Fútbol y memoria: panchos, calamares en su tinta y chupín de tiburón

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Jacobo “El Milanga” Melqart

Voy a la cancha, o desde la tele, aunque no mucho. Sucede que el fútbol de la estrellas en estas tierras olvidadas por los dioses del bien, está en manos una jauría tatuada de chulos y faranduleros, casi siempre más reaccionarios que la propia idea de reacción.

Y hasta los exportamos: ahí tenéis al argento DT del aletic de Madrid, quien tras sus elogios al lunático de la Rosada, al “Alquilado” (por lo peor del poder más burgués de Argentina), en su paso por la capital española, lo rebautizaron acá como Choto Simeone.

Amigo y vaya uno a saber si no socio también de su colega de la Selección campeona del mundo, colocó al tronco o botín de piedra de su propio hijo en el once de los albicelestes, me imagino que para levantar su cotización.

Y el Choto Simeone entona con el equipo laureado en el Mundial del jeque petrolero, el mismo cuyo jugador emblema tiene como socios a integrantes de la familia Más Canosa de Miami, terroristas contra Cuba financiados por la CIA (obvio) y ciertos otros dinerillos sucios.

En fin, son semblanzas que se me ocurren por lo mala ostia que soy, harto del imperio macabrillo en que vivimos.

Y sí entonces. A ver si en algo se puede recuperar lo fulbolero cuando renace el club del barrio, más allá de lo contaminados que suelen estar por la mugre del mercado y la TV.

Y hace pocos días aconteció. Fue el primer día y primer domingo de este junio. Primero Aldosivi, del puerto de Mar del Plata le ganó a Estudiantes de la Plata; y después Platense, de Saavedra, y también de Vicente López, le ganó a Huracán, de Parque Patricios, y logró su primer campeonato de Primera…

Lo cuentan ellos. El Club Atlético Platense se fundó en el año 1905, cuando un grupo de amigos del barrio porteño de Recoleta apuesta unos pesos a un caballo llamado Gay Simon, del stud Platense. Este caballo gana la carrera y el grupo decide invertir el dinero ganado en un juego de camisetas, una pelota y un inflador, entre otros útiles necesarios para jugar al fútbol. Las primeras camisetas eran rojas con mangas negras, aunque luego tomaría el color de la camisa del jinete que ganó la carrera: marrón y blanco.

En 1908, Platense utilizaba para jugar un terreno en las cercanías del río, el que cuando llovía o había sudestada se inundaba, por lo que los jugadores al final del partido estaban completamente embarrados. Se dice que en esas circunstancias jugaban sus mejores encuentros, por lo que el periodista uruguayo Palacio Zino dijo que los muchachos se movían como calamares en su tinta, dándole así el apodo con que se los llama desde aquél entonces el Calamar.

Y siempre en su tinta…

Algo más de medio kilo de anillas o rodajas de calamar (cortadas como para rabas). Abundante cebolla y tinta (de calamar, claro). Vino blanco. Tomate maduro pelado y picado. Ajo y perejil. Sal y pimienta. Rodajes de buen pan.

A saltear la cebolla muy pero muy picada y la dejemos hasta que se ablande para luego añadirle el tomate; que se forme un sofrito espeso. Luego agregamos las rodajas de calamar, el vino, la sal y la pimienta. Cocinamos en olla tapada durante 30 minutos y añadimos la tinta. Removemos bien y mantenemos la cocción durante unos 15 minutos más, con la olla destapada. Con el ajo, perejil y algo de pan frito preparamos un mejunje para incluirlo en nuestra cocción apenas finalizada.

Pero eso no es todo con el Calamar.

En su viejo estadio de tablones, en el barrio porteño de Núñez – Manuela Pedraza y Cramer-, antes de trasladarse al otro lado de la Gral. Paz, a Vicente López, la muchachada que no éramos tales, si no una banda de mocosos, cada sábado porque estaba la B, nos hacíamos presentes para hinchar como dios manda, y de paso comer los mejores panchos, según indica lo mejor del gusto, que es su propia memoria.

Íbamos a festejar si Platense ganaba y a disfrutar del pancho y la Coca siempre; y recuerdo que el jarabe imperial hacia poco había desembarcado por estas tierras del Sur, sobre la orilla oeste del Plata.

Y ya que estamos. Leed lo que escribió el colega Pietro Sorba en el diario Clarín, en 2018…

La salchicha es un embutido que nace en el Imperio Germánico antes del descubrimiento (yo lo llamo conquista, y sangrienta) de América. Con el tiempo, emigró a los Estados Unidos. Registros neoyorquinos de 1871 documentan su venta combinada con rebanadas de suave pan de leche, por parte del panadero alemán Charles Feltman. En 1904 en otra ciudad de EE.UU., St. Louis, el inmigrante alemán vendedor de salchichas, Anton Feuchtwanger, encarga a un panadero la elaboración de un bollo que pudiera contener el embutido y agilizar la venta…Había nacido el hot dog, el perro caliente…el pancho.

Y ahora Mar del Plata…

Antaño, retiro de varano para ricachones y copetudas. Luego y con el tiempo, la playa veraniega por excelencia, y policlasista, por llamarla de alguna manera ante las multitudes que recibe cada año en los meses de canícula. Una ciudad con edificio vacios durante nueve meses y con el primero de los puertos pequeros del país, puerto que guarda sus magias y misterios.

Y dicen ellos. La fecha fundacional de Aldosivi, conocido como quedó marcada en la historia como el 29 de marzo de 1913. Pero tiempo antes había dado sus primeros pasos ya que por 1911 los empleados que trabajaban en la construcción del puerto local, hacían conocer su necesidad de contar con una entidad social y deportiva.

El nombre surgió de la dirección telegráfica del mismo puerto; eran las dos primeras sílabas de los ingenieros y propietarios de la empresa constructora: Allard, Doulfus, Sillard y Wiriott. El nombre original era Al-Do-Si-Wi, pero como la letra W no se utilizaba en las direcciones telegráficas, se lo cambió por la V.  Los colores verde y amarillo de su casaca son consecuencia de que así lucían las primeros que vistieron, donadas por una empresa de la zona portuaria, y por su cercanía al mar, a los muelles, le dicen el Tiburón.

Entonces, y para la hora de la cena, por ejemplo…un chupín de tiburón, que lo hago con una de nuestras variedades de mayor aparición, el pequeño escualo llamado gatuzo…

Cuatro postas de…gatuzo, claro. Tres cucharadas de aceite de oliva. Jugo de limón. Dos cebollas cortadas en aros o plumas. Un morrón rojo cortado en Juliana. Dos dientes de ajo picado. Medio kilo de tomates maduros, cortadas en cubitos. Tres papas cortadas en rodajas delgadas. Una cucharada de pimentón ahumado. Dos copas abundantes de vino blanco. Medio litro de caldo de verdura. Dos hojas de laurel. Dos cucharadas de orégano. Sal y pimienta. Tres cucharadas de perejil fresco y picado.

Disponer el pescado sobre una bandeja, rociarlo con el juego de limón y por una hora en la heladera. Salteamos en aceite de oliva las cebollas, el morrón y el ajo. Agregamos los tomates, las papas, el pimentón disuelto en el vino, el caldo y el resto de los condimentos. Dejamos que hierva durante 20 minutos. Encima colocamos las postas de gatuzo, tapamos y cocinamos a fuego mínimo hasta que el pescado esté cocido. Servimos el pescado con la salsa y lluvia de perejil.

Para uno y otro plato que no falten las copas de vino, o de birra con los panchos…¡Y qué viva el fulbo!

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