Como en la vieja Biblioteca y madre de las vides nativas argentinas

Se llama Moscatel de Alejandría. Nació en Egipto, viajó por todo el Mediterráneo y se afincó en la vieja Europa, muy especialmente en España, se supone que gracias a los moros del Al-Ándalus o Tierra de Venus.

Llegó a América. Entre sus hijas ahí tenemos a la Torrontés, la del vino que de alguna forma define la originalidad de las vendimias en este país del Sur, entre el Atlántico y los Andes.

Qué bien nos ilustra a todo este respecto el Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV) en un informe de 2018, que pasamos a reproducir en algunos de sus muchos párrafos.

La uva Moscatel de Alejandría, conocida también como Zibibbo en Italia y como Moscatel Blanco y Moscatel Sanjuanino en nuestro Cuyo, que se encuentra a lo largo y ancho del mundo. Como su nombre sugiere, se cree que esta variedad es originaria de Egipto y fue diseminada posteriormente por todo el Mediterráneo por los romanos, de ahí la sinonimia de Muscat Romain que adquiere en algunos países del viejo continente.

Es una variedad considerada de triple propósito pues se destina a consumo en fresco, preparación de pasas de uva y elaboración de vinos y mostos.

En sus orígenes los egipcios la usaban para hacer vino, actualmente es una variedad muy importante en Sudáfrica. La mayor superficie de esta variedad se encuentra en España, aunque solo la mitad de estas hectáreas se destinan a vino. En Chile, Argentina, Perú, Colombia y Ecuador cuenta con poca superficie. En algunos de estos países se la usa para la elaboración de pisco por ser una variedad de uvas muy aromáticas. Se las cultiva en países del medio oriente como Israel, Turquía y Túnez principalmente para consumo como pasas.

Fue una de las primeras variedades que ingresaron a la Argentina, hace más de 500 años. Se sabe que la variedad Torrontés Riojano proviene de un cruzamiento espontáneo de Moscatel de Alejandría y Criolla Chica.

Recientes estudios indican que Moscatel de Alejandría es uno de los “progenitores” de la mayor parte de las variedades autóctonas de Argentina que están siendo evaluadas por sus características enológicas promisorias.

A los efectos de rescatar el valor de esta variedad, ha sido incluida en el listado de cultivares aptos para elaborar vinos de calidad con derecho a una Indicación Geográfica (IG) y Denominación de Origen (DO), signos o reconocimientos de calidad de un vino determinado.

Como irán descubriendo ustedes con el paso de un breve tiempo, si nos leen, los Comensales de Tomate: Revista de cocina son perseverantes en la cata, en tanto forma elegante de proclamarse buenos bebedores, y, como todos los de su especie, apasionados por sus preferencias.

En cuanto a vinos Moscatel de Alejandría no dudamos. Hay varios en la región vitivinícola cuyana pero como el de la bodega Cecchin – en Maipú, Mendoza -, ninguno.

Tomamos los frutos en el momento preciso respetando su propio espacio y tiempo, así, nuestro proceso de producción y elaboración natural acompaña al medio ambiente, sosteniendo la continuidad de “no químicos” hasta acercar el producto a las mesas. Vinos, aceites y jugos de uva, son trabajados con la misma filosofía que -desde hace más de 100 años- Santiago y María supieron transmitir cultivando este “modo de hacer la tarea”. Así cuentan ellos mismos y como allí estuvimos, bebimos y hasta alguna vez pernoctamos, pues así somos de entusiastas, cada uno de sus dichos cuenta con nuestra ratificación.

El Moscatel de Alejandría de Cecchin es un vino casi perfecto, intenso en aromas, con ciertos dulzores que son sutiles, tanto que de él hasta se puede decir que propende a lo seco, de la misma forma en que se nos ofrecen los buenos Torrontés.

En él son habituales los sabores del durazno, de la naranja y del limón; y los aromas evocan cierta presencia del jazmín y la vainilla.

Beberlo fresco, casi más que fresco. Con quesos y platos mediterráneos – pastas con pescado y mariscos, por ejemplo –  es casi un homenaje a los dioses del vino, a Bacco o al de vuestra fe.