Un poema, una esquina y una novela: parrilla Lo de Mary

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A los de Tomate suele conmovernos todo aquello que dice de esta ciudad, tan martirizada a veces. Las esquinas, aquella que fueron almacenes, por ejemplo, con barra de de bar para parroquianos empedernidos y arcada de por medio para el mostrador, para quesos, fiambres, azúcares, yerbas y…lo que fuere.

Los hubo y muchos. Ya casi que no quedan – incluso podría omitirse el casi -, aunque por suerte algunos hace años se reconvirtieron. Por el borgeano barrio de Palermo recordamos al Preferido, y quedan varios otros en el tintero, porque en esa oportunidad se trata de uno sí, en especial.

Hasta apenas entrado el presente siglo mantuvo su fisonomía original. En Almagro, descascarado sí tanto el bar como el almacén, pero imposible no estar allí cada día, con cualquier pretexto…Cien gramos de mortadela, panes de fonda, o una grapa nunca solitaria.

Nos recordaba…Cuando anochezca en tu porteña soledad, por la ribera de tu sábana vendré con un poema y un trombón a desvelarte el corazón.

Ya Lo de Mary, fue mesa compartida a salón sin mesa ni silla vacía para la presentación de una novela de alguien que es Tomate.

La Bienaventuranza (Paradiso, Bs.As., 2010), la novela. De culto. Su autora, Silvia Maldonado.

Y Lo de Mary es punto de encuentro habitual entre habitantes del infortunio o la esperanza, como suelen serlo por estas tierras ciertos poetas, escritores y hasta periodistas, ejemplares éstos últimos y ya pocos, de una especie en extinción.

Ya llega la churrasqueada, pero tras lo escrito inevitable acerca de nuestro oficio casi fenecido se hace inevitable cierta digresión (breve): Sobre Lucio V Mansilla, quien con su Excursión a los indios ranqueles (1870) – primero publicado como misceláneas en el diario La Tribuna – funda la versión argentina de la crónica periodística moderna, la ensayista y académica Silvia Molloy (1938-2022) escribió, Mansilla, perpetuo elusivo, se permitió no elegir: planteó problemas.

Ahora sí.

Los de Mary queda en la equina que hacen las calles Humahuaca y Acuña de Figueroa, corazón del barrio de Almagro.

Abre medio y noche. Esa una parrilla de barrio, generosa, honesta en lo que ofrece y a los precios que lo hace.

No promete los supuestos excelsos paraísos para el placer de comer que tanto seducen – casi nunca sin intereses detrás – a la dizque presa gastronómica establecida y a sus competidores más actuales, los opinadores y opinadoras en redes sociales, que para ellos cuando no hay dinero el pago consiste en satisfacer la vanidad de ver sus nombres en letras de molde, aunque más no sea en efímeras pantallas digitales.

Asados, entrañas, chorizos, morcillas, achuras…y unas papas fritas para el recuerdo, siempre – también a veces algo más de la cocina porteña popular – y postres en sintonía, entre flanes y vigilantes (fresco y batata o membrillo).

Vinos – no faltan los de López, la bodega señera que nunca falla -, sodas, las llamadas gaseosas y las a nuestros gustos fuera de lugar con esos platillos, las siempre presentes cervezas.

Algunos de Tomate fuimos hace pocos días y por supuesto volveremos…Siempre…Salud.

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