Si Echeverría viviese, hoy se sentaría a comer en el Rodi Bar

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Y qué comensal destacado sería don Esteban, tanto que para uno de los mejores críticos, académico y él mismo notable narrador también, David Viñas (1927-2011), aquél fue uno de los fundadores de la literatura argentina.

Efectivamente, para Viñas nuestra literatura nace con Esteban Echeverría (1805-1851), con su texto El Matadero, escrito entre 1838 y 1840, pero publicado recién en 1871.

Sin embargo, no es por ese relato, de profundo dramatismo político y social ubicado en la Argentina convulsionada de Juan Manuel de Rosas, que jugamos con la idea de un Echeverría habitué del Rodi Bar, emblemático bodegón porteño del barrio Recoleta, justo en la esquina que forman las calles Vicente López y Ayacucho.

Ahí seguro hubiese ido a comer un medio día soleado de Buenos Aires, para celebrar que finalizó su Apología del matambre (Obras Completas de Esteban Echeverría; Editor: Carlos Casavalle; Buenos Aires, 1870-1874): texto que para algunos es inclasificable,  a nuestro entender quizás sea el iniciador del periodismo y de la literatura gastronómica argentina.

Estas son sus primeras líneas: Un extranjero que ignorando absolutamente el castellano oyese por primera vez pronunciar, con el énfasis que inspira el nombre, a un gaucho que va ayuno y de camino, la palabra matambre, diría para sí muy satisfecho de haber acertado: éste será el nombre de alguna persona ilustre, o cuando menos el de algún rico hacendado. Otro que presumiese saberlo, pero no atinase con la exacta significación que unidos tienen los vocablos mata y hambre, al oírlos salir rotundos de un gaznate hambriento, creería sin duda que tan sonoro y expresivo nombre era de algún ladrón o asesino famoso. Pero nosotros, acostumbrados desde niños a verlo andar de boca en boca, a chuparlo cuando de teta, a saborearlo cuando más grandes, a desmenuzarlo y tragarlo cuando adultos, sabemos quién es, cuáles son sus nutritivas virtudes y el brillante papel que en nuestras mesas representa.

Por cuestiones de tiempos y épocas Echeverría no pudo concurrir al Rodi Bar, pero algunos de los tomateros, en ocasión de nuestros almuerzos habituales, sí lo hicimos y al tinto breve, porque luego había que seguir transcurriendo el día, lo acompañamos con un matambre con ensalada rusa más que recomendable.

Ese medio día, con eso nos bastó. En oportunidades anteriores acometimos con entradas, platillos y postres que convierten a  ese local abierto desde mediados de la pasada década de ’60 en uno de los mejores bodegones porteños de los pocos que en verdad subsisten con sus viejas tradiciones.

Entre ellas la de contar con camareros de oficio, en sintonía delicada con sus clientes; y como si todo eso fuese poco, a precios más que razonables en esta Argentina que, no nos cansamos de escribir, vive en manos del desquicio inflacionario.

Sobre la historia del Rodi Bar, encontramos un artículo publicado por el diario La Nación el 10 de marzo de 2022, que dice: José García Iglesias, de 78 años, uno de los cinco socios fundadores, recorre de un lado a otro del salón. Conoce cada rincón, aún más que el comedor de su propio hogar. “Este bar es mi casa”, afirma, mientras se ubica en una de las mesas rectangulares frente a la ventana. A su lado, colgadas prolijamente en la pared, hay fotografías con recuerdos: con su hermano, cuñados, los primeros años del bar y hasta una con Antonio Carrizo, que siempre pedía pastel de papas y lentejas. Tras beber un café, comienza poco a poco a recordar su historia. Nació en el municipio de Valga, Pontevedra, España y con 12 años se embarcó junto a su madre y hermanos rumbo a Buenos Aires. “Llegamos en mayo de 1956. Papá había venido en el 50 y ya estaba trabajando en un barcito en el barrio de Villa Pueyrredón. Mamá arrancó a ayudarlo con las comidas y con mis hermanos nos encargábamos de los mandados”, cuenta. Al tiempo, el carnicero del barrio lo tomó para hacer repartos. “Me ganaba unos 20 pesos de aquella época y también mercadería fresca para la familia. Paralelamente terminé la escuela en el turno noche… Poco a poco su hermano, Manuel, incursionó en la gastronomía: primero en el sector de sandwichería en un bar del Microcentro y luego de mozo en una pizzería por Barrio Norte. Hasta que se le presentó la oportunidad de comprar el fondo de comercio de un bar, junto a otros socios españoles, en una pintoresca esquina de Recoleta. “El 31 de julio de 1967 arrancamos con la nueva sociedad. Le dejamos el nombre que tenía: Rodi”, rememora.

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