“Cacatúa de lata” para los que cobran cubiertos, el pan aparte y otros currillos

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Sí señores, señoras, señoritos, señoritas y señoríos. Esta afamada publicación digital sobre cocina, gastroenología y demás -¡Ay que finos porque de morfis y escabios ella trata! – acaba de crear y lanzar a consideración buena o mala de los posibles lectores su rejuego de condecoraciones simbólicas, para vivar o pitorrear según los casos a los habitantes varios y variopintos del mundo culinario.

Serán decisiones sensibles. No por la búsqueda de imparcialidad – porque ella en ningún caso periodístico existe, aunque este no sea el paraje apropiado para entreverarnos en disquisiciones académicas –, sino porque la obligada honestidad intelectual exige que, quienes las tomen, enuncien a su vez sus parcialidades, es decir sus puntos de vista, sus opciones ante una pluralidad de posibilidades; en una palabra sus posicionamiento ideológicos.

Y en ese sentido nos anticipamos.

Las evaluaciones para hacerse merecedores de los Tomatitos dorados o las Cacatúas de lata siempre tendrán lugar desde el punto de vista que nos es propio y acerca de cuáles son  los intereses y las necesidades de los comensales.

Es decir, vamos a contracorriente de lo que suele mover a buena parte si no casi a la totalidad de la llamada prensa gastronómica, tanto de la tradicional como la de la nueva era digital.

Restoranes, bares, chiringuitos, tabernas, cantinas, bodegones y borracherías. Almacenes, tenderetes, ferias, mercados – los super y los otros-, mercadillos, lonjas, zocos, y baratillos. Panaderías y bollerías. Verdulerías, pescaderías y tablajerías, que son carnicerías. Vinerías y afines…

En fin, todos aquellos que produzcan o nos provean de santos elementos para el yante y el manduque; para el beber, el escancio, el libar o el chingue…

Todos serán considerados no sólo por la más o menos sabrosura de sus haceres y mercadeos, sino también, y quizás sobre todo, por la lealtad, la observancia y la nobleza que le sean notorias – o carezcan – ante los comensales que en ellos confían…

Y especiales pitorreos recibirán los impostores, que tantos y tan aplaudidos son por quienes los promocionan, pares en malas cualidades entre ellos.

Y a título de última aclaración…

Las denominaciones de nuestras condecoraciones simbólicas reconocen los siguientes orígenes.

Los Tomatitos de oro para vitorear se explican a sí mismos gracias al nombre con que bautizamos a esta revista.

Las Cacatúas de lata porque, en son de humorada, nos inspiramos en la letra del tango Corrientes y Esmeralda (1933), de Francisco Pracánico y el gran Celedonio Flores que dice… En tu esquina rea, cualquier cacatúa sueña con la pinta de Carlos Gardel

Entonces

Damos por abierto o inaugurado este cuadrillo de honores y deshonores que os acercará menciones periódicas, con nuestra primera Cacatúa de lata para un destinatario colectivo.

Para los locales en los que uno se sienta a comer y no te cobran el uso de la silla donde se apoyan culos o asentaderas porque no se animan, pero sí te rapiñan con aquello de cubiertos tanto y cuando no por el pago aparte del servicio de panera; y hasta no hace mucho años con el latrocinio que se llamaba laudo, la suma que se le agregaba a la factura a pagar por el comensal con la excusa de que, supuestamente, estaba destinada a engrosar los ingresos del personal…

Era una forma de cargarle la romana o descargar sobre la clientela la obligación que le correspondía y corresponde a los patrones; y más grave aún, éstos solían embolsarse el laudo en sus propias alforjas.

Se les fue la mano

Y ya nos referiremos en alguna otra ocasión a una cuestión que no es sólo local sino que afecta a los que laboran en gastronomía en distintos puntos del planeta: los salarios insuficientes, las discriminaciones económicas y de otro tipo que sufren las mujeres y las muchas veces precarias condiciones generales de trabajo.

Para el fin por esta vez

Por suerte no estamos solos en nuestra demanda de justicia gastronómica.

Fijaos en lo que acaba de escribir el colega Carlos Maribona en la edición del 7 de agosto último de la muy buena revista española Siete Caníbales:

Aperitivo de la casa y pan artesano, X euros por persona. Una frase habitual en las cartas de los restaurantes. Aperitivo que muchas veces no pasa de unas míseras aceitunas. Se trata de un viejo debate, ¿se debe cobrar el pan aparte cuando la factura final se va a ir alegremente por encima de los 80 euros? No digamos nada cuando en un menú degustación que supera de largo los cien euros encontramos que el pan se añade como un coste extra en la factura.

Surge entonces la duda ¿Y si sólo quiero pan pero no aperitivos? ¿Los puedo devolver para que no me los cobren? La verdad es que la costumbre de cobrar el pan se extendido en los últimos años. En algunos sitios al menos se hace constar en la carta, pero no siempre es así. En la cuenta impresa de un restaurante que visité recientemente encontré reflejado un cargo de 18 euros en concepto de “pan, servicio y aperitivo”. Cuatro comensales, cuatro euros y medio por persona, más que la caña de cerveza y lo mismo que una copa de vino.

Ahora sí hasta la próxima y como la presente Cacatúa de lata tuvo destinatario colectivo, al que le quepa el sayo, que se lo ponga.

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