Dos “cinzanos con ferné” y la Gardel con polleras en lo de Doña Cata

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Para escribirlo con más precisión; tras aquél escancio doble que es aperitivo parroquiano con contertulios del cuore y en el Almacén, Bar y Copetín al Paso de Doña Cata, del otro lado del Riachuelo y a no tantas cuadras del puente por el cual salimos de Pompeya, en esas tardecitas de rapsodias y liróforas todo es posible, si hasta oír detrás de un ligustro medio enclenque a la única y maravillosa voz de la Gardel con polleras, como la llamaron a Nelly Omar en aquella ya lejana noche que un teatro de Valentín Alsina entonó La descamisada…Y ya que estamos, recordar que por allí cerca o mismito, en la Sociedad Polonesa de la calle Palacios, debutó un tal Roberto Sánchez, la leyenda cantora conocida como Sandro.

Agradecemos esas y otras misceláneas que alguna vez retomaremos y que fueron tomadas en préstamo y agradecemos a la historiadora Mabel Álvarez, a partir de una entrevista que la colega Marcela Listorti le realizara en el ciclo Entrevistas de fin de semana, de la Secretaría de Cultura de Lanús, emblemático municipio del surero Conurbano bonaerense.

Les decíamos (escribíamos). Llegamos una tardecita la calle Paso de Burgos 456, sí de Valentín Alsina, entre casas bajas y vecinos de pasos tranquilos.

Dos mesas improvisadas sobre la vereda y otras tantas con el mismo carácter en el interior del local – sobre el Almacén, Bar y Copetín al Paso de Doña Cata borroneamos-; tanto así que una de las silletas sobre la cual apoyar vuestros culos podéis, guarda el distinguido aire psicodélico de ser una especie de pintarrajeada tapa de inodoro (¿saben acaso que lo primeros y tan importantes artefactos para la historia mundial del la higiene fueron obra de los sumerios, allá por el 3500 antes de la llamada era cristiana?)…En fin…

Paredes con fotos que de amarillas y revoloteadas íconos son de un barrio que creció a orillas del Riachuelo, que labró solidaridades en cada inundación – la del ’67 fue arrasadora -, que es tango y que es rocanrol, con sillas en la vereda en verano a la hora de la fresca y que guarda, esperemos que como joya o patrimonio, uno de los pocos bares almacén que quedan en Buenos Aires y sus arrabales de provincia…¡Que el Altísimo o el Bajísimo los tenga en su santa y mejor aún pecadora gloria!

Saludos y recuerdos entre algunos antiguos conocidos, melancolía de un veterano que abandonó su viola y batería rocanrolera, que seguro aguardan en un ropero arrumbado. Goles que nunca se gritaron y más, toda esa poesía runfla sin querer ser poesía que suele habitar en la misma esquina que algún tontuelo quedó de garpe, amurado.

Y contra los olvidos, gracias Carlos Cantini por su crónica del 21 de abril del ’22 en el sitio Café Contado, por el dato que sigue: el boliche se llamada de Cata por Catalina Pindus, una ucraniana que allá por los ‘40 había llegado al país huyendo de guerras y hambrunas. Junto a Pedro, su marido, abrió el pequeño comercio, que también ofició un tiempo como pensión para compatriotas que escapaban como ellos, en una barriada obrera rodeada de grandes curtiembres y pequeños talleres de aquél lado del Riachuelo.

Claro que sí, los cinzano con ferné fueron algunos y después con otros rumbos para la hora de la cena, pero esa, esa es otra historia, para algún día.

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