“Cierren la orto” diariuchos…Güerrín sí fue, pero ahora sólo es marketing

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Las malas palabras no existen porque no hay palabras buenas ni malas y por eso la expresión contunde del título, que es un hallazgo porteño gracias al castellano de nuestro gran amigo Palito Lin, ex marinero pescador, supermercadista – “chino”, claro – y en la actualidad hombre clave para la descollante cocina de su hijo Juance, quien en el barrio de Almagro (sobre Salguero al 500, a media cuadra de la plaza) ofrece la mejor coquinaria asiática de Buenos Aires.

Cierren la orto (versión en plural del original cerrá la orto) significa, por supuesto, cierren el orto, que a su vez no significa otra cosa que callate la boca o esto no es para vos, no me importa lo que digas (o escribas, jaijaraijajá), pero dicho con el gracejo lépero de una picaresca neolunfarda.

Hace pocos días la revista británica e internacional Time Out, muy buena en guías y recomendaciones de espectáculos y esparcimientos, aseguró que la pizzería Güerrín, de la porteñísima pero desde años degradada calle Corrientes, es una de las mejores del mundo.

Es que Time Out sabrá de cines, teatros y hasta de restaurantes pero de pizzas ni ostias, pareciera apenas saben distinguir una de muzza de un cono de cartón grasiento con fish and chips.

Pero más grave es lo que hacen en forma pertinaz casi todos los medios periodísticos de Buenos Aires y de la Argentina completita.

Repiten como loros tartamudos las machacantes operaciones de mercadeo de las guías y la encuestas locales e internacionales que en forma maníaca y por uno dinares se la pasan desparramando a los cuatro vientos algún mejor del mundo de lo que sea, como si fuese posible, elegir a la mejor entre las miles y cientos de miles de pizzerías que habitan el planeta.

A través de las opiniones de cientos de usuarios en redes sociales y de las críticas de los escritores especializados en viajes y gastronomía, la publicación internacional armó la lista “especial para el antojo de pizza”, con alternativas que se pueden encontrar desde Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, hasta Buenos Aires, pasando por Lisboa, Miami y Ámsterdam.

Así afirmó La Nación y algo parecido leímos en Página 12. Ambos medios reproduciendo las paparruchadas de siempre y en nuestros días de difusión contaminante gracias al más reciente de los fetiches.

Ese es el de las redes, los influencers y demás bocadillos en mal estado de la comunicación en el modelo global que llamamos todo es mercancía, hasta cada uno de nosotros mismos, amontonado al ser individual y colectivo en los escaparates de los supermercados y de las plataformas.

Nos preguntamos. ¿No cuentan nuestros diarios aunque sea con un o una colega que observe cómo fue que Güerrín, otrora gran pizzería porteña, paso a ser una fábrica en serie de productos parecidos a las pizzas pero apelmazados y con materias primas de dudosa calidad?

Sucedió que no hace muchos años fue adquirida por el holding Desarrolladora Gastronómica, que ya había convertido a la vieja Kentucky (de buenas hechuras en su larga vida original, desde 1942 hasta 2012) en una de las experiencias pizzeras de la peor calaña, más allá de que, convertida en cadena, sea un maquina de generar ganancias para su dueños.

Cosas del capitalismo XXI en manos de la perversa confusión entre lo verdadero y lo falso, de la consagración definitiva de la publicidad y el mercadeo…Así es que Güerrín apareció en Time Out  y hasta desde algunos calendarios hay que hacer cola para comer mal, porque miles de comensales viven y gozan en el universo fake.

Claro que todo lo escrito aquí no va en desmedro de aquellos y aquellas que sí gustan de esas pizzas, al fin y al cabo como decían las abuelas: sobre gustos no hay nada escrito, mientras se…

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