Que el naufragio nos encuentre bien comidos

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En la noche del 14 de abril de 1912, el Titanic se fue a pique. Hace ya unos años, varios medios del orbe todo divulgaban el menú de la ultima cena que le fue servida a bordo a los pasajeros de la primera clase, quienes según el diario El Mundo, de Madrid, habían pagado aproximadamente 100 mil euros al cambio actual por el privilegio de formar parte del viaje inaugural del buque que fue y es leyenda.

En aquellas crónicas también se daba cuenta de los menús servidos a los pasajeros de la segunda y la tercera clase.

Por otra parte, en un artículo publicado el 7 de este mes, a cargo de la editora Leonor Baldwin, la revista italiana Gambero Rosso, amplía aquella información.

Veamos primero que escribió Fernando Point hace ya un tiempo en el periódico madrileño recién mencionado.

No hay un menú más famoso en toda la Historia de la navegación comercial que el que se sirvió para la cena del 14 de abril de 1912 en el Titanic, horas antes de su trágico fin. En realidad, esa noche se sirvieron cuatro cenas a bordo, pero la histórica, la glosada hasta en un pequeño pero enjundioso libro (The Last Dinner on the Titanic, de Rick Archibald, Madison Press Books, Toronto, 1997), fue la del comedor de primera clase, con un fastuoso menú diseñado por el cocinero más famoso e influyente de aquella época, Auguste Escoffier.

Los pasajeros de primera, que había pagado cerca de 100.000 euros al cambio actual por el privilegio de aquel viaje inaugural, se dividieron en dos aquella noche: una fiesta privada en el restaurante à la carte, y el resto en el comedor que aparece como privé en los documentos y menús, pero que era en realidad el gran salón: ése ha sido el más reseñado.

Pero también en segunda clase hubo un muy apreciable menú (redactado en inglés y no en el francés entonces obligatorio en todas las grandes mesas), y hasta en las profundidades del puente F, donde viajaban en condiciones espartanas los emigrantes de tercera clase hacia América, se servía una merienda-cena correcta, a base de rosbif y plum pudding: la White Star se esforzaba por tratar a los viajeros más pobres mejor que otras navieras.

El menú de primera, absolutamente excesivo en cantidad y variedad —cada uno de los 10 servicios constaba, no de un solo plato, sino de hasta tres con sus acompañamientos— no es tan chocante si se examina plato por plato: no hay ya esas imposibles piezas montadas de la cocina decimonónica de Antonin Carême, sino recetas apetitosas, con relativamente pocos ingredientes, producto de la modernización de la grande cuisine que desarrolló y reglamentó Escoffier, primero en su Francia natal y luego desde su base operativa del Hotel Savoy de Londres: desde allí asesoró, entre otras, a la White Star. Es lo que hemos conocido como grande cuisine, y resistió incólume hasta que la nouvelle cuisine, alrededor de 1970, vino a depurar un poco más aún técnicas y sabores.

El tono muy francés de este menú no impide —Escoffier sabía bien lo que era trabajar para una empresa británica— la presencia de platos bien británicos, en particular el salmón poché, el eterno cordero con salsa de menta y, cómo no, el rosbif de lomo de buey. No han quedado, que sepamos, datos de los vinos que se sirvieron, sin duda todos franceses salvo algún oporto.

Dicho esto, fueron muchos los banquetes igual de fastuosos en aquella época feliz y plutocrática, antes de la Gran Guerra. Pero las últimas comidas de quienes van a morir siempre han fascinado, morbosamente, más que cualquier otro ágape, y muchos de quienes disfrutaron este menú no vieron la luz del día 15 de abril. Y, más aún, la gran mayoría de los cocineros, pinches y camareros perecieron también.

Ahora sí, los narrado por Gambero Rosso.

En la tarde de aquél 14 de abril, un gran número de pasajeros de primera clase fueron invitados a una fiesta celebrada en el Ritz, el más lujoso de los restaurantes a bordo. El elaborado menú a la carta incluía hasta diez platos, entre entrantes de ostras, consomé Olga, crema de cebada y salmón (…).

Tras la pausa del ponche continuaron con pichón asado, paté de hígado de oca, espárragos en vinagreta y apio. Luego los postres: el clásico pudín, melocotones en gelatina chartreuse, helado, bollos de crema de chocolate y vainilla.

El menú de la cena para los pasajeros de segunda clase la noche del 14 de abril incluía caldo de tapioca, bacalao al horno con salsa picante, pollo al curry con arroz, cordero con menta , pavo asado con salsa de arándanos con puré de nabos y guisos , patatas hervidas o al horno y arroz. Numerosos postres: pudín de ciruelas, gelatina de vino, sándwich de coco , helado americano , frutas secas y frescas y quesos. Para terminar, galletas y café.

La oferta de tercera clase brindó a los pasajeros la oportunidad de disfrutar de comidas ricas y nutritivas durante todo el día (…). Para el desayuno, comieron gachas con leche, arenques ahumados, patatas asadas, huevos y jamón, pan, mantequilla y mermelada, té y café.

Para la cena, el menú incluía sopa de arroz, pan seco y galletas, rosbif con fondo dorado, maíz en mantequilla, patatas hervidas, pudín de ciruelas con salsa dulce y fruta fresca.

A la hora del té, los pasajeros de tercera clase podían disfrutar de embutidos fríos, quesos, encurtidos, pan con mantequilla, higos guisados ​​y arroz junto con humeantes tazas de té.

Con textos del diario El Mundo, de España, y de la revista italiana Gambero Rosso.

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