El Choclo, en irreverente puchero de guitarras

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Esta semana es para alquilar balcones, palcos y gallineros en el coliseo lírico tanguero de Tomate.

Con ustedes, las bordonas y compañía del maestro Julián Graciano y Manuel Masetti.

De Ángel Villoldo, y estrenado en 1903,  – aseguran que la melodía original pertenece al violinista afro argentino y liberto Casimiro Alcorta (1840 – 1913) -, El Choclo es un tango leyenda.

Su primera letra, del propio Villoldo, hacía mención al choclo del puchero. Otra, del compositor y cantor Marambio Catán cuenta la historia de un malevo de su época, rubiecito él; y finalmente, en 1947, Enrique Santos Discépolo y el mismo Catán, estampan sus firmas a la versión más difundida.

Con este tango que es burlón y compadrito se ató dos alas la ambición de mi suburbio; con este tango nació el tango, y como un grito salió del sórdido barrial buscando el cielo; conjuro extraño de un amor hecho cadencia que abrió caminos sin más ley que la esperanza, mezcla de rabia, de dolor, de fe, de ausencia, llorando en la inocencia de un ritmo juguetón. Por tu milagro de notas agoreras nacieron, sin pensarlo, las paicas y las grelas, luna de charcos, canyengue en las caderas y un ansia fiera en la manera de querer…

Al evocarte, tango querido, siento que tiemblan las baldosas de un bailongo y oigo el rezongo de mi pasado…Hoy, que no tengo más a mi madre, siento que llega en punta ‘e pie para besarme cuando tu canto nace al son de un bandoneón. Carancanfunfa se hizo al mar con tu bandera y en un pernó mezcló a París con Puente Alsina. Triste compadre del gavión y de la mina y hasta comadre del bacán y la pebeta. Por vos shusheta, cana, reo y mishiadura se hicieron voces al nacer con tu destino…¡Misa de faldas, querosén, tajo y cuchillo, que ardió en los conventillos y ardió en mi corazón!

Es una letra iniciática; da cuenta fundacional del tango como cultura y tuerce guiños a su propia historia como poesía.

Nos dice del origen orillero y prostibulario de la música popular urbana del Río de la Plata; si hasta cabe recordar en ese contexto al antiguo Sacudime la persiana, de Vicente Loduca; y desde los barrios de la metáfora rea es que el choclo, puede ser entendido como una bravata fálica del macho fanfarrón.

En un lujo de atrevidos que nos damos, Graciano y Masetti donan sus artes a favor de nuestra sección Tango a la parrilla.

Y se trata de una deuda que algún día pagaremos, invitándolos a unos bocadillos de huitlacoche, aquel hongo que crece entre los granos del maíz, entre los choclos, y que la portentosa cocina mexicana transforma en ambrosía o plato para los dioses, los poetas y los santos guitarristas tangueros nuestros, que jamás dejarán de marchar.

¡Muchas gracias y salud, maestros…!

 

 

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