Vamos a murguear y cocinar para la Selección
Por eso el gran maestro Julián Graciano en guitarra y su hijo Nicolás Graciano en bandoneón – él de tan sólo 19 años, apenas algo menos que el nuevo Matador, Julián Álvarez – se calzaron la albiceleste y a las canciones de tribuna en tiempo de murga magistral le pusieron encanto.
Y pasión, claro, porque la música popular urbana es como el fútbol, que enamora cuando es potrero de cachafaces que dicen qué miras bobo, andapaya bobo…
Y ya fue, como dice la pebetada, el barbudo y la baraka dirán que pasa el domingo 18 de diciembre, pero lo que la Selección argentina hizo sobre la gramilla implantada en aquel desierto con aire acondicionado y rascacielos quedó para la historia.
Dicen que jugó la magia de los dioses y que el espíritu de Maradona se hizo carne en Messi y sus compinches.
Dicen, no sabemos si es cierto. Pero por la dudas, mientras los Graciano le dan a la vihuela y al bandoneón que desde los tiempos de Aníbal Troilo y Astor Piazzolla es aire sagrado, los de Tomate pensamos en algo de comer que resulte para el campeonato.
No hay firulete ni gambeta a la parrilla como la que dibujan los chinchulines, si de cordero mejor, cuando crujen como cruje el alma con un gol en el minuto noventa.
Y mientras, qué chisporroteen sobre la sartén unos platanitos fritos, que serán salados y pimentados en su momento, cuando el vino blanco y contundente – ¿un Sauvignon Blanc quizás?- sacuda su voz con un ¡presente, que estoy frío!, como quedaron las almas holandesas y croatas en tardes recientes…
Y metanlé de puntín y al ángulo…¿Escuchan a los Graciano?
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