Quien controla el pan da órdenes, y el resto obedece
Una de las tantas interpretaciones de cómo la mafia siciliana utilizó la escasez de alimentos para controlar a la población. Un texto tomado del sitio en redes Eats History; y para abundar en una mirada gastronómica de esa peculiaridad histórica y cultural, recomendamos el libro Los sabores de la mafia (Norma, Buenos Aires, 2002) de uno de nuestros tomateros.
Aquí el texto de Eats History…
En Sicilia, la comida siempre ha significado más que el simple sustento. Durante siglos, representó la supervivencia en una tierra marcada por la pobreza, gobernantes distantes y un abandono crónico. Cuando el estado italiano no logró proporcionar seguridad ni estabilidad, la comida se convirtió en una forma de poder. De este vacío surgió la mafia, no inicialmente como criminales en el sentido moderno, sino como intermediarios que controlaban el acceso a la tierra, el grano y la propia supervivencia.
Durante el siglo XIX y principios del XX, Sicilia estuvo dominada por grandes latifundios propiedad de terratenientes ausentes. Los agricultores locales dependían de intermediarios para acceder a la tierra, el agua y el almacenamiento de las cosechas. Estos intermediarios, conocidos como gabellotti, a menudo se aliaban con matones armados que más tarde formarían la columna vertebral del poder mafioso. El control sobre los silos de grano, los molinos y las rutas de transporte significaba el control del pan. En tiempos de escasez, ese control se volvía absoluto.
La escasez de alimentos no siempre era accidental. El grano podía ser retenido, los precios manipulados o los envíos retrasados para crear dependencia. Los aldeanos que obedecían tenían acceso a harina y trabajo. Quienes se resistían se enfrentaban al hambre. Los disturbios por el pan no eran raros en Sicilia, y la mafia aprendió pronto que el hambre podía quebrar la resistencia más rápido que la violencia. Al posicionarse como la causa y la solución de la escasez, reforzaban la lealtad a través del miedo y la necesidad.
Este sistema se profundizó durante períodos de crisis, como la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Cuando las cadenas de suministro colapsaron y el racionamiento falló, las redes mafiosas intervinieron para distribuir alimentos en el mercado negro. El aceite de oliva, el trigo, el queso y la carne fluían a través de canales ilícitos controlados por el crimen organizado. Para muchas familias hambrientas, la mafia no se presentaba como depredadores, sino como proveedora. Esa ilusión de protección contribuyó a afianzar su autoridad a lo largo de generaciones.
La comida también se convirtió en un símbolo de obligación. Aceptar pan o trabajo vinculaba a las familias a acuerdos tácitos. La gratitud se convirtió en silencio, y el silencio en lealtad. En las comunidades rurales donde la supervivencia dependía de los vecinos y de las cosechas compartidas, negarse al control de la mafia significaba aislamiento. El hambre se convertía en un arma silenciosamente, sin necesidad de una confrontación abierta. Comprender esta historia nos recuerda que la comida nunca es neutral. En Sicilia, la escasez moldeó el poder, y el poder moldeó la cultura. El auge de la mafia no se basó solo en la violencia, sino también en el control de las necesidades cotidianas. Cuando se controla el acceso al pan, a menudo se obedece.
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