Ni paliiitooo, ni bombooón…Sólo helados
Seguro que en las filas escribidoras de Tomate hay quienes recuerden el grito sagrado de los carritos en las siestas de verano, con el cual al barrio llegaban los helados tan deseados; detrás de las puertas, en las umbrías de los patios, casi como antecedentes de futuros primeros amores.
También el más cuidado, casi como susurro entre película y película de la matiné, claro que en esos casos las posibilidades eran varias: entre los helados habitaban los turrones, los maníes y los chocolatines; apurados porque en la próxima John Wayne y los indios apaches no esperaban.
Pero hoy ya se apagaron esas voces. Por suerte no la de los helados, y en este caso, ¡qué helados…con mayúsculas!
Allí casi donde la legendaria calle Corrientes hace esquina con Rodríguez Peña, en ese corazón del centro porteño, tan cerca de las usías de Tribunales y en otros tiempos mejores de Buenos Aires, a cuadras de los bares Ramos y La Paz, los de las novelas, las revistas y la revoluciones soñadas, y del bodegón Bachín, sí el del chiquilín de Astor Piazzola y Horacio Ferrer.
Entre los cines que ya no son, aún vive y con aires de eternidad una de las mejores heladerías de la ciudad, de una ciudad que heredó de Italia lo más profundo de la artesanía heladera.
Se llama Cadore, como aquel territorio tan cerca de Venecia enclavado entre los Alpes, donde al filo del siglo XIX los Olivotti fundaron una heladería. Allí tres generaciones fueron produciendo y atesorando los saberes de orfebres pero acerca del plato-postre que necesitó de un tal Procopio, también italiano, el inventor en 1660 de una máquina que homogeneizaba las frutas, el azúcar y el hielo, la maquinita para hacer helados; aunque sus orígenes sean de larguísima data.
Los antiguos romanos conocían lo sorbetes gracias a los legendarios moros; los chinos y los persas utilizaban nieves y desprendimientos de hielo para combinarlos con frutas y miel.
¿En serio quieren algo más de historia antes de seguir con la magia de la heladería Cadore?
Procopio, abrió en París el Café Procope, donde además de café se servían, claro, helados. Durante muchos años los heladeros italianos guardaron celosamente sus secretos, aunque como vendedores ambulantes lo difundieron por toda Europa. Para el siglo XVIII, las recetas de helados empezaron a incluirse en los libros de cocina.
En nuestro país…¡Ah, no…eso es para otra historia…!
En 1957, Cadore se estableció en la calle Corrientes, en el mismo local que hasta hoy la familia despliega sus recetas con el cuidado digno de las mejores tradiciones gastronómicas. En 2018, la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires la declaró sitio de interés cultural.
En Tomate nos burlamos de esa manía, tendencia o negocio de la prensa gastronómica tradicional, convencional o…elijan ustedes el calificativo, por la cual siempre descubren al mejor… a las mejores…o cosas parecidas.
Sin embargo, injustos seríamos si no dejamos en claro que los de Cadore integran la galería de los mejores helados a los que un goloso o golosa puede aspirar.
¿Los gustos o sabores? Los tradicionales por supuesto y otros tanto que conforman un signo distintivo de la casa: coco tostado con dulce de leche; higos con nueces; mascarpone; pistacho; panettone; naranja con jengibre…y podríamos seguir pero mejor vayan, prueben y gocen.
Heladería Cadore…en Italia en 1881, en Buenos Aires desde 1957.
Corrientes al 1695. Ciudad de Buenos Aires, Argentina; esquina Rodríguez Peña, a muy pocas cuadras del Obelisco.
Tel: 54 11 4374-3688
Los precios son más que adecuados teniendo en cuenta la situación en la que vive el país y sobre todo, en relación a la calidad de sus productos.
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