Cometen atentados de lesa pizzería y ya tienen su Cacatúa de lata

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Los más añosos, ellos y ellas, recordarán aquellas historietas películas y series del far West en la que los dizque buenos perseguían a los malos con cartelitos pegados en postes y paredes del pueblo, salvo dentro del Saloon, con dibujos del bandido en cuestión, la palabra Wanted o buscado y promesas de recompensa.

Pues los tomateros gritamos Wanted y ya le vamos adjudicando una estrepitosa Cacatúa de lata a quienes cometen atentados, como el título lo adelanta, de lesa pizzería.

En este caso son ellos, los De Kentucky y Güerrin, los  dueños de la pizza, según los bautiza un artículo publicado por el diario Clarín el pasado 9 de septiembre.

Es un mismo grupo de inversores. Se llama Desarrolladora Gastronómica y concentra a otras marcas famosas de la gastronomía (…). Sí, sus líderes son inmigrantes gallegos.

Controlan a la ubicua Kentucky, a Sbarro, la misma de la cadena neoyorquina de pizzas grandotas, chatas y gomosas, propicias a ser dobladas al medio antes del zampe – y a la tradicional Güerrin, la de la calle Corrientes, que hace tiempo sucumbió a los maléficos embrujos de los capitales concentrados. También es dueño de otros locales gastronómicos, de ningún interés para este texto.

Clarín recuerda los orígenes de Kentucky, cuando era un buena pizzería de barrio, antes de convertirse en marca, franquicia que le dicen, y digámoslo ya, en arma letal para la buena pizza: Kentucky ha recorrido un largo camino desde aquella tarde de 1942, cuando un grupo de amigos, tras años de perder plata en las pistas de Palermo, ganaron el premio Kentucky. Eso sí, tenían muy claro qué hacer con la plata y en la esquina de Godoy Cruz y Santa Fe nació la pizzería.

De Güerrin recordaba el año pasado otro diario porteño, Ámbito Financiero: Protagonista de la época dorada de las noches de teatro de la calle Corrientes y testigo de la memoria emotiva de los porteños, Güerrin es un clásico que no pasa de moda. Fue fundada por los genoveses Franco Malvezzi y Guido Grondona en el año 1932 en el mismo local que funciona hasta el día de hoy.

Güerrin supo ser una de las catedrales de la pizza porteña, pero ahora mejor pasen de largo porque si no les sucederá algo parecido a lo que canta un tango de antaño, lo que más bronca me da es haber sido tan gil; o gila, claro.

Y a confesión de parte, relevo de pruebas. En la misma nota de Clarín, un tal Francisco Bazán, de 35 años, quien estudió en la Universidad de San Andrés y forma parte del directorio adjudicatario de nuestra Cacatúa de lata dice que la pizza es combinar harina, agua y una buena cantidad de mozzarella.

Che pebete, si para vos la pizza es sólo eso, pues agarrá los libros que no muerden y mirá para los costados porque Max Borlund, el del excelente western del ’22 y de Walter Hill, Dead for a dollar (El cazador de recompensas), te está esperando para entregarte nuestra cucarda abucheadora del mes, la ya mencionada Cacatúa de lata.

Ya para el final, aclaramos que esa mención obedece – por supuesto que desde nuestro punto de vista o gustos, porque sobre ellos no hay canon que valga – a que se trata de pizzas que podrán consistir en buenos negocios para los empresarios del holding pero mucho dejan que desear para los comensales: salseados que se se pasan en acidez, masas de texturas apelmazadas y mozzarellas y otros ingredientes básicos de muy medianas calidades; todo lo cual y en términos generales deriva en productos  recargados y excesivamente grasos. Es decir versiones degradadas de la tradicional pizza porteña, que supo ser-  y sigue siéndolo en las buenas pizzerías que sí existen – de equilibradas consistencias.

Como suele suceder en otros órdenes de lo gastronómico, la producción seriada y adocenada del hacer en cadena, será un hallazgo de marketing y rentabilidad corporativa pero va a contramano de la calidad de lo ofrecido a los comensales; y sin abundar en que, en la mayoría de los casos, en esos establecimientos el personal se ve sometido a bajos salarios, precarias condiciones laborales y a una falta notoria de incentivos para la capacitación.

Así que ya saben, según nuestro criterios tomateros y para continuar con aquél tango de hace unas líneas, tanto nos asusta una mala pizza, que si en la calle me afila, me pongo al lao del botón

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