Una “ontología de las frutas” que es necesario desvelar

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Tomado de Menú y nacionalismo: un repaso a la gastronomía literaria argentina (Marechal, Aira, Borges), de Javier de Navascues, especialista en literatura argentina de la Universidad de Navarra, España, y publicado por el sitio udc.es. Para esta edición de Lecturas elegimos el capítulo referido a Leopoldo Marechal (1900-1970), ese portentoso escritor argentino, el de la novela Adán Buenosayres (1948) entre sus tanto textos.

Creemos que la interpretación efectuada por el académico español señala con justeza la cosmogonía metafísica de Marechal, en lo literario, en lo político…y en lo culinario, es decir el universo de las comidas, de la alimentación.

Aperitivo: Entremeses con Leopoldo Marechal

Sobre la gran mesa del comedor Patricia Bell instalaba copas y fuentes con aceitunas, maníes, cholgas, quesos, nueces, almejas y salamines cortados en rodajas. Luego se fue y volvió con cierto botellón de vino que su consorte recibió en el trance de una beatitud a mi entender excesiva.

—El vino es de Salta—me reveló él llenando las copas.

Y tendiendo su mano sobre las fuentes como para bendecirlas, enumeró así:

—Aceitunas de Cuyo, nueces de La Rioja, salamines de Tandil, quesos de Chubut, maníes de Corrientes, almejas de Mar del Plata, cholgas de Tierra del Fuego.

—¿Un mapa gastronómico de la República? Le dije yo entre humorístico y desconcertado.

—Eso es— repuso Megafón—. Conozco estas frutas y conozco el ademán y la cara de los hombres que las cosecharon. Necesito agarrarme a estas frutas y aquellos hombres para saber que todavía estamos en un país real.

Fiel a su poética alegórica, Marechal recurre al motivo del banquete, ya aparecido en Adán Buenosayres y en el mismo título de su segunda novela, para desarrollar ciertos problemas de su interés. De acuerdo con la tradición de los diálogos platónicos, la comida sirve de marco para convocar dialécticamente una serie de cuestiones trascendentes.

Así, el festín se convierte en la antesala material por la que se ponen de relieve otros temas de índole espiritual. Se sublima el significado de la comida, que, al socializarse, permite el debate de asuntos más elevados, en este caso de carácter ético y político. Como dice el texto poco después con socarronería muy propia de su autor, existe una “ontología de las frutas” que es necesario desvelar.

Marechal propone en Megafón, o la guerra una doble batalla, celeste y terrestre, a fin de liberar a la Argentina de sus problemas endémicos. Esta conjunción de esferas, la política y la metafísica, es el resultado del ideario del autor quien, a pesar de su evolución ideológica desde el conservadurismo nacionalista católico a las tesis liberacionistas, siempre trató de enlazar sus creencias religiosas con su militancia en el peronismo.

Siguiendo el pensamiento nacionalista tradicional la identidad de los pueblos se conforma por una serie de rasgos distintivos: raza, religión, lengua, geografía… La vinculación de la “esencia” nacional con una determinada configuración del clima y el paisaje natural se explica desde el Romanticismo como un factor diferencial decisivo. Las comunidades, se dice, guardan una relación estrecha con el medio que las acoge. De un lado, ellas dotan a la Naturaleza durante siglos de una imagen particular mediante el cultivo de los campos y la ampliación de los reductos urbanos; de otro, la naturaleza influye en la modelación de los caracteres específicos mediante la acción climática o la alimentación. De ahí que en la invención de las nacionalidades un elemento distintivo sean los productos alimentarios y la cocina, que es la manipulación humana de una materia prima que se ve como singular.

Las dádivas de la tierra, —los frutos que alimentan a las comunidades a lo largo de generaciones—, se erigen en símbolos reconocibles de las diferencias esenciales entre los pueblos. El vino de Salta, los quesos de Chubut o las almejas de Mar del Plata, en el texto de Marechal, no sólo son (¡faltaría más!) manjares exquisitos para un paladar que se precie de ser argentino, sino que también recuerdan que se vive “en un país real”, es decir, en una nación que, pese al dominio de los opositores políticos ligados al capital extranjero o a la oligarquía traidora a los intereses de la patria sagrada.

La condición efímera de la comida queda en un segundo plano; para Marechal los alimentos significan otra cosa. La “realidad” física soporta otra más espiritual y, por tanto, imperecedera: las esencias nacionales que no se pierden a pesar de la coyuntura histórica.

El mito de la Naturaleza eterna apoya la intemporalidad de esa patria en la que cree el nacionalista Marechal. Por eso el resto del libro es una sucesión programada de “batallas” simbólicas en las que se pretende liberar a la “auténtica” Argentina de sus enemigos de siempre: el capitalismo internacional, el patriciado corrupto, la casta militar, la burguesía adinerada.

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