“Donde el pan no llega”: Gaza, ceguera global y la guerra contra la comida
Viviana González Herrera
«El derecho a la alimentación no puede desligarse del derecho a existir. Cocinar es habitar. Comer es permanecer. Defender la soberanía alimentaria es defender la dignidad. Y Gaza hoy es la línea roja: si permitimos que se normalice este nivel de despojo —donde no solo se arrasa con la tierra, sino también con la comida—, entonces nada nos queda del proyecto ético que los derechos humanos prometían.»
En Gaza, el pan dejó de ser cotidiano. No porque haya dejado de ser esencial, sino porque hoy es imposible. No hay hornos, no hay harina, no hay tregua. El khubz taboon, ese pan plano que durante generaciones acompañó cada mesa palestina, apenas sobrevive como recuerdo. El hambre en Gaza no es una consecuencia más del conflicto: es una táctica deliberada. Y la ceguera de los Estados frente a este crimen mina cualquier posibilidad de seguir creyendo en la humanidad como pacto.
En medio del asedio, la cocina gazatí —una de las más ricas del Mediterráneo oriental— es arrasada. No solo se bombardean hospitales y escuelas: también se destruyen hornos, almacenes de trigo, barcas pesqueras y campos de cultivo. Platos que formaban parte del tejido vital del territorio como la sumagiyyeh —un guiso de carne, garbanzos, acelga y zumaque— o la sayadiyah, arroz con pescado y cebolla caramelizada, han sido desplazados por la pura sobrevivencia. La guerra ha reducido la cultura alimentaria a una olla con agua y sal, si es que hay agua.
La alimentación no es solo sustento. Es identidad, es arraigo, es territorio comestible. En Gaza, la desterritorialización no solo implica expulsar cuerpos: también implica extinguir sabores, borrar rituales, silenciar cocinas. La qidra, ese arroz especiado cocinado en grandes ollas de barro para celebraciones familiares, ya no se cocina. No hay carbón, no hay carne, no hay comunión. Lo que queda es el vacío. El de las ollas, el de las despensas, el de los abrazos que se daban al servir.
Frente a esta realidad, ¿dónde están los Estados? ¿Dónde están los organismos que se llenan la boca hablando de desarrollo sostenible, derechos humanos, seguridad alimentaria? Su silencio no es diplomacia: es complicidad. No ver, no decir, no actuar, en este caso, equivale a avalar. Y lo que se está avalando es el uso del hambre como arma, la desnutrición como estrategia, el crimen como rutina.
El derecho a la alimentación no puede desligarse del derecho a existir. Cocinar es habitar. Comer es permanecer. Defender la soberanía alimentaria es defender la dignidad. Y Gaza hoy es la línea roja: si permitimos que se normalice este nivel de despojo —donde no solo se arrasa con la tierra, sino también con la comida—, entonces nada nos queda del proyecto ético que los derechos humanos prometían.
Pero incluso en medio del horror, Gaza resiste. Mujeres que aún trituran lentejas para hacer dukkah, esa mezcla de semillas tostadas y hierbas que se come con pan, aunque no haya pan. Vecinos que reparten una cebolla entre cinco. Cocineras que, entre el humo y los escombros, intentan que al menos una sopa llegue caliente a los niños.
Desde la geografía de la alimentación, comprendemos que el despojo alimentario es también despojo territorial. Gaza no solo está siendo cercada: está siendo desvinculada de su derecho a alimentarse con lo suyo, en su lengua, con su sazón. Por eso, esta guerra no es solo contra un pueblo. Es contra su memoria, su paladar, su manera de estar en el mundo.
Alimentar es geopolítica. Y la geografía de la alimentación no solo denuncia las violencias que enfrentan los pueblos, también ilumina sus procesos de resistencia. Cocinar, en contextos como el de Gaza, es un acto político. Sazonar es sostenerse. Amasar pan, aún sin harina, es negarse a desaparecer. Somos humanos en un solo planeta, y sin embargo, nos estamos dejando romper como humanidad al permitir que se quiebre la capacidad de un pueblo entero para alimentarse. Esa olla vacía en Gaza no es solo suya. Es también el espejo de lo que somos capaces de tolerar. O de transformar.
Texto tomado de la revista chilena De Frente.
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