La fugazzeta es inocente, no así sus hacedores de El Cuartito
Víctor Ego Ducrot
Con la derecha tengo problemas, diferencias insalvables, pero puedo sentarme a discutir, incluso en una pizzería, más allá de que pertenezco a la tribu que a veces dice mientras se come no se habla, tan sagrado es el rito de los golosos.
Pero ser de derecha es una cosa y ser fascista y negar la trágica realidad que vivimos los argentinos con la dictadura que cometió los crímenes más atroces del siglo XX, es otra muy distinta.
Si nuestra democracia no acusase la pobreza conceptual y práctica que la lacera, el negacionismo de los horrores de lesa humanidad debería ser un crimen, y la vicepresidenta Victoria Villarruel estar sentada en el banquillo de los acusados, en un debido proceso y con todas las garantías que sus defendidos le negaron a las víctimas del terrorismo de Estado.
La fugazzeta, esa maravilla de la culinaria argentina y pizzera y si se quiere podemos afirmar que es pariente de la focaccia, un deleite de origen ligur que no hace tanto se convirtió en moda entre la porteñidad.
Y por supuesto que no tiene responsabilidad alguna respecto de las imágenes que circularon en las últimas horas a través de las redes mal llamadas sociales –porque son privadas y oligopólicas-, según las cuales empleados de la tradicional pizzería El Cuartito (Talcahuano 937, en el centro de la Ciudad de Buenos Aires) agasajaron y aplaudieron a la vicepresidenta después de que compartiera allí un momento que no debió ser.
A raíz de esa lamentable visita, El Cuartito – nacido en 1934, en una pequeña habitación que despachaba vinos y algo más – y que de a poco se convirtió casi en leyenda, recibió ayer una catarata de críticas en redes y páginas digitales – en Twitter (X) fue trending topic -; lo cual y como era de esperar, motivó la inmediata respuesta de los famosos trolls oficialistas, esa modalidad de las tinieblas desinformativas a las que como método recurre la propaganda ultraderechista, aquí y en el mundo entero.
A fuerza de ser honestos, la actitud de los hacedores de la pizzería en cuestión no fue ajena a esa especie de vaciamiento intelectual y moral que afecta a millones de argentinos y argentinas, en un país que parece dormir en forma apacible en medio de una pesadilla que apesta y sobre la cual también tienen responsabilidad las caras visibles y las voces cantantes de las experiencias políticas y sociales democráticas que no quisieron o no supieron cumplir con su mandato histórico.
Es probable, mejor dicho seguro que a los de El Cuartito nada les interesará lo que afirmo, pero de todas formas con el siguiente párrafo cerraré este texto.
A menos que esa pizzería emita un claro desagravio a la memoria de los asesinados, torturados y desparecidos por una dictadura que se especializó en la apropiación de bebés, jamás habría que volver a traspasar sus puertas – como tantas veces lo hice – y me referiré a ella, siempre, con todo el desprecio del que sea capaz.
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