A la flauta…a la perinola…Mejor “a La Pipeta”

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Del habla rioplatense son los decires del título. Antiguos quizás. Pero eso de perseguir viejos ya lo hizo, y muy bien, Adolfo Bioy Casares en su novela Diario de la guerra del cerdo (1969). Y ya que estamos de fechas por qué no recordar que ese también fue el año del Cordobazo, cuando estudiantes y trabajadores se alzaron en las calles por justicia y democracia; pensar que la nuestra de hoy es una caricatura… y a sufrir.

Pero…yo todo porque loco, loco, loco…Cuando anochezca en tu porteña soledad…Por la ribera de tu sábana vendré…Con un poema y un trombón a desvelar tu corazón

Sí. Por eso y antes de todo lo que se aproxima…

¿Cómo dos extraños?

Me acobardó la soledad y el miedo enorme de morir lejos de ti…¡Qué ganas tuve de llorar sintiendo junto a mí la burla de la realidad! Y el corazón me suplicó que te buscara y que le diera tu querer…Me lo pedía el corazón y entonces te busqué creyéndote mi salvación

El cabaré Marabú funcionó en la ciudad de Buenos Aires, en el 359 de su calle Maipú, desde el ’37 y hasta los ’80 del XX – aún sobrevive pero en estado de metamorfosis –, y fue uno de los emblemas  de la ciudad tanguera, con otros similares, como el Tabarís, el Chantecler, y el Armenonville.

Allí confirmó su debut oficial la orquesta del gran Aníbal Troilo “Pichuco”. Allí se conocieron Enrique Santos Discépolo y Tania, su amor. Allí, e inspirado por una historia que tuvo vida entre sus mesas, José María Contursi escribió la letra de Como dos extraños, la misma que musicalizó Pedro Láurenz y fue estrenada a mediados de 1940.

Sucede que el Marabú funcionó en un subsuelo, y como nosotros hoy estamos de morfa en La Pipeta, que es un subsuelo también, no podemos evitar el recuerdo de cierta poderosa fascinación por los sótanos, los pisos de muy abajo y las cuevas, y ni contarles queremos aquello del  gran Fiódor Dostoyevski y sus memorias, las del subsuelo…¡No, mejor otro día!

Decíamos que estamos de morfa, de manduques, de convivios y de comensalidades, así que, entonces, continuemos con lo nuestro, no sin antes otro rodeo: sí hay expresiones del decir popular muy pasadas de moda; sin embargo que linda suenan, por ejemplo las del título, a la flauta…a la perinola y mejor a La Pipeta, para expresar sorpresas.

¿Sorpresas? Así es, y alegrías al saber que ya hace un tiempo, un par de años quizás, podemos ir a comer a La Pipeta, bodegón emblemático  del micro centro porteño que había cerrado y regresó de puertas abiertas con todas sus leyendas y todos sus cartas especializadas en la vieja culinaria de Buenos Aires, aquella que en uno de sus libros uno de nuestros comensales tomateros definió y explicó como cocina cocoliche.

En una nota publicada en mayo pasado por el sitio Planeta Urbano, el empresario gastronómico Jorge Ferrari, propietario de La Pipeta y otros restaurantes – acaba de reabrir el ABC, tan histórico como el que hoy nos ocupa y será protagonista de un próximo texto de Tomate -, recordaba que  aquél está abierto desde 1961 y es uno de los tres subsuelos de la ciudad de Buenos Aires que se dedican a la gastronomía, junto a los locales gastronómicos y para tragos Florería Atlántico y Uptown, ubicados en otra barriadas de la ciudad capital de los argentino.

Y todo porque volvimos a La Pipeta – y a ver si alguno de los periodistas de antes, que sabemos algunos –pocos- nos leen- se acuerda de aquellas sobremesas de medio día que por allí tenia a varios, entre pingüinos de tinto o blanco y las consabidas milanesas a la napolitana o sus pasteles de papa…o sus pastas con tuco y peso…Bien, ahí siguen…Y celebramos que así sea…Porque volver sí, nunca con la frente marchita.

El Bodegón La Pipeta queda en el número 498 de la calle San Martín, en el Microcentro porteño. Abre cada día de 12 a 00,00 horas. En general no hacen falta reservas y su teléfono es 011 4322-5564.

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