Buñuelos y amantes para Remedios y las damas bravas de San Martín

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Hoy en Lecturas, vamos al teatro con la legítima del general San Martín y sus amigas…Perdón, con Florencia Patiño y compañía, protagonistas de un magnífico -¿genial?- atrevimiento: las  minas patricias del ejército libertador en clave desopilante.

Damas Bravas es una comedia  histórica e irreverente sobre las mujeres que confeccionaron la bandera de los Andes. Nochebuena de 1816. En una ciudad que pronto quedará sin hombres, se reúnen la porteña Remeditos, una monja española, una dama mendocina, una viuda chilena y una criada mapuche (…). ¿Quién creería que entre esos paños se esconde una delicada misión secreta?

Atención. Lo que sigue en el próximo dúo de párrafos más o menos, no pertenece al texto y desarrollo escénico de Damas bravas, sino que, parece ser pero no estamos seguros, se dibujó entre los pliegues asociativos en la cabeza de ciertos espectadores tomateros.

Guerrero había sido cuando, en la africana Orán, aquél chaval nacido en las selvas que se hablan en agudas, como mbejú – aunque no se sabe si él alguna vez lo comió, escrito sea de paso –, y a sus 15 años se batió con los moros. Después, ya por aquí, en el Cuyo, ordenó aquello de Compañeros del Ejército de los Andes: Ya no queda duda de que una fuerte expedición española viene a atacarnos; sin duda alguna los gallegos creen que estamos cansados de pelear y que nuestros sables y bayonetas ya no cortan ni ensartan; vamos a desengañarlos. La guerra se la tenemos que hacer del modo que podamos. Si no tenemos dinero, carne y un pedazo de tabaco no nos han de faltar; cuando se acaben los vestuarios, nos vestiremos con las bayetitas que nos trabajan nuestras mujeres y si no, andaremos en pelota como nuestros paisanos los indios. Seamos libres y lo demás no importa nada. La muerte es mejor que ser esclavos de los maturrangos.

Remedios de Escalada se enamoró y casó con el general recién llegado a Buenos Aires, pero jamás se doblegó, hasta bancó el tener que rajarse de Mendoza para morir sola a orillas del Río de la Plata.

Y más todavía. Lo de ella fue de anticipación Tantas veces se le plantó al dorima, que nada de sumisiones y, si no me das bola, bienvenidos sean los revuelcos con mis amantes…tal vez granaderos. Así nos lo notifica, con otras palabras, por supuesto, el libro Pasión y traición (Planeta; 2019), de Florencia Canale, nieta en sexta generación de Remedios de Escalada de San Martín.

Por eso ahora nosotros conjeturamos lo siguiente: quizás a veces se le diera por freírle al general ciertos buñuelos o amasarle dulces alfeñiques, pero jamás se le debe haber ocurrido exagerar aquello de llevar con esmero y dedicación los asuntos del hogar.

Pero vayamos al teatro. Se trata de una experiencia en clave de comedia desopilante, de esas que tanto ayudan a vernos en el pasado sin las bobas cartulinas de la oficialidad y el bronce. Son indispensables; la Historia también así debe ser entendida…

Y después de la función, a comer y beber, puesto que ellas, las Damas bravas sin remilgos acuden al vino; hasta la monja de la vieja España, por supuesto.

No aparecen sobre el escenarios pero se  nos ocurrió porque se trata de sabores de por aquellas épocas y geografías.

Tienen unos dos mil años. Nacieron en Turquía, Marruecos o Egipto, donde se comían como pequeñísimas albóndigas de masa frita con miel. Cuando llegaron a España fueron bautizados como buñuelos de viento. En nuestra América se hicieron populares. Qué sabrosura por aquellos tiempos con unas copas de vino de Oporto refrescado, traído de Portugal; tanto que no conviene olvidar que el propio San Martín era de buenas copas.

En un cuenco harina, sal, algo de polvo de hornear y azúcar. Tamiz y aire. Entonces la leche y el huevo poco a poco. A mezclar hasta que la masa sea. Esencia de vainilla y ralladura de naranja o limón. Con las manos los armás, pequeños, y a la fritura en abundante aceite que pele hasta los huesos. Que escurran y le llueva un algo de azúcar impalpable.

O la misma copa de vino pero con alfeñiques. Pastas de azúcar delgadas y retorcidas, originarias del mundo árabe. Se sabe que los aztecas ofrendaban a lo muertos unas golosinas similares elaboradas con amaranto. Ya las monjas mexicanas le otorgaron la misma impronta celebratoria. Se instalaron en toda nuestra América, desde el Norte hasta el Cuyo mismo.

Azúcar. Clara de huevo. Jugo de caña de azúcar o melaza. Un poco de aceite y de esencia de vainilla. Mezclar todos los ingredientes con suficiente agua para formar un almíbar. Cocinar a fuego fuerte y sin revolver hasta que llegue al punto de hilo. Bajar el fuego y verter sobre una superficie húmeda, mojar las manos y extender el preparado, luego cortar en tiritas que se estiran y se tuercen. Listo.

Pero antes de comer y beber, vamos a aplaudir de pie y entre vítores, porque Damas bravas se lo merece…

Todos los domingos a las 19 horas en Espacio Callejón; Humahuaca 3759, ciudad de Buenos Aires.

Elenco: Mirna Cabrera, Julia Nardozza, Flor Orce, Florencia Patiño y Florencia Pineda

Arreglos musicales: Julia Nardozza, Candelaria Quiñones, Federico Patiño

Diseño y realización de escenografía y vestuario: Clara Hecker y Gerardo Porión

Puesta coreográfica: Gabi Goldberg

Diseño de luces: Gustavo Lista

Maquillaje: Romina Tischelman

Diseño gráfico y fotografía: Paco Fernández

Comunicación y prensa: Mutuverría PR

Asistencia general: Facundo La Fuente

Dramaturgia y dirección: Alfredo Allende

Producción general: Síndrome de Eureka

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