Sandwichitos del Molino, un gallinero que voló y Severino Di Giovanni

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El gran periodista, escritor y amigo Oscar Taffetani, siempre activo en las redes sociales, publicó hace pocas horas una verdadera perla de los recuerdos y las semblanzas. Tomate sabe darse sus lujos y entonces ahora reproduce ese breve texto. La memoria. La escritura. Unos sandwichitos. La legendaria Confitería Del Molino. Nuestra historia en tan pocas palabras…Esta entrega incluye textos de Osvaldo Bayer y Roberto Arlt.

Con ustedes el texto de Oscar Taffetani…

Mi primera ex, Mabel, tenía una tía llamada Rosita que se había casado – por decisión de los padres – con Américo, hijo de inmigrantes que fue Masterchef y cocinero de la Confitería del Molino (1).

Llegué a estar presente cuando Américo, en la casa de Vicente López, venía a fin de año o en Pascua con sandwichitos, traviatas (2) y un pan dulce del Molino, para celebrar.

El hermano de Rosita, Ianni (mi suegro), había vivido en Lanús, de chico. En la parte de atrás de su casa estaban los Scarfó, cuya quinceañera hija, América Scarfó (3), era visitada en las noches por Severino Di Giovanni (4).

Una vez –me contó Ianni- voló el gallinero del fondo, completo, por un artefacto mal preparado, no sé si por Severino o por uno de los hermanos de América, Paulino, que era quien más colaboraba en la acción directa.

Ni Américo ni Rosita ni Aurora (abuela de Charly Pisoni) ni Ireneo (abuelo de Charly) ni mi suegro Ianni solían hablar de los primeros tiempos, de familias italianas inmigrantes en la Argentina de principios del siglo XX.

Cuando corrían el Asti, la sidra y los sandwichitos en Vicente López, se soltaban un poco y ahí podía escuchar relatos increíbles, sobre la crecida del río (tenían que mudar la sastrería), las cargas de los cosacos, las asambleas y los gallineros que volaban de noche, sin que nadie supiera nada.

Asociación libre de mi memoria activa, a partir de la reinauguración de la Confitería del Molino.

Notas

(1) Confitería del Molino, inaugurada en 1917 y declarada Monumento Histórico 80 años después, reabrió sus puertas a cuatro años del inicio de su restauración, una obra conjunta entre la Ciudad, el Congreso y el Gobierno nacional.

Fue inaugurada en 1917 por Constatino Rossi y Cayetano Brenna, ambos reposteros italianos, y bautizada de esa manera porque enfrente, en la Plaza del Congreso, funcionó el primer molino harinero de Buenos Aires.

La construcción del edificio, de 5000 metros cuadrados y en aquél entonces uno de los más altos de la Ciudad, fue hecha con todo el material importado de Italia y le fue encargada al arquitecto Francesco Gianotti, quien también estuvo a cargo de la Galería Güemes, en la calle Florida.

En 1930, durante la dictadura que derrocó al presidente Hipólito Irigoyen, la Confitería fue incendiada y reconstruida un año después. La muerte de Brenna, en 1938, significó el fin de la Belle Époque. Desde entonces, pasó por distintas manos hasta que se produjo su quiebra, en 1978.

Mediante un decreto, en 1997, cuando cerró sus puertas, fue declarada Monumento Histórico Nacional y, tres años más tarde, fue considerada Patrimonio Histórico del Art Nouveau y la vanguardia de la Belle Époque por la UNESCO.

En 2014, el Congreso Nacional sancionó la ley 27.009 y se procedió a la expropiación de la Confitería del Molino. Desde 2018, el órgano legislativo, así como el Gobierno nacional y la Ciudad de Buenos Aires, iniciaron la restauración del inmueble que este viernes reabre sus puertas.

(2) Sándwiches de miga, casi una especialidad argentina. Y se le llama traviatas a un sándwich casi siempre de jamón y queso, entre dos galletitas de agua.

(3) El 27 de agosto de 2006 el ya fallecido y siempre recordado periodista y escritor Osvaldo Bayer escribía en el diario Página 12: “América Scarfó nos dejó para siempre. Murió el sábado pasado. Tenía 93 años. Recibí la noticia con la tristeza de saber que era la última de una época de lucha libertaria. Mi sentimiento no era otra cosa que una melancolía mezcla de enorme cariño y admiración. Fue la compañera de Severino Di Giovanni. El anarquista fusilado por el dictador golpista de uniforme: Uriburu. El 1º de febrero de 1931. Un día después era también fusilado el hermano más querido por América: Paulino Orlando Scarfó. En 48 horas le habían arrancado a la adolescente de 17 años sus dos más grandes cariños. Quedó sola, en un mundo absolutamente enemigo”.

(4) Legendario militante anarquista italiano, fusilado en Buenos Aires 1 de febrero de 1931. En una pieza maestra del periodismo argentino, el escritor Roberto Arlat, quien presencio el fusilamiento escribió:

“El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quién sabe! El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el mate. Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar. Ha formado el blanco pelotón fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado. Éste grita: “Venda no”.

”Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso. Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?

— Pelotón, firme. Apunten.

La voz del reo estalla metálica, vibrante:

— ¡Viva la anarquía!

— ¡Fuego!

”Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas. Fogonazo del tiro de gracia.

”Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero martillea a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y con zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.

”Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez, de Última Hora, Enrique González Tuñón, de Crítica y Gómez de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la Penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:

— Está prohibido reírse.

— Está prohibido concurrir con zapatos de baile”.

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