Vamos a freír mi amor, a freír mi amor

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Ya hace algunos años un estudio reveló que, a contramano de los que dicen los manuales del discurso de lo saludable, la comida frita puede ser buena para nuestros cuerpos, para nuestra salud.

Como veremos más adelante, se trata de una cuestión que volvió en estos días a ser puesta sobre el tapete y abordada por algunos medios de la prensa especializada de la Unión Europea (UE).

En 2021, una investigación del Instituto de la Grasa del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (IG-CSIC), de Sevilla, España, y según la agencia alemana de noticias DW, concluyó que cuando se fríe se mejora la calidad de los alimentos, siempre y cuando que el proceso se realice de forma correcta.

Tras estudiar los efectos de distintos aceites, el Instituto de la Grasa confirmó que la fritura de los alimentos aumenta los compuestos de interés nutricional por sus efectos hipotensores, antidiabéticos, antiinflamatorios y en la inhibición de la absorción del colesterol.

Según los científicos, de todos los aceites vegetales estudiados, los beneficios se obtienen sobre todo si se utiliza el de aceite que se extrae de la segunda prensada de la oliva.

Los resultados del estudio ponen de manifiesto que los componentes bioactivos de ese aceite permanecen tras la fritura en concentraciones que pueden inducir efectos positivos para la salud, especialmente cardiovascular.

Según explican desde el Instituto de la Grasa, cuando freímos este aceite no pierde sus cualidades: aunque se caliente durante 20 horas a 175º mantiene sus componentes nutricionales.

Se trata de un aceite que ha demostrado no solo una mayor resistencia en el proceso de fritura, sino también una menor alteración frente al de girasol alto oleico, girasol alto oleico con antiespumante y aceite de semillas.

Según la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, por sus siglas en inglés), el consumo de entre 1,5 y tres gramos al día de los compuestos de ese aceite durante tres semanas puede reducir las lipoproteínas de baja densidad (LDL), conocidas como colesterol malo, en un 11%.

La luz verde de los nutricionistas que hace sonreír a los golosos, escribió el 18 de septiembre pasado la revista italiana Gambero Rosso en una nota editada por Debora Rasio.

Cuando la fritura se hace con un rebozado únicamente de agua y harina (sin añadir huevo) queda completamente libre de colesterol. En realidad, freír no sólo no aporta colesterol sino que incluso puede contribuir a disminuirlo, estimulando la única vía metabólica que tenemos para eliminarlo: la producción y secreción de bilis. Las sales biliares que lo componen, de hecho, se producen a partir del colesterol; cuando comemos frituras el hígado recibe un poderoso estímulo para secretar bilis al intestino; de éste, una parte será reabsorbida y otra será eliminada con las heces, contribuyendo así a la eliminación de una porción de colesterol. Así afirma ese artículo.

Y añade. Freír no es malo para el hígado. El aceite cocido ofrece un poderoso estímulo hepático; si el hígado es capaz de resistir la provocación, saldrá más fuerte del enfrentamiento. Sabemos que para conseguir músculos fuertes, necesitamos hacerlos trabajar con cargas pesadas; Lo mismo ocurre con el corazón: un entrenamiento intensivo dará como resultado una mayor capacidad de este órgano para realizar su trabajo. El hígado no es diferente. La fritura proporciona al hepatocito un importante estímulo funcional que, con el tiempo, mejora su rendimiento. Además, cuando comemos fritos, le damos al hígado la oportunidad de eliminar las toxinas llamadas «liposolubles» a través de la bilis, captadas del medio ambiente o producidas por nuestro metabolismo, que, disolviéndose sólo en grasas, podríamos nunca expulsar a través de la orina o el sudor.

Demás está recordar que la fritura tiene una historia y una leyenda de gratificaciones para el gusto de quienes disfrutan a la hora de la mesa.

Entonces, como afirma el título de este texto, vamos a freír mi amor…a freír mi amor.

 

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