Edmundo Rivero y Pucherito de gallina
Era una tradición de los porteños noctámbulos. Después de milonguear o escuchar a alguna orquesta o un cantor en el centro, o el Teatro, nos esperaba la cena y la charleta en Pipo, Pepito, Bachín o El Tropezón. Este último estaba en la Avenida Callao entre Corrientes y Sarmiento (hoy aggiornado) y fue la parada nochera obligada de gente como Carlos Gardel -que siempre comía en la mesa 48-, los presidentes Hipólito Yrigoyen o Illia, gente de Teatro, Discépolo, tangueros.
Tenía una vajilla de plata, recuerdos de la belle epòque, y el puchero de gallina que servían era pantagruélico. Los caracús (tuétano) venían en una olla con caldo y los fanas lo untaban en pan. Era imposible que los comensales pudieran terminar con el manjar. Siempre quedaban verduras, carnes, choclos, papas, garbanzos y demás ingredientes en las fuentes humeantes. Cerró en los años ochenta en una de las tantas crisis que sacuden cada tanto a Argentina. Pero el cantor nacido en Lanús (Pcia. Buenos Aires) Roberto Medina, inmortalizó aquel famoso Pucherito de gallina, que hoy se puede comer en otros restaurantes españoles de los que aún resisten en Buenos Aires.
Este tango tiene letra y música de Roberto Medina, quien nació el 14 de Octubre de 1923 en Lanús Provincia de Buenos Aires. Empezó su carrera en la orquesta de Elvino Vardaro, también tubo una pequeña participación junto a Astor Piazzolla. Pero su gran éxito es el tango «Pucherito de Gallina» que fue grabado por Edmundo Rivero.
Los versos originales de este tango cuentan la historia real de una menor de edad que se inicia en la noche porteña.
Cuando Medina presenta la letra para registrarla en la Sociedad Argentina de Autores y Compositores (SADAIC), le pidieron que la cambiara ya que para ellos era muy atrevida. Sin ningún tipo de manifestación Medina se fue al bar que estaba junto a SADAIC y mientra tomaba un café cambio la letra pero no el sentido de la misma ya que hizo el relato de un joven de veinte años contando sus propias experiencias.
La letra de su tango, enriquecida en la versión de Edmundo Rivero, habla del vino Carlón. Se trataba de un vino de barril que servían en muchos restaurantes compitiendo con el Barbera. Eran caldos producidos por unos inmigrantes españoles de la región valenciana de Benicarló. Llevaron las cepas de su tierra y lograron durante un tiempo establecerlo en las costumbres porteñas. El Barbera en cambio estaba hecho por inmigrantes italianos y era más áspero y de color rojo oscuro.
Cuando la letra dice: «alguien espera a la mina / pa’tomar el chocolate«, está refiriendose a los cafisios que se reunían en «La Giralda«, una chocolatería de la Avenida Corrientes, donde esperaban a sus pupilas que trabajaban en los cabarés.A las 4 de la mañana podía estar lleno, sobre todo en invierno.
«El raje para el convoy«, es la vuelta al conventillo donde vivieron tantas familias humildes. El autor cuenta su vida bohemia en el tango que cobra vida en la feliz interpretación de Edmundo Rivero
Letra original nunca editada
Con 15 abriles me vine para el centro,
mi debut fue en El Cairo y Cotton Club.
Por un muchacho que supo hacerme el cuento
fui «la doce» en el viejo Marabú.
Allí aprendí ser lo que es ser langostera,
que el amigo que ayuda es el mishé,
que cualquier cosa es la mina canera
y en ese ambiente aprendí lo que hoy sé.
Cabaret, «Tropezón»,
era la eterna rutina,
pucherito de gallina
o el esquive a algún botón.
Cabaret…metejón
un amor en cada esquina,
alguien espera a la mina
pa´ tomar el chocolate;
otros factura con mate
o el raje para el «convoy».
¡Ah! Lindos tiempos del viejo Parque Goal,
del Ocean, el Moulin y El Edén,
donde llegaban chicas bien de casas mal
con otras chicas mal de casas bien.
Hoy, ¡quince abriles que ando por el centro!
Ya no existen El Cairo, El Cotton Club.
Siempre buscando aquello que no encuentro:
calor de hogar, familia, juventud.
Letra grabada
Con veinte abriles me vine para el centro,
mi debut fue en Corrientes y Maipú;
del brazo de hombres jugados y con vento,
allí quise, quemar mi juventud…
Allí aprendí lo que es ser un calavera,
me enseñaron, que nunca hay que fallar.
Me hice una vida mistonga y sensiblera
y entre otras cosas, me daba por cantar.
Cabaret… «Tropezón»…,
era la eterna rutina.
Pucherito de gallina, con viejo vino carlón.
Cabaret… metejón…
un amor en cada esquina;
unos esperan la mina
pa’ tomar el chocolate;
otros facturas con mate
o el raje para el convoy.
Canté en el viejo varieté del Parque Goal,
y en los dancings del viejo Leandro Alem;
donde llegaban «chicas mal de casas bien»,
con esas otras «chicas bien de casas mal»…
Con veinte abriles me vine para el centro;
mi debut fue en Corrientes y Maipú.
Hoy han pasado los años y no encuentro,
calor de hogar, familia y juventud.
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