Si te portás mal vamos a comer a La Colorada

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Allá por los bajos, los bañados y los cañaverales del Maldonado, cerca del Camino de las cañitas, se encuentra lo que pudo haber sido pero no fue. Y para que esa negación del ser no se transforme en solemnidad he aquí una mueca burlona, en una dedicatoria cariñosa de la mano de Discépolo, el eterno, para tanto literal estreñido que anda por ciertos rumbos…Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezcla’o la vida…Y herida por un sable sin remaches, ves llorar la Biblia junto a un calefón

Ahora sí a lo nuestro. El Maldonado se perdió en un tubo, el Camino de las cañitas se hizo avenida Luis María Campos, los suburbios barrosos se convirtieron en barrio bastante bacán y aquello que pudo ser pero no fue, o fue al revés, queda sobre la Migueletes al 840; y se la conoce como La Colorada.

Y antes de que los amantes de aquello de al pie de la letra, tan apretados ellos y ellas, se rechiflen y comiencen a encender sus hogueras, valga recordar que el presente texto es parcial, toma partido por, como todas las búsquedas periodísticas lo son, lo acepten o no, lo sepan o no sus autores; ni que decir cuan infinitamente parciales son respecto de nuestros menesteres, tan a merced estamos de ese maravilloso amorío entre gustos y memorias del sabor.

Por esas cosas de la vida de todas las vidas, para cenar llegamos a La Colorada.

Por su ubicación en la ciudad y la historia antigua de la barriada, probable es que en el solar donde ella se edifica antes haya vivido un corralón, un patio para carromatos o una caballeriza; quizás, no sabemos.

Un galpón gigantesco, tan rojo colorado todo y con tanta luz de esas que exageran la falta de luz, y con un retumbar permanente de voces y parloteos sin suspiros siquiera, que al rato no se oye nada, ni tampoco se ve y el techo y las paredes con resplandores linfáticos a los pobres comensales se le derrumban sobre sus testa.

Una carta, como ella misma se enuncia, especializada en brasas, horno y cocina, sin precios, ni indicados ni sugeridos. Para conocerlos deben solicitar el desde hace ya un tiempo, siempre presente QR; no gracias.

A ver, a ver…Antón pirulero, cada cual atienda su juego…pues las posibilidades son muchas, tantas que se diluye toda posibilidad identitaria.

Un bailongo de parrillas, pizzas, pastas, ensaladas, y más y más, entre entrantes, principales y postres…Si hasta quesadillas prometen…

Respecto de vinos y otros escancios, las cervezas conocidas, los tragos de moda y las etiquetas vineras que suelen encontrarse en el súper o en los chinos del barrio…

Entonces a elegir nuestros platos…

Un mix de achuras, una suerte de torneo a ver cuál de ellas, entre mollejas y chinchulines, más sobreexpuesta estuvo a los rubores quemantes del parrillón.

Los hongos salteados en oliva y perejil, lo mismo que aquél mix pero casi fríos. ¿Estaban marcados de antemano y en la cocina triunfó el apuro? ¿Problemas en el despacho? No se sabe…

Y mejor no indagar, desde un primer momento, camareros y camareras atienden con caras de pocos amigos.

¡Qué tal…! Llega el matambrito con costra de chimichurri como tomates, papas y batatas rotas…Mucho título y poca pasión…El sustantivo ternura ajeno a la lengua de los cocineros; la costra, un pegote de chimichurri de esos disecados que se compran por sobresitos en el abarrote más próximo, y las supuestas roturas de tomates, papas y batatas, una presentación de horneados mistongos.

Un pastel de lomo al barro y otro de calabaza y lomo. Bellas la cazuelas, es cierto, pero para ofrecer ensopados de fajinas.

El postre no podía fallar si nos concentrábamos en el queso y batata, y más o menos así fue, pero sin exagerar.

¿Los precios? Con la inflación al 8 de noviembre pasado, una milanesa napolitana – no opinamos sobre ella porque no la comimos-, casi seis mil pesos…Ustedes dirán.

Y para el final, algo que nos dejó pensando…

A las diez de la noche, en el inmenso salón colorado no cabía un humano más. La mayoría de los comensales, jóvenes ellos y ellas, en muchos casos, demasiados, más atentos a sus celulares que al prójimo con quien compartían su mesa; no sabemos si también su pan, su mujer y su gabán…gentes de cien mil raleas.

¡Pero tan mágica es la vida! A nuestra mesa se sentaron gentes de amores entrañables y como para nosotros, juntos, una velada cualquiera se transforma en fiesta, no hubo ni habrá colorada que nos impida el brindis y el jolgorio.

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