Passatelli, abuelas y La hija del Corsario Negro

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Víctor Ego Ducrot

Pasado de moda el plato. No lo dudo, y que notable sería que algún lector me desmintiese. ¿Quiénes se acuerdan de los passatelli, sobre todo entre los humanos de por esta tierras, hijos, nietos o bisnietos de ítalos seres?

Por mi parte les juro y nada de hoy un juramento mañana una traición que ni idea tenían ni mi gusto ni mi memoria pejerreyesca acerca del platillo que les refiero, pues sabrán ustedes que los de mi especie orgullosos estamos de parecernos al Funes aquél – Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, sólo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto) con una oscura pasionaria en la mano…- pero más propensos somos a las antiguas daciones de la barrosa bahía de Samborombón que a las provenientes de otras lejanas comarcas.

Sin embargo he aquí esta historia porque anoche recibí un llamado de mi amigo Ducrot – hacía días que no hablábamos – y me contó…

Vea don Peje, estaba leyendo en la revista Gambero Rosso, que es buena en serio ¡caramba!, que un chef de esos estrellados con michelines, don Massimo Bottura – quienes saben me han dicho que se trata de un capo – prepara una receta de su nonna Ancella a base de pan rallado, huevos y parmesano; passatelli se llama.

Y sabe qué, don Peje, esa lectura me llevó hasta el barrio de porteño de Palermo, oí el paso de un tranvía y el ruido que hicieron los vidrios de una ventana en la casa de la doña Pepa, aquella tarde que al Lavandina le falló su famosa puntería con la pelota durante el picado callejero.

Soy un chef italiano nacido en Módena. Crecí debajo de la mesa donde mi abuela Ancella extendía la masa. Allí empezó mi sueño, dice el chef Bottura.

Y se me ocurre. A mi abuela le decían Lina y fue lombarda. Y aquél mediodía de las imprecaciones en gallego de la doña Pepa contra los pequeños que jodíamos con la pelota, ella estuvo en la cocina.

Amasó pan rallado, huevos y queso parmesano, con un algo de ralladura de limón, nuez moscada y pimienta.

Entre dedos y tenedor de esa masa surgieron ciertos desmañados fideíllos que Lina nos dijo, se llaman passatelli.

Y los dispuso durante unos pocos minutos en una olla con caldo de gallina bullente.

La mejor de las sopas para críos perseguidos por la furia de una vecina dispuesta a todo, mejor dicho a nada saludable para el piberío rumboso.

Ya que estamos de memorias, don Peje, después de semejante almuerzo llegó la siesta que era caso obligatoria; por suerte, porque gracias a ella me quedaba a solas con La hija de Corsario Negro (gracias maestro don Emilio Salgari).

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