La Alacena entre estrellas, pero sin diamantes (en Palermo)

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Picture yourself in a boat on a river, with tangerine trees and marmalade skies. Somebody calls you, you answer quite slowly. A girl with kaleidoscope eyes…Lucy in the sky with diamonds…Lucy in the sky with diamonds…Lucy in the sky with diamonds

Ya. Ya mismito llegaremos a lo nuestro y al por qué de Lennon y Paul McCartney, pero antes una aclaración o sincero alerta.

El presente es un texto concebido y divulgado en horarios de protección (no al menor), sino frente a literales y rabiosos (o rabiosas, qué más da), especies esas sobreviviente de cataclismos anteriores pero con mutaciones preocupantes en esta era digital y entre Redes, según explica Mesala  D’lla Morta, epistemólogo de la antigua y ya desaparecida Universidad de Arrapkha.

Ahora sí.

La cuarta visita fue la vencida.Y no porque todo nos haya disgustado.

Sí porque desde la primera vez, hace ya varios meses, hasta el fin de semana pasado – justo cuando los clandestinos jueces de Michelin le otorgaban cierta mención…en el cielo las estrellas, para el caso sin asomo de diamantes -, la calidad de sus productos para la provisión fue trajinándose en franco deterioro.

A los platos del comer in situ no nos referiremos, pues cada vez que por allí estuvimos, en la esquina que forman las calles Cabrera y Gascón, en Palermo; en La Alacena, que es almacén, panadería, café y restaurante autoproclamado italianísimo por estas comarcas, sólo nos dedicamos a las compras, para la cocina de casa, para encuentro y comida entre tomateros.

En un sentido contrario, en línea ascendente se comportaron los precios, como para no perder la vanguardia en esa carrera alcista que se vive en el actual país del desquicio inflacionario.

Lo que sigue no son afirmaciones al boleo ni quejumbrosas. Surgen de un intento de evaluación sincera entre lo que se ofrece y lo que se pide por ello; y comparativas respecto de otras propuestas, las más de las veces sin prensa ni luminarias, en esta Buenos Aires que persiste en su ser, gracias al Altísimo al Bajísimo, no importa.

Por ejemplo.

Algunos de los fiambres y quesos de La Alacena resultaron realmente atractivos pero mucho más caros que los similares en orígenes, atributos y marcas, ofrecidos en simples almacenes de barrio, que las hay por cierto, atendidas con esmero.

Tan sólo algunos casos.

Cien gramos de mortadela – la empleada que nos atendió dijo tipo italiana y luego supuestamente aclaró, creo que italiana – por 2.500 pesos el pasado sábado 25, de manifiesta menor calidad en textura y sabor respecto de otras con certezas locales y a precios sensiblemente menores; ni qué decir sobre el gusto si la comparamos con las que alguna vez degustamos en Boloña, en la mismísima Italia.

Mozzarella bocconcini marca Mozzari – al estilo de La Puglia elaborada en Argentina y de muy buena calidad, al menos a nuestro criterio-, en envase de 200 gramos y a un precio una vez y media más caro que en otros locales no tan pretenciosos.

Y pastas frescas, artesanales y con elaboración a la vista, como en otras tantas casas dedicadas al mismo oficio. Buenas, es cierto y en porciones de aproximadamente 180 gramos, aunque lejos de maravillosas, e incluso sin escala diferencial alguna y a precios duplicados respecto de muchas de las que se pueden comprar en tantos locales de producción tradicional de nuestra ciudad.

Panadería vistosa pero con focaccias que son panes sabrosos aunque no focaccias, y  panes aceptables presentados como de masa madre sin las características reconocibles de la masa madre…

Y claro que sí. También se pueden adquirir otros productos de quesería y fiambrería más que aceptables y algunos casos recomendables, lo mismo que envasados, como aceites de oliva, pasta secas y triturados  de tomates, entre otros y en algunos de ellos importados…Claro que sí…

Pero, en fin…

Por otra parte, resultó ser que cuando nos disponíamos a comentar nuestra experiencia en La Alacena caímos en la cuenta de que, para esas horas– como lo adelantáramos desde el título –,  el tal local había sido distinguido en la reciente y primera condecoración Michelin de Argentina.

Ya volveremos, y si breves mejor, a ciertas concepciones que hemos manifestado en estas páginas sobre las estrellas y otros galardones tan de moda y cada vez más, pero antes…

Flaco favor se hacen los de Michelin pifiándole por tanto con algunas menciones, pues pierden credibilidad más allá de las convenciones y los intereses compartidos dentro del universo del negocio gastronómico.

Ellos y ellas no lo reconocerán – al fin y al cabo forman parte esencial de ese universo – pero los más perjudicados son los propios galardonados, entre quienes se encuentran algunos cuyas cocina y saberes hemos disfrutado en distintas oportunidades, como también hemos gozado con otras que no figuran entre los estrellados; ni cuentan ni contaron, creemos, con aquellas marquesinas esplendorosas pero son de tanto buen gusto como varios de los premiados.

No participamos en el debate que las estrellas despiertan en el ya invocado universo porque – somos sinceros – no nos interesa.

Nuestra perspectiva en tanto periodistas dedicados a la coquinaria es la de la comensalidad, tal cual se trata, por ejemplo, en los seminarios de posgrado que uno de los tomateros lleva adelante cada año en la Universidad Pública, precisamente en la UNLP y en espacios equivalentes en universidades de América Latina y Europa.

Sólo recordamos lo escrito por aquí en ocasión de los anuncios preliminares de la llegada de las estrellas al país el 19 de julio pasado, en https://tomate.net.ar/2023/07/la-de-conciliabulos-que-habra-desatado-la-llegada-de-michelin-a-la-argentina/ : Cómo suelen comportarse todos esos operadores publicitarios, con el sigilo y la nocturnidad simbólica que la necesidad de crear sentido indica, más que lícito es poner en tela de juicio o duda las aseveraciones, tanto de la Michelin como de otros instrumentos similares del universo marketing.

Los interesados, es decir los distintos sujetos del negocio, se desviven, conspiran y se tiran zancadillas entre sí por el reconocimiento Michelin, pero los comensales, es decir quienes componemos el universo de la comensalidad, y sobre todo aquellos que como en Tomate lo entienden en tanto un hecho cultural, social e identitario, jamás invocaríamos actos de fe publicitaria pero encubiertos.

Y como las estrellas y cualesquiera de las construcciones simbólicas – desde un diario de la era Gutenberg a cualquiera de los millones de intervenciones digitales que nos habitan-; todas tienen por fin crear sentido y mecanismos de disciplina social a partir de ellos, he aquí algo más sobre la naturaleza de los discursos desde un costado poco frecuente en el tratamiento de estos temas.

Para ello, de voces conocedoras tomamos prestado lo siguiente, acerca de lo que el psicoanalista francés Jacques Lacan (1901-1981) llamó el discurso del amo, que se basa en la dominación sobre el otro, un algo en el que son especialistas, cada uno con sus herramientas, los distintos instrumentos de la comunicación, desde el periodismo hasta la publicidad…

Por ahora nos despedimos, y partimos a por algunas vituallas para la próxima cena entre tomateros…¡Salud!

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