Los frijoles son balas, el queso es pólvora y la tortilla el cartucho

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Víctor Ego Ducrot

Esto no es una perra más de Teofilito. Es la mera verdad. La certera historia de las baleadas, el platillo de todo momento y más celebrado de los hondureños, los habitantes del país centroamericano que sabe a leyenda porque, como pocos, tal vez como ninguno por estas tierras americanas, hace de sus ritos una forma de vida.

Ya volveré sobre ello, y sobre las baleadas, que al fin y cabo son materia y alma de la presente historia, pero antes ciertas aproximaciones a las perras de Teofilito y a aquello de los ritos. Os lo prometo, trataré de ser breve.

Teófilo Trejo (1941-2016), de Honduras el hombre, entre otras cosas fue el primer secretario general de la Central Nacional de Trabajadores del Campo (CNTC) y una suerte de cronista oral de su tiempo y del pasado, enunciador de relatos para quienes quisiesen oírlo, entre verdades e invenciones; sus perras, las que, finalmente y como acto de justicia poética, la propia organización sindical decidió publicar: Las perras de Teofilito (Editorial Guaymuras; Tegucigalpa; 1988).

Sí, los mayas

Por esas cosas del oficio de escribidor, estuve hace muy poco por esa ciudad que parece bailarina entre calles que suben y bajan y colinas de verde intenso, justo para el día de la Independencia hondureña, el 15 de septiembre, como homenaje a aquella jornada del año 1821 y a su líder, Francisco Morazán.

El acto tuvo lugar en el Estadio Nacional y, como cada año, se extiende durante casi 12 horas, con el desfile de miles de estudiantes, danzas y paradas cívico – militares. Las máximas autoridades políticas participan sin apartarse ni un instante de la celebración.

De una celebración que, me contaron, desde siempre los hondureños viven como propia. Quítanos cualquier cosa menos la fiesta de la Independencia, me dijo alguien que sabe mucho acerca de la vida de su gente, al que no menciono por señas particulares porque no estoy autorizado para hacerlo.

Ya de vuelta al hotel, tras marchar entre multitudes y automóviles que sólo por algún milagro del cielo centroamericano podían transitar, terminé de entender (creo) lo que acababa de vivir.

El acto en el Estadio Nacional recreó los instantes y formas con las que se reunían los mayas en momentos de convocatorias sagradas; la multitud festiva protagoniza una sinfonía, recrea el templo.

Y entonces también entendí. Los hondureños guardan una suerte de sabiduría silenciosa: adoran (y quizás sean) sus propios ritos, tanto que Morazán, el prócer de la Independencia no vive en el bronce como en general sucede por otros lares, sino que está presente en la conversación cotidiana y hasta en un festival de rocanrol, tal cual pude advertirlo en el Café Paradiso, fundado por el fallecido poeta Rigoberto Paredes y su esposa, la escritora Anarella Vélez Osejo, actual ministra de Cultura. Ella en los altos del Café, con vista a sus mesas y actividades.

Por supuesto extendí mi mirada, mis intentos de comprensión, hasta los solares de la coquinaria, al fin de cuentas nuestro tema, y llegué a la siguiente conclusión provisoria, como lo son todas si confiamos en la razón como dialéctica.

La opulencia de las fiestas y los banquetes que en el pueblo son ocasionales, y el comer y beber de todos los días comparten un mismo espíritu, el de la consagración de la mesa como aclamación y festejo; otra vez, como rito.

Ahora sí, de vuelta a los inicios del texto

A la verdadera historia de las baleadas, como conjetura entre conjeturas y leyendas, que esos suelen ser los orígenes históricos de todo plato, platillo, copa y mantel tendido.

En tiempos bananeros, cuando la United Fruit Company y la Standard Fruit Company, explotaban tierras, varones y mujeres de Honduras – leed Prisión Verde (1945), la gran novela de Ramón Amaya Amador (1916-1966)-, en las plantaciones el comer básico consistía en tortillas de trigo con lo que hubiere para armar lo que los mexicanos llaman taco, y eran de trigo porque de trigo era la harina a la que los trabajadores tenían acceso en esa región.

Cuentan que una mujer dejó aquellos parajes para instalarse en San Pedro Sula, en el norte y segunda ciudad del país. Se ganaba la vida proponiendo versiones más elaboradas y ricas en sazones para aquellas tortillas de trigo…

Resulta que un día recibió un par de balazos cuando intentaron robarle y desde aquél entonces sus clientes habituales comenzaron a pedir las tortillas de la baleada

Circulan otras versiones de la misma historia, una de ellas dice que fueron inventadas por una tal  Doña Tere, en la década del ’60, la misma que habría dicho que se llaman baleadas porque, los frijoles son las balas, el queso rallado es la pólvora y la tortilla es el cartucho. No me convence pero la expresión me enamoró y por eso el título de esta suerte de crónica tomatera.

Nadie puede resistirse a esa tortilla de diámetro generoso, a la plancha o comal que pela, y entre su doblez, como las disfrute en Tegucigalpa, con frijoles refritos, queso, carnitas, huevo y aguacate.

Y acompañadas por…

¡Atención con lo que sigue y me despido, porque se trata de otra mención poética y de imaginería absoluta!…

Por una par Salvavidas heladas, o al tiempo, como prefieran.

La página digital Cervecería Hondureña así nos dice…

SalvaVida es la primera y original cerveza de Honduras. Desde 1916, SalvaVida ha estado uniendo a los hondureños para celebrar y disfrutar al máximo con un verdadero estilo «catracho» (así dícense de sí mismos los hondureños).

SalvaVida nació 1916, en el contexto y auge de las explotaciones bananeras, por iniciativa de dos hermanos inmigrantes italianos, Salvatore y Vicente D’Antoni.

Hay varios mitos sobre cómo surgió el nombre SalvaVida. Uno que proviene de un salvavidas que cayó sobre la cabeza de los hermanos mientras conversaban sobre el proyecto cervecero. Otro sugiere que SalvaVida es un juego entre las primeras letras de los nombres Salvatore y Vicente D’Antoni.

Fuere cual fuere la verdad, la cerveza y las baleadas provienen de una misma historia, de cuando las bananeras estadounidenses expoliaban tierra y vidas hondureñas.

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