¿Qué culpa tiene la papa…?

Diego Guidice
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Víctor Ego Ducrot

Pues ninguna, como tampoco la tenía el fruto que nos da nombre, cuando los revolucionarios españoles que enfrentaban al fascismo cantaban qué culpa tiene el tomate, que está tranquilo en la mata y viene un hijo de puta y lo mete en una lata, y lo manda ‘pa Caracas.

Y así la papa inocente es, ninguna culpa recae sobre ella ni sobre otros productos del comer ciudadano, ante la iniquidad de sus precios, cada día más caros y por lo tanto más lejos de las mesas de los muchos y las muchas.

Qué pasa

Claro resulta que por estas tierras ni humanos ni Pejes estamos en guerra civil como aquella de los ’30, la de los cancioneros invocados – y va otra: con la cabeza de Franco haremos un gran balón para que jueguen los niños de Galicia y Aragón… -; claro que no, y que ni el Altísimo ni el Bajísimo lo permitan, pero a veces parece, no se puede negar.

Argentina es un país con recursos feraces pero la mitad de su población vive en la pobreza. En una proporción similar, los trabajadores sufren condiciones de informalidad o perciben salarios misérrimos, al igual que quienes sobreviven con jubilaciones y otras asignaciones sociales.

Las ciudades cada día se ven más azoladas por una marginalidad que asesina por un teléfono celular o un par de zapatillas.

En esta Argentina, el precio del kilogramo de papas a veces llega hasta los mil pesos, cifra que, en un contexto de inflación descontrolada – más de un cien por ciento anual –, suena a insignificante o nada dice, pero para un habitante medio de estas comarcas implica un gran esfuerzo a la hora de un consumo tan básico lo es el del comer cotidiano.

Y nótese que cuando hablamos de papas nos estamos refiriendo a ese generoso tubérculo andino que sabe florecer en las cumbres nevadas y ha salvado del hambre a buena parte de la humanidad, varias veces y desde hace siglos.

Entonces, ella, la papa, ninguna culpa tiene, pero, como en la canción española, sí los hijos de puta que no la meten en una lata ni la envían para Caracas pero crean las condiciones para que millones de seres humanos pasen hambre o coman en forma insuficiente.

Quiénes son

Aquí te quiero ver Peje, diría mi amigo Ducrot, porque la panoplia de responsabilidades no deja muñecos con cabeza.

Desde sus orígenes, la burguesía argentina es una no burguesía, integrada primero por validos comerciales de la metrópoli y contrabandistas, luego por ocupantes de tierras ajenas o usurpadas y al final por una suerte de oligarquía gerencial de capitales también ajenos que, con diferentes atributos de un mismo ser, va reciclándose con el tiempo, reproduciéndose a sí misma.

Desde hace muchos años, tal vez desde que concluyera la dictadura cívico militar instaurada en el ’76, la política como actividad organizada se cristalizó en profesión para vivillos de toda laya, banderías y color, que se turnan para recibir los favores de sus mandantes – el poder económico- a cambio de jugosos comisiones; sólo tiene que tomarse el trabajo de ganar elecciones de tanto en tanto, en las que la sociedad termina optando por candidatos y candidatas tal cual lo hace cuando va a comprar papel higiénico en las ofertas del fin de semana.

Entre ellos, como una suerte de hálito maldito, se mueve un ejército de especuladores, buhoneros sin vergüenzas, truhanes, trapaceros y embaucadores de todo género y condición…Allí nos esperan cuando vamos por nuestras compras.

Y así estamos

En Argentina, humanos y Pejes, por supuesto, parece que a merced de una compleja trama de impostores compulsivos, ellos y ellas y de todos los colores políticos, mientras los responsables de las mesas populares engordan sus cuentas a costa de platos escasos, mal servidos e injustos.

Se percibe por estos territorios castigados cierto grado de desesperación y mientras me las rebusco para freír una cuantas – los Pejes tenemos nuestros secretos –  porque benditas sean las papas que les dicen a caballo, rengo esta vez porque el precio de los huevos también está por las nubes, me acuerdo de un frase escrita en 1934 por Bertolt Brecht, aquél dramaturgo alemán de genio diría sin par: el fascismo es una fase histérica del capitalismo, y, por consiguiente, algo muy nuevo y muy viejo

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