De pizza y memorias…en Burgio

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Justo sobre la esquina de enfrente existía también la Génova y era muy buena, quizá tanto como su vecina, pero tal cual sucede en el planeta restaurador desde su mismísimos orígenes, hay sitios con ángel y otros desangelados; a veces hasta el extremo de que los segundos son páramos y los primeros un sinnúmero constante de comensales.

Sobre esa relación entre aquella Génova, sabrán dios o el diablo que se hizo de ella, y la pizzería Burgio, podría decirse que fue de un tipo muy particular, casi que los ángeles para una y otra se repartían por tribus; convivíamos en la esquina que forman la Avenida Cabildo y la calle Monroe, en el barrio porteño de Belgrano, los burgianos y los genoveses, y esta memoria pizzera tiene ancestros muy definidos: burgianos.

Hace años, cuando las porciones de muzza y fainá sabían a rabona – no queremos decir rata por lo feas que son, ni tampoco aludir al cruzado disparo futbolero -, es decir a faltazo al cole pero en la clandestinidad, pues seguros estábamos, ¡ay que ingenuos!, que en casa nos creían entre escuadras, compases y mapas.

Luego, ya un poco más amplios en eso del gusto pizzero, pues comenzamos a incursionar en la fugazzetta rellena y en la de anchoas, nuestros bocados se entrelazaban con esas bizantinas y nunca con sentido discusiones futboleras, cuando los sábados salíamos de la cancha de Platense, que estaba en Saavedra, o los domingo de la de River, que estaba donde está.

Siempre, en Burgio, comer sabia a gloria, pero hubo que aguardar que transcurriera un tiempo para saber por sí o por no si lo nuestro era más por el rito que por la pizza, hasta que por fin se supo; sí, único el rito, pero, además, notable el comer burgiano.

Supimos que un día cerró y otro día, un empresario gastronómico joven la reabrió – ya algo escribiremos al respecto -, y hace muy poco volvimos. Un medio día de sol, de los pocos que el maldito agosto del Sur este año nos entregó.

Obertura…Más porteño que el bondi y el Obelisco, porque se trata una muestra cabal de la tradición pizzera de Buenos, en la actualidad conviviente con otros estilos, pero inconfundible por su naturaleza: masa alta – al molde que le dicen –, sin harinas de fuerza ni levados especiales, abundancia en salsa de tomates y mozzarella, infaltable el orégano y el salpicado de aceitunas…

Quienes anden de amores con otros estilos, tan de moda entre la comensalidad digamos que joven y sobre todo sometida a los aires de las redes sociales y yerbas parecidas, pues abstenerse, aunque de esa manera nunca sabrán lo que se perdieron.

Recitativo…Una historia de lealtades, pues ante un mapa pizzero porteño que en general ofrece serios deterioro en sus calidades, Burgio nuevamente queda a salvo de semejantes acechanzas y sobre todo es leal, leal con su pasado…Son pocos los lugares de antaño y sobrevivientes que saben mantenerse tal cual fueron: en sus sabores, texturas y estilos…Esta pizzería del viejo Belgrano es uno de ellos.

Aria…Nació…y renació…Había abierto sus puertas en 1932, año en el que nació el hacedor de Mafalda, los radicales intentaron ponerle fin temprano a lo que fue la maldita Década infame y River ganó el segundo campeonato del fútbol profesional…Cerró en 2021 y pocos meses después, ya en 2022, se hizo la luz y volvió a encenderse su horno a leña, marca en el orillo de Burgio.

Coro…Celebramos el gusto y la memoria porque… Como contó Silvina Vitale en el diario La Nación hace casi dos años: Gonzalo Louro, un joven de 33 años proveniente de una familia de gastronómicos (su padre fue el dueño de la original Kentucky, de la Avenida Santa Fe y Oro, antes de que se convirtiera en la bazofia en cadena que es hoy) se sintió tocado (cuando supo que Burgio había cerrado). “Soy de Villa Urquiza y, cuando era chico, la salida familiar era ir a pasear a Av. Cabildo, y, por supuesto, ir a comer pizza a Burgio, cuenta

Claro, así fue que la reabrió en su lugar de siempre, Avenida Cabildo 2477…Y ya lo escribimos, allá fuimos un medio día, por sus sabores y nuestra memoria.

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