundas de nuestra América.

Jorge Luís Borges, que conoció a Rulfo en México, en 1973, escribió: Pedro Páramo es una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aun de toda la literatura.

El periodista y escritor mexicano Juan Villoro escribió para el Instituto Cervantes: Las 159 páginas de Pedro Páramo son atravesadas por ánimas en pena, caballos desbocados, prófugos que regresan a su atroz punto de partida. Territorio donde los tiempos y las identidades se diluyen, la novela sigue el curso circular del mito; nada lineal (ninguna trama con sentido de la consecuencia) puede pasar en ella porque sus personajes han sido expulsados de la Historia; encarnan «un puro vagabundear de gente que murió sin perdón y que no lo conseguirá de ningún modo». El dominio de Comala es refractario a lo que viene de fuera; quien pisa sus calles se somete a una temporalidad alterna, donde los minutos pasan como una niebla sin rumbo; los personajes, muertos a medias, carecen de otra posteridad que la queja, los rezos y murmullos con los que buscan salir de ese dañino portento, merecer el polvo que ahogue sus palabras, guardar silencio, morir al fin.

No podemos con nuestras pulsiones ni mucho menos con nuestras ciertas vulgaridades, digamos; y por eso de Pedro Páramo, que es un viaje sí pero alrededor del poder y el mal como silencios, en clave tomatera recogimos esta breve frase: Trabajando se come y comiendo se vive.

Para robarle luego a los colegas de Gourmet de México y en texto de Desiree Perea lo siguiente acerca del comer en Comala: Y los sopitos, un antojito callejero del estado de Colima…No es tan grueso como un sope, ni tan crujiente para ser una tostada, simplemente son sopitos. Una receta que nació en el municipio de Villa de Álvarez, en Colima. En primer lugar hablaremos de su anatomía, la base se forma con una tortilla delgada de 5 o 6 centímetros aproximadamente. Dichas tortillas son fritas en aceite o manteca de cerdo. Una vez listas, se comienza la preparación de la carne que los acompaña. Es un poco incierto la carne que se utilizaba originalmente, puedes encontrarte con recetas que incluyan carne de cerdo deshebrada u otras que opten por carne de res molida. Ambas recetas son una delicia en su máximo esplendor (…). Es momento de pasar al armado, se coloca la tortilla como primer piso, después se añade la carne y comienza la parte decorativa, que a su vez aporta sabor. Se añade la col finamente picada, un poco de cebolla y queso rallado. Al final se corona con una rebanada de jitomate fresco para después bañar en salsa por completo los sopitos.

Y tan buena onda somos en la Revista Tomate que aquí les dejamos un diálogo de rechupete…

Rulfo: Maestro, soy yo, Rulfo. Qué bueno que ya llegó. Usted sabe cómo lo estimamos y lo admiramos.

Borges: Finalmente, Rulfo. Ya no puedo ver un país, pero lo puedo escuchar. Y escucho tanta amabilidad. Ya había olvidado la verdadera dimensión de esta gran costumbre. Pero no me llame Borges y menos «maestro», dígame Jorge Luis.

Rulfo: ¡Qué amable! Usted dígame entonces Juan.

Borges: Le voy a ser sincero. Me gusta más Juan que Jorge Luis, con sus cuatro letras tan breves y tan definitivas. La brevedad ha sido siempre una de mis predilecciones.

Rulfo: No, eso sí que no. Juan cualquiera, pero Jorge Luis, sólo Borges.

Borges: Usted tan atento como siempre. Dígame, ¿cómo ha estado últimamente?

Rulfo: ¿Yo? Pues muriéndome, muriéndome por ahí.

Borges: Entonces no le ha ido tan mal.

Rulfo: ¿Cómo así?

Borges: Imagínese, don Juan, lo desdichado que seríamos si fuéramos inmortales.

Rulfo: Sí, verdad. Después anda uno por ahí muerto haciendo como si estuviera uno vivo.

Borges: Le voy a confiar un secreto. Mi abuelo, el general, decía que no se llamaba Borges, que su nombre verdadero era otro, secreto. Sospecho que se llamaba Pedro Páramo. Yo entonces soy una reedición de lo que usted escribió sobre los de Comala.

Rulfo: Así ya me puedo morir en serio.

Jorge Luis Borges y Juan Rulfo fallecieron en 1986.

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