Las tetas del Whisky

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Víctor Ego Ducrot

 

Concluye Prignitz que la calidad de la nariz se encuentra en proporción directa a la imaginación de su poseedor…Sin embargo, Scroderus consideraba que Prignitz se encontraba en un completo error, puesto que no es la imaginación la que determina la nariz, sino ésta la que condiciona a la imaginación (…). Mi padre mantenía en su interior una equilibrada lucha sin decidir aún quién se alzaría con la razón, hasta que Ambrosio Paraeus lo decidió por él en cierto momento, haciéndole superar ambas posturas de Prignitz y de Scroderus y sacando a mi padre de la perplejidad (…). Lo cierto es que Ambrosio Paraeus, que era protocirujano y que le arregló la nariz a Francisco IX de Francia (…) convenció a mi padre de que la causa verdadera y real de lo que tanta atención había atraído y a la que tanto tiempo dedicaron inútilmente Prignitz y Scroderus, no era lo que ellos defendían sino que el tamaño y la calidad de la nariz se debían simplemente a la turgencia o la flacidez del pecho de la nodriza o la madre.

Es que las tetas duras de las nodrizas hacen a los niños chatos dirían Pronócrates y Grandgousier para sintetizar, añadiría yo, la magnífica anotación de Tristram Shandy – suerte de genial novela de anticipo del irlandés, sacerdote de la Iglesia de Inglaterra y escritor admirador de Cervantes y admirado por James Joyce, llamado Laurence Sterne (1713-1768)-, acerca de las narices y sus paradigmas, según han podido leer gracias al cierto y si se quiere petulante esfuerzo de este vuestro humilde Peje escribidor.

Y coincidirán conmigo entonces, tras hacer un esfuerzo para ubicar en el tiempo las menciones de la reciente cita, que al viejo Gogol por cierto lo madrugaron, tanto que recién fue por el año 1835 cuando él escribió aquello de una nariz con vida propia y alejada del rostro que lucía un burócrata de San Petersburgo.

Pobres ella, la nariz, y los humanos de por aquellos lares, en los alborotos que se vieron envuelto; y supongo que se estarán preguntándose de qué va todo esto, entre narices de diversos signos…

Pues gracias vuestras mercedes por las tantas calmas y aguantaderas que suelen dispensarme; es que esta semana quería contar sobre todo ese batiburrillo de cánones y absolutismos de buhoneros que habita la comarcas de quienes dicen que saben de escabios, que lo hay es cierto porque el diablillo existe, aunque los más se esfuerzan por anotarse porotos secos de superchería para hacerse de unos dinares con los cuales vivir. Y qué decir de esa legión de farabutes dizque influencers y de posteadores en redes sociales, incontinentes de cagaderas escritas, pues una mezcla rara de voyeurs y exhibicionistas son.

A lo nuestro. Querría deslizar algunas palabras respecto de aquello que bautizaron cata por un lado y de las recomendaciones doctas para el disfrute por el otro; no acerca de escancios en tropel y de lo que fuere, aunque el más amado por aquí sea el que en definitiva proviene de la vid, sino de uno que hace días me tiene alborotado por tanto deseo y la verdad que por gozadera también, si a la hora del ocaso tanto mejor.

Con ustedes, su excelencia de esta semana: el whisky, y ya que estamos de paliques les cuento que cuando le advertí a cierto querido editor de una revista que extrañamos sobre mis asuntos, con una voz aguardentosa respondió, pero qué me dice Peje, si justo venía considerando lo oportuno y necesario que a esta vida resulta el sacro momento de un Single a tiro y disposición.

Antes de continuar, una vez la misma advertencias. Tened cuidado con el poder de las camamas que ejercen los churrulleros y churrulleras – miren que han tantos que han jodido con el desmadre de aquello de le e -, pues tanto ellos como ellas que ululan, y de lo lindo siempre quieren un lugar en la poco sacra Tierra de las palabras.

Una revista bacana recomendaba el otro día lo siguiente: Observar el color. El color clásico de un whisky es un ámbar brillante. Si se puede ver a través de él y no hay nada flotando en el líquido significa que es de buena calidad porque no hay error en la parte del filtrado. En la nariz se cata el ochenta por ciento de un whisky. Para hacerlo remolinamos en pequeños círculos el líquido y soplamos un poco al interior del vaso para que los vapores salgan. Entonces metemos la nariz dentro de la copa con la boca abierta porque al ser un destilado de alta graduación alcohólica (entre 40 y 43 grados), al abrir la boca evitas el golpe alcohólico. Éste es un whisky muy aromático con muchas notas a bosque, muy dulce a la nariz, con mucho caramelo. En boca. Un muy pequeño sorbo al principio para limpiar las papilas gustativas, después un segundo sorbo que no se traga de inmediato, sino que se paladea, que significa dar golpecitos al paladar con la lengua, como si se masticara. El sabor residual es el que permite percibir, con toques de vainilla, pera, frutos secos, ciruela pasa y especias.

Pero prefiero encauzar al revés, de la mano de Robbie y sus compinches, gambeteadores de la mishiadura a como sea y zafando de la cana; él, un degustador absoluto que cotiza en la bolsa aporreada de la vida, con la esperanza de joder al capital una prueba particular propone para los whiskies de alta gama.

Por más datos y a los andurriales de ese planeta que llaman streaming, que si se encuentran con el maestro Ken Loach y su película La parte de los ángeles, verán qué halagador para el alma acorralada resulta el pire en pollerita escocesa.

Pero basta. Aquí, si me lo permiten, le agradeceré al amigo Ducrot su cortesía, pues vaya uno saber por qué – los Peje mucho tenemos de parleros ni que les digo de recatados, y pues entonces hay interrogaciones de las cuales nos privamos – hace unas pocas jornadas transcurridas al mío embute se acercó con dos jarrones encajados, uno se llama The Glenlivet 12 y el otro, ¡ay madrecita!, Lagavulin 16.

No sé don Shandy ni ante quien me lea – si me leen y si no se lo pierden-, si se trata de la imaginación en alguno de los dos sentidos posibles, o de las tetas y sus turgencias, o de las narices chatas y las narices prominentes, o las narices convertidas en fugitivas de jetas burocráticas.

Sí sé, en cambio, que con cualquiera de los dos frascos güisqueros cerca, qué digo cerca, cerquita del gañote de quien si hasta la vida más justa parece, aunque sea por un ratito…Hasta la próxima entonces y ¡Salud!

Antes que algún avispado me acuse y denuncie por el delito de autoplagio, aquí me adelanto. El texto que espero alguien acabe de leer es un reedición corregida del publicado en abril del ’22 por aquella querida revista que se decía Socompa.

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