Sí al sushi, sí al pop; nunca más Sushi-Pop

Sí al Sushi, sí al pop; nunca más Sushi-Pop

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Mariana Baranchuk

Comer y beber con gente querida es una ceremonia pagana que solemos regalarnos. Se trata de encuentros diversos como diversos son los afectos. Con unos se prueban distintos bodegones; otros encuentros son para lugares temáticos. Hay con quienes cenás unas empanadas con champán y con quienes el tinto es obligación.

Ni hablemos de lo que sucede en la ya comentada casa de Drácula y La Poeta; o en esa otra de El Pejerrey Empedernido y su escritora, pero en ambos casos se trata de palabras mayores del encuentro culinario. En ocasiones menos dantescas hay días para picadas y Gin Tonic; o para armar entre risotadas un rejunte con lo que haya en la heladera.

A mi amiga A.  y a mí, nos encanta el sushi. Y solemos pedirlo para que lo traigan a  domicilio (sí, el llamado delivery). Eso fue lo que decidimos en nuestro último encuentro.

Había mucho para charlar y ponerse al día así que un Petit Verdot de bodega Stocco de Viani y cuarenta piezas de sushi eran una gran opción.

Hay muchas empresas japonesas y pseudo japonesas que prestan ese servicio y Sushi-Pop no es la mejor –aunque sí la más popular; pero tampoco es la peor como sostiene mi hijo J. Se trata de no elegir el combo más económico, tirarse a los dos o tres mejores y se zafa bien en cuanto a sabores. No es ese tema el que me hizo sacarle tarjeta roja. Se trata del sistema.

La automatización para el encargo de lo que se desea solicitar es insufrible. Si intentás por la Web nunca te enterás de cuándo marcha el pedido y no sabés si en realidad lo vieron (no soy millennial qué se va a hacer).

Entonces vas al WhatsApp que también está automatizado y te deriva a un operador con el que tampoco hablás. La demora anunciada era de setenta y cinco minutos. Sabiendo que suele ser así, lo pedí temprano.

Ya habíamos bebido más de media botella y el pedido acumulaba cuarenta minutos de retraso, pero unos dedos detrás de la pantalla decían que había salido hacía hora y media.

Peor que el General Alais el muchacho de la moto. Para evitar estragos con el alcohol y gruñidos estomacales por falta de alimento, revisé qué había en mi despoblada heladera y rescaté un poco de queso azul. Como además tenía unas rosquitas anisadas de la panadería La Pompeya, las maridé. Fue un descubrimiento azaroso que recomiendo; va como piña.

De todas formas, seguíamos esperando nuestro sushi y con Los Abuelos de la Nada cantábamos “te esperé bajo la lluvia, dos horas, mil horas”. Bueno no llovía y como el sushi no llegaba, le entramos al pop.

Finalmente llegó y pudimos comer. Con palitos, obvio.

Ya lo dije se deja comer. Si tenés una sucursal cerca y podés ir a buscarlo, es la mejor opción. Nada es barato pero otros son más caros. Si vas a pedirlo a domicilio… no, no lo hagas. Tarda tantísimo y el sistema es desesperante. Cuando encuentre un buen reemplazo lo haré saber. Salú.

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