Si María cacha a los reformadores del Bloody Mary, ya saben…¡A la hoguera!

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Recuerden…Fruto del matrimonio entre Enrique VIII y Juana Seymour nació Eduardo, que fue designado el heredero de la corte. Pero Eduardo VI murió en 1553 y María Tudor ocupó el trono de Londres, con el deseo de ser fiel a la religión de su madre; un gesto de esperanza para los católicos ingleses. María se fijó en el príncipe Felipe —hijo de Carlos V— y tras muchas dificultades finalmente el Parlamento aprobó la boda en abril de 1554. Así más o menos cuenta National Geographic.

El matrimonio transcurrió en un clima sosegado entre abril de 1554 y 1555, pero entonces María emprendió una feroz represión contra todos aquellos contrarios a la reinstauración del catolicismo, condenando a la hoguera a 273 personas. La historiografía protestante posterior no iba mal encaminada cuando decidió apodar a la reina como Bloody Mary, «la sangrienta María».

En esa historia dicen se inspiró el creador legendario trago Bloody Mary. ¿Será por su color, o acaso se esconde alguna pulsión draculiana? Lo cierto es que…

Ese cóctel tiene sus raíces en la Francia de la década de 1920 y, aunque existen varias teorías sobre sus comienzos, una de las versiones más populares señala que Fernand Petiot, un famoso bartender francés, inventó el Bloody Mary cuando trabajaba en el Harry’s New York Bar en París. Gracias a la mezcla de vodka con zumo de tomate y otros condimentos, logró crear una bebida que marcó un antes y un después en la historia de la coctelería (y del escabio a la hora del aperitivo, añadimos nosotros) El trago ganó gran popularidad entre los clientes del bar, muchos de los cuales eran expatriados estadounidenses. Posteriormente, cuando Petiot emigró a Nueva York, trabajó en el King Cole Bar del St. Regis Hotel y allí perfeccionó la emblemática receta, dicen los de la página  The-Bar.

Las tradiciones chupandinas se defienden, parece que considera Darron Cardosa, escritor estadounidense especializado en hotelería y gastronomía, quien hace poco publicó en la revista Food & Wine, más o menos lo siguiente.

Se cree que la rueda se inventó hace unos 6000 años en la Baja Mesopotamia, probablemente por alguien que estaba realmente cansado de arrastrar las cosas. Posteriormente, la humanidad acuñó el dicho «No necesitamos recrear la rueda», porque la rueda es un invento bastante sólido. El mundo gastronómico también tiene platos muy buenos, pero tanta gente quiere recrearlos que a veces cuesta recordar cómo se suponía que debían ser en un principio. Si bien la creatividad es necesaria para crear un menú con visión de futuro, algunas cosas son buenas tal como son y no necesitan una nueva interpretación.

Un clásico en cualquier menú de brunch es el Bloody Mary. Un cóctel hecho con vodka, pero al mezclarlo con jugo de tomate se convierte en algo perfectamente aceptable para beber a las 10:30 de la mañana. En los últimos años, los restaurantes parecen estar creando versiones exageradas de este clásico brunch. En lugar de un simple tallo de apio, hay un mercado agrícola entero atiborrado en un vaso alto con espárragos, encurtidos o judías verdes.

Fue gracioso cuando alguien usó por primera vez un solo camarón como guarnición, pero evolucionó a dos camarones, luego a tres, y finalmente a una cola de langosta entera pegada al vaso. A alguien se le ocurrió añadir un trozo de tocino a un Bloody Mary, lo cual estuvo bien, pero de repente, estaba ensartado con una hamburguesa doble con queso y tocino precariamente colocada sobre el vaso, haciéndolo demasiado pesado.

También pasa de ser una bebida económica para acompañar la tortilla a un cóctel desorbitado y que destroza calorías, reemplazando por completo el desayuno. El Bloody Mary no necesita reinventarse, y si un restaurante decide añadirle un bagel con salmón ahumado, con suerte, el clásico seguirá disponible.

Volvé María Tudor, te perdonamos.

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