Comer en Roma, y a metros de Carlos Gardel

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Así nos pone en situación y escena un sitio oficial de la ciudad de Buenos Aires: A pocos metros del Museo Casa Carlos Gardel y del Abasto Shopping, el Café Roma es testigo privilegiado de los últimos casi cien años del barrio. Abrió sus puertas en 1927, en la esquina de las calles Anchorena y San Luis.

Fue uno de los tantos locales almacén y bar que por décadas habitaron por estas tierras, solaz de parroquianos y puntos de aprovisionamiento para la vecindad.

Lo inauguraron inmigrantes españoles pero lo bautizaron Roma porque por aquél entonces la barriada era de italianos italianos, casi todos trabajadores en el viejo Mercado, y con ellos, con inmigrantes de otros puertos y en los conventillos, fue creciendo nuestra cocina y cultura cocoliche.

En 1952 se hizo cargo del boliche un asturiano llamado Jesús Llamedo, quien, con su primo y paisano Laudino Pruneda lo llevó adelante por años y años.

En 2019 lo compraron Julián Díaz, Sebastián Zuccardi, Agustín Camps y Martín Auzmendi. Lo restauraron pero mantuvieron su estética, su entorno; en una palabra, su alma.

El Abasto es hoy un universo de mestizajes culturales: Los descendientes de los de siempre, más peruanos, bolivianos y familias ucranianas y rusas. También es un verdadero barrio judío, con todos sus encantos de tiendas y locales de comidas, centros religiosos; y ese andar de sus gentes durante las horas del día.

Y algunos de los tomateros fuimos a Roma, esta misma semana y en horas del medio día.

Prólogo y primera sensación, de esas que nos obsequian los espacios y los punto de fuga al mirar por una ventana: el Abasto es un territorio circular; los carromatos de tiempos del Zorzal con bocinas de taxis y piberío rolando, y esas vidas del barrio, de antes y tan de ahora que parece de después.

Muy buenas. ¿Cuál es el vino de la casa que ofrecen por copa? Un Torrontés-Semillón Santa Julia 2021.Perfecto, que las copas sea dos…y frescas por favor…

Y ahora, a la carta.

Primer acto. FainaSeta. Ella la dama de la Liguria, a la que en el Mediterráneo francés le dicen socca, en Marruecos calentita y por aquí de amor eterno con nuestras pizzas; ella sí lucía exacta, al menos al gusto de ambos comensales, tan oriundos de esta Tomate escrita para ustedes.

Con montura de mozzarella, portobellos, gírgolas y hongos de pino asados, con verdeo y un excelente aceite de oliva, el Zuelo de Familia Zuccardi. Reiteramos, al gusto de nuestros gustos, notable, al menos más que interesante en un versión que guarda originalidad.

Segundo acto. Una pizza llamada Anclao en París, con mozzarella, espárragos asados, queso Brie y una suerte de pesto, pero del mismo vegetal con forma de breve bastón verde y muy señorito él, con unas hojas de albahaca.

Un opus de pizza porteña de media masa levada 24 horas hecha bollo y otras 24 sobre moldes; horneada en su punto y cornisa sin ser napolitana, sí crocante. ¿La verdad? Un hallazgo.

La carta de Roma ofrece otras propuestas. De ellas sólo podemos afirmar que todas son de muy buen ver y ya aplicaremos nuestro comer en cualquiera de las muy próximas visitas.

Lo mismo decimos respecto de la no tan breve repostería, pero otra vez será, tal cual dice una balada que cantaba quien además quizá haya sido el más notable de los cineastas argentinos, Leonardo Favio (1938-2012).

Mientras nos zampábamos todo aquello con justo regocijo, parroquianos que llegan, se sientan, comen o simplemente piden la compañía del consabido café, con aires del Abasto, claro, de esta ciudad porteña.

Tercer acto. La cuenta por favor…

No es barato el cheboli pero la calidad de lo que ofrecen justifica sus precios.

Lo recomendamos, y…¡Ah, ya nos olvidábamos…Muy oportunos aperitivos con el vermú de la casa, elaborado en Mendoza: La Fuerza y en tres variedades: Rojo, a base Malbec; blanco, con Torrontés; y rosado, con presencia de flores…

Ahora sí. Buen apetito y salud…Hasta la próxima.

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