Disculpe doña Mafalda: ¡Viva la sopa!
Nada de caldos insípidos y sí con un Malbec de Lucy, la que anda de amoríos por el cielo y con diamantes; pues claro, así cualquiera, de voladuras y entre piedritas que brillan, como las de la sal entrefina que se utiliza en salazones de carnes y aguas para potajes y soperas.
Y pensar que de la sal viene la palabra salario – el que cada vez más menguado está entre nosotros, dicho sea de paso – cuando en bolsita para sazonar polentas de trigo los generales en sandalias pagaban a sus tropas romanas, para que, pobre, dejase sus pellejos en guerras aquí y allá.
Se aproximan las canículas sobre el Río de La Plata y proclamamos: Es erróneo pensar que con ellas las sopas deben perder presencia y galanura.
Para demostrar semejante aseveración, hoy ofrecemos para deleite de la dama y el caballero, algunas como el lejano gazpacho y otra de tomates y fría también, que en las venas (no) deberás tener, más jugo picante de naranjas; variedad que, cuenta una leyenda, cierto cocinero inventó para recibir y cortejar a una de sus comensales que lo tenía enamorado. Es que la sopa puede todo.
Pero no sólo de frescores pueden ustedes vivir sobre el mantel. Ya, en diciembre y qué decimos, siempre, pueden gozar también con una sopilla de pollo en vino Sauvignon Blanc y con cuantas verdurillas frescas se les ocurra, más hebras de queso azul y parmesano, y pimienta negra recién molida, cuando el brebaje hirviente esté.
Lamentamos que la lucidez urbana de Mafalda y sus amigos – heroína y héroes de una de las mejores historietas alguna vez escritas -, en aquellos tiempos del Fiat 600, es decir los ’60 del XX, haya caído de bruces y rendida ante una fatal e injusta incomprensión: nunca dejaremos de criticarla por sus diatribas sistémicas contra las sopas. ¡Nunca! ¡Jamás!
Y se nos ocurre ahora una, legendaria y de tradición italiana; hay quienes dicen que nació en la Liguria, otros sostienen que es obra y sueño de la cocina toscana: minúsculos ñoquis caseros de pan rallado, queso, huevo, cascarilla de limón, nuez moscada y sal y pimienta, para un caldo de gallina como debe ser un caldo de gallina.
Sí. Quizá la sopa sea la madre de todos los platillos. La primera, anterior a la Historia, cuando señoras y señores se arremolinaban junto al fogón de los inicios, para calentarse pero sobre todo para cocinar. Así fue como sumergieron un trozo de carne, huesos y raíces en agua bullente, y la descubrieron. Sí a ella, a la sopa.
Así que, señora Mafalda, usted que ya está mayorcita y no es aquella niña de Quino, su creador, por favor recapacite y déjese de chiquilinadas.
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