Entre las delicadezas de El Gato Negro, una sopa paraguaya para el aplauso

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Quién no conoce de mentas, por los ojos y sobre todo gracias a las narices y al pasar por su puerta, sobre la calle Corrientes de Buenos Aires, a ese punto de emblema para especias y desde hace unos años con mesas de estilo para tomar café y comer rico, que se llama El Gato Negro.

Tiene una historia que debió ser contada por el propio Emilio Salgari (1862-1911), el gran escritor italiano de las aventuras, pero nosotros, con modestia apenas si vamos a refrescar una que narró Pablo Mascareño en el diario La Nación, en octubre de 2018.

La legendaria despensa de especias en pleno centro porteño  – Avenida Corrientes 1669 – abre todos los días para el deleite de su clientela y comensales, con sus muebles y ambientaciones originales, y tiene una historia de casi 100 años. Es sitio de Interés Cultural declarado como tal por  la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Además, es considerado Bar Notable, categorización otorgada por la Comisión de Protección de los Cafés, Bares, Billares y Confiterías Notables de la Ciudad…Es más, es símbolo sobreviviente de una Buenos Aires que ya no es.

Escribió La Nación

Corría octubre de 1928 cuando el español Victoriano López Robredo decidió levantar, por primera vez, las persianas del almacén que, en aquellos tiempos, estaba ubicado en la misma cuadra, pero a pocos metros del solar actual Se llamaba La Martinica y solo expendía especias (…) como si se estuviese en el mismísimo Gran Bazaar de Estambul.

Su fundador vivió durante cuarenta años en Ceylán, en Singapur y en Filipinas. Era empleado de una empresa británica y viajaba por la Malasia y la Manchuria. Era un pasajero frecuente de esas travesías de once días en el Expreso Transiberiano. En uno de esos viajes, tomó en cuenta el dibujo de un gato sentado con un moño impreso en el menú del salón comedor. Ahí nació el símbolo de nuestro negocio, cuenta su actual responsable Jorge Crespo.

Si Buenos Aires tuvo dos fundaciones bajo la tutela de Pedro de Mendoza y Juan de Garay; para Jorge Crespo, El Gato Negro tuvo tres, una más que la ciudad que lo vio nacer: La primera es la de Victoriano, hace 90 años, cuando conoció a una argentina con la que se casó, se vino a vivir acá, y abrió el negocio para poder sobrevivir. La segunda fue cuando tomó la posta Benigno Andrés, su hijo. Benigno era ingeniero, un hombre muy inteligente que decidió dejar su profesión para poner todas sus energías en la empresa. Victoriano había habilitado a cuatro empleados con un porcentaje, como se acostumbraba en la época. Así que cuando el fundador muere, pasan a ser socios de Benigno Andrés. Uno de ellos tenía una visión comercial muy buena y fue un pilar fundamental. Tal era su compromiso que falleció tostando café en el local a las seis de la mañana, antes que se levanten las persianas.

La tercera fundación de la casa sucedió hace veinte años cuando se decidió implementar la modalidad de una cafetería en el amplio salón rodeado de frascos de especias y otorgarles a los clientes la posibilidad de degustar manjares dulces y salados. Ahí dejó de ser solo una tienda de venta de mostrador.

Comprar en Buenos Aires algunas de las mejores y más variadas especias. Sentarse a tomar un café de esos expresos en serio, de alta calidad y elaborados con sapiencia, pero también llegar dispuesto a comer, de la mano de una cocina delicada.

Los bocadillos salados y dulces son de distinto tipo, y aunque estas líneas sólo nos referimos a sus croquetas de espinaca y su sopa paraguaya – un verdadero hallazgo para esa carta, sea dicho de paso – ello no significa que sus otras variedades no merezcan ser degustadas.

Es más, nos atrevemos a recomendar todo el menú, pese a que las siguientes breves líneas refieran a la mejor sopa paraguaya de todas la probadas por estas comarcas. Fiel a su condición original de budín húmedo a base de harina de maíz y quesos, la de El Gato Negro llega a la mesa con una temperatura de calidez apropiada y en compañía de hojas verdes y tomatillos rojos aliñados con sutileza…

Y qué decir de las croquetas de espinaca. Una comensal que la disfrutaba como sólo las buenas golosas saben hacerlo fue precisa en su comentario: mejores, ni las que hacía mi abuela…y eso es mucho decir.

Se nos ocurrió acompañar nuestros entremeses  con un blend de tés de la casa, especiado y perfecto.

¿Los precios? Apropiados, razonables.

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